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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una obra inacabada

La autonomía andaluza se enfrenta a dos grandes amenazas: la recentralización y el peligro de crear nuevas desigualdades territoriales

Manifestación el 4 de septiembre de 1977 exigiendo la autonomía de Andalucía, en Sevilla.
Manifestación el 4 de septiembre de 1977 exigiendo la autonomía de Andalucía, en Sevilla.PABLO JULIÁ

Los demócratas andaluces estamos celebrando, felizmente, el acto germinal de la más profunda transformación experimentada por Andalucía desde el principio de los tiempos. Porque empezó entonces su constitución como entidad política. Sobrada de historia, de cultura y de identidad propia, nunca como desde el 28-F de 1980, la sociedad andaluza fue tan consciente de que la única forma de salir de su estado de postración secular era accediendo al autogobierno.

Con el paso de tantos años resulta ya fuera de lugar mantener la dialéctica de “vencedores y vencidos”. Pero puestos a hablar de esa dicotomía, el verdadero y más significativo vencedor fue la ciudadanía andaluza que con un entusiasmo y determinación sin precedentes escuchó la voz de quienes les dijeron que esa era la forma de hacer realidad sus nobles aspiraciones. En el ámbito de la política está claro que las fuerzas de izquierda triunfaron porque se pusieron de parte y al frente de las esperanzas de los andaluces.

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UCD ha jugado siempre el papel de culpable en este trance pero, siendo objetivos, lo que ocurrió es que el Gobierno de [Adolfo] Suárez cometió un grave error de percepción de su papel histórico (y lo pagaron todos con creces). Pero no estaban contra la autonomía andaluza sino que erróneamente pretendían que nuestro camino fuera más difícil, más largo y menos ambicioso. Los auténticos enemigos de la autonomía fueron los residuos del franquismo que hoy son la ultraderecha arracimada en torno a unas siglas que ni quiero mencionar.

Estos 40 años son una historia de éxito escrita a pesar de los designios que desde otros lugares nos habían atribuido un papel subalterno. Y hoy Andalucía es una comunidad con identidad propia, pujante y con futuro por muchos que sean los déficits que aún arrastra de siglos de incuria y abandono por las clases más favorecidas que asignaron a esta tierra el papel de mera productora de bienes que disfrutaron fuera y de mano de obra aherrojada al yugo de un destino injusto.

Dos riesgos amenazan a la autonomía andaluza en la actualidad. Las arengas interesadas en la pretendida centralización del Estado y el peligro de crear desigualdades, como pretenden los nacionalismos catalán y vasco.

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Lo primero, la tentación recentralizadora, no es otra cosa que una enmienda a la totalidad al sistema democrático y constitucional español cuya arquitectura política descansa en el Título VIII de la Constitución Española de 1978. Es cierto que está necesitado de reforma pero en la otra dirección, en la de la delimitación precisa del equilibrio de competencias entre las Comunidades Autónomas y el Estado o la reforma del Senado como cámara de representación territorial, entre otros aspectos sustanciales.

El peligro nacionalista de Cataluña y País Vasco es que para resolver el problema de su pulso al Estado, este acabe cediendo parcelas y se ponga en riesgo el principio de igualdad entre todos los españoles, sin perjuicio del reconocimiento de sus identidades y especificidades porque no es el uniformismo sinónimo de igualdad política.

Andalucía fue la clave de bóveda del sistema autonómico español porque todo él descansa en el principio de igualdad entre todas las comunidades haciendo innecesario distinguir entre las autonomías del artículo 151 y las del 143 de la Constitución. Todas tienen el mismo peso político.

Pero ese papel central ha de ejercerse de continuo porque si no se levantan al unísono las instituciones políticas y la sociedad civil andaluzas los riesgos señalados serán más serios. Todas las grandes obras sociales y políticas, por perfectas que las creamos, están siempre inacabadas porque han de ir adaptándose a los propios cambios de la sociedad.

Lo mismo sucede con Andalucía, no basta con una política continuista que busque la excelencia en la gestión de los intereses públicos y en la que los andaluces y andaluzas trabajen por el bienestar propio y el colectivo. La autonomía andaluza solo corre el riesgo de que los que tienen que cuidarla se olviden de este reto permanente.

Carlos Rosado fue ponente y miembro de la Comisión Redactora del estatuto de Autonomía para Andalucía. Es presidente de la Andalucía Film Commission.

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