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la crisis del coronavirus
Tribuna
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Los deseos no piensan

La pandemia no ha acabado. La investigación tampoco

Los investigadores españoles Luis Enjuanes e Isabel Sola, en su laboratorio de la Universidad Autónoma, en junio del año pasado.
Los investigadores españoles Luis Enjuanes e Isabel Sola, en su laboratorio de la Universidad Autónoma, en junio del año pasado.Álvaro García
Javier Sampedro

Los ingleses tienen un término (wishful thinking) difícil de traducir. WordReference propone “ilusión” o “deseo”, que están bien, pero carecen del aguijón original. El Collins sugiere “hacerse ilusiones”, lo que está algo mejor. El wishful thinking es un pensamiento guiado por el deseo, lo que parece un oxímoron, pues entrevera dos capacidades humanas que solemos considerar contradictorias, la razón y la ilusión. Ahí está el aguijón, y convoco a los lingüistas a que resuelvan este problema acuciante (yo no he podido, pero solo soy un juntaletras). El wishful thinking más peligroso al que nos enfrentamos ahora mismo es la idea irresistible de que la pandemia se ha acabado, y su corolario de que el papel de la ciencia ha caducado a estas alturas de la crisis. Sería bonito, ¿no es cierto? Sería bonito, pero no es cierto. Ni la pandemia ha acabado ni la ciencia del coronavirus se ha parado. Esa voz que te habla por las noches no es la de la razón, sino la del deseo. Wishful thinking.

La mayoría de los virólogos y epidemiólogos predicen que este virus se hará endémico, es decir, que habrá bolsas de población repartidas por el mundo que podrán sembrar rebrotes

Mientras los países europeos montaban un cisco esta semana con la vacuna de AstraZeneca, preocupados por un 0,0002% de trombosis entre los inyectados que ni siquiera pueden asociarse a la vacuna con certeza, los científicos seguían trabajando en las cuestiones verdaderamente esenciales para el futuro inmediato. Una de ellas se refiere a las mutaciones del SARS-CoV-2, no solo porque algunas se propagan más deprisa y comprometen así los planes de apertura económica, sino también porque otras variantes pueden obstruir el reconocimiento por las vacunas.

La mayoría de los virólogos y epidemiólogos predicen que este virus se hará endémico, es decir, que habrá bolsas de población repartidas por el mundo que podrán sembrar rebrotes. Esos focos persistentes ocurrirán justo en el peor escenario posible, donde la gente no ha sido vacunada y solo cuenta con una lentísima, parcial e insuficiente inmunidad natural. Un caso de referencia es Manaos, la capital de la Amazonia, de donde ha surgido la variante brasileña del virus, como informó de primera mano la corresponsal de este diario en Sao Paulo, Naiara Galarraga Gortázar. Los laboratorios, por tanto, tienen todas las razones para seguir investigando, particularmente en nuevas vacunas. Tarde o temprano harán falta.

Que un virus mute no constituye la menor sorpresa para los virólogos. Mutar es su forma de vida, y sus tasas de reproducción dentro del cuerpo del paciente son tan vastas que le pueden permitir errar un millón de veces –con mutaciones letales para él mismo— hasta encontrar una versión viable que le ofrezca una ventaja, y pocas ventajas le son tan útiles como escapar, siquiera parcialmente, del sistema inmune humano, ya esté estimulado por una vacuna o por la madre naturaleza. Es evolución darwiniana de libro, solo que acelerada hasta el paroxismo. Los desarrolladores de vacunas tienen que estar a la altura, y están trabajando duro con vacunas atenuadas y reprogramadas, administraciones por vía nasal y, sobre todo, vacunas esterilizantes como la de Isabel Sola y Luis Enjuanes en Madrid, que deja al virus desnudo frente a los anticuerpos mientras le impide replicarse. Eso no es wishful thinking.

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