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Tribuna
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Costas tras la tormenta

Los cordones de dunas naturales, tan eficaces ante mares cambiantes y temporales enfurecidos, muchas veces están debajo de un paseo marítimo que nunca debió construirse

Estado de la playa de LLevant, en Barcelona, tras el temporal.
Estado de la playa de LLevant, en Barcelona, tras el temporal. Albert Garcia

El uso de la palabra “recomponer” es aquí deliberado. Palabras como restaurar o reconstruir nos hacen pensar en el estado inicial o anterior, en este caso, en volver a las costas tal y como estaban antes de que fueran profundamente afectadas por una tormenta de récord como Gloria. Con el cambio climático cada vez más evidente ya no hay marcha atrás posible. La mirada no debe ponerse ahora en el pasado sino en el futuro. La infraestructura y el diseño de la mayoría de los puertos españoles, por ejemplo, no permiten resistir los cambios de corrientes ni el incremento de la intensidad del viento y el oleaje, ni, por supuesto, la subida inexorable del nivel del mar que ya están viniendo con el cambio climático.

Se diseñaron bajo otro clima y con la mirada puesta más en la resistencia de materiales que en los impactos futuros de un clima cambiante. Cuando un paseo marítimo se viene abajo tras un temporal hay que evitar la tentación de volverlo a poner donde y como estaba. Hay que planear de manera integrada los usos del litoral que sean compatibles con los escenarios más probables de cambio climático y evaluar qué paseo marítimo habría que poner en su lugar. Y plantearse si hay realmente cabida para un paseo marítimo en una franja costera cada vez más estrecha, adelgazada por multitud de construcciones cercanas al mar que nunca respetaron la Ley de Costas y por unas arenas elusivas que cada año toca reponer.

Las costas han sufrido tal nivel de artificialización que tienen ahora poco margen para encajar los embates cada vez más extremos del mar y del viento y reponerse por sí mismas. La solución no es traer arena. No basta o pronto no bastará con traer arena. La pérdida de arena está generalizada en toda la costa mediterránea. Los temporales sólo la hacen más evidente. Son una gota que colma un vaso lleno ya de problemas funcionales y estructurales. Debemos preguntarnos cosas como ¿dónde quedan los sistemas de cordones naturales de dunas tan eficaces defensores de mares cambiantes y temporales enfurecidos? Con demasiada frecuencia, esos cordones de dunas están debajo de un paseo marítimo que nunca debió construirse y menos aún reconstruirse ante las nuevas condiciones climáticas que ya estamos sufriendo.

Las playas de Barcelona y sobre todo el Delta del Ebro han sido auténticos iconos de la devastación sufrida por las costas al paso de Gloria. Diversas plataformas llevan mucho tiempo reclamando acciones decididas para salvar al Delta de una muerte anunciada hace décadas por los científicos. Algunos datos son sencillos e implacables: a lo largo del siglo XX el caudal del río Ebro disminuyó a menos de la mitad, y el aporte de sedimentos al Delta se redujo aún más al sumarse el efecto de la construcción de presas y embalses. Sin apenas sedimentos, no hay apenas esperanza para el Delta. Toca recomponer la costa, repensarla. No volverla a levantar como estaba.

Fernando Valladares es investigador del CSIC y experto en cambio climático.

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