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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La conspiración de los mentirosos

La clave de una mentira tan consistente y de la dificultad de su disolución es el carácter del referéndum inminente prometido por los dirigentes a los nacionalistas y la escasez del fruto cosechado

Quim Torra y Oriol Junqueras se abrazan en el Parlament, donde los políticos presos acudieron por la comisión de investigación sobre el 155.
Quim Torra y Oriol Junqueras se abrazan en el Parlament, donde los políticos presos acudieron por la comisión de investigación sobre el 155.massimiliano minocri
Lluís Bassets

Se ganaron con merecimientos sobrados la calificación de frívolos e irresponsables, y quienes así les galardonaron se quedaron cortos. Además, mentirosos compulsivos. En todo y para todo. Entonces y ahora. La última mentira exhibida impúdicamente a través de los medios de comunicación que monopolizan ha sido la comisión de investigación sobre la aplicación del artículo 155 de la Constitución, convertida en mitin propagandístico, homenaje a los políticos presos, juicio político a quienes lo aplicaron e inútil ceremonia de ocultación de la irremediable división entre independentistas, cualquier cosa menos lo que su nombre indica.

Toda negación contiene una afirmación previa. Es una regla semántica de fuerte contenido psicoanalítico. La intensidad del rechazo indica la fortaleza del miedo a los hechos, a la verdad. Oriol Junqueras, interrogado por los periodistas Claudi Pérez y Miquel Noguer de EL PAÍS, no se conformó con una escueta denegación o con una explicación más o menos argumentativa y plausible respecto a las mentiras que han rodeado al proceso independentista, y sobre todo a la promesa mentirosa que significa la idea misma de la independencia tal como fue explicada a sus partidarios, sino que tuvo que acompañarla de un improperio escatológico a la altura de su indignación.

Junqueras no tan solo rechaza el análisis crítico de su peripecia desde 2012, eso que en hipócrita lenguaje leninista se denomina autocrítica, sino que se reafirma en el acierto de sus decisiones y propone como camino futuro una repetición que presupone, no se sabe muy bien por qué, el acierto futuro que le faltó en el pasado. Esquerra Republicana, su partido, parece abstraerse de estas expresiones obstinadas de un deseo independentista ausente de amarres realistas, y se concentra por el momento en buscar un camino que le proporcione, ante todo, la primacía en el poder catalán a la que viene aspirando desde hace tantos años, y luego el método, probablemente inspirado en el nacionalismo vasco, para compatibilizar la gestión realista del presente con el mantenimiento del ensueño independentista para el futuro.

No es un ejercicio fácil. No tanto por las piruetas circenses que exige como por el barroco aparato conceptual construido durante tantos años, de nuevo alrededor de ambigüedades, equívocos y sobre todo embustes —esos embustes cuya denuncia tanto exaspera a Junqueras— que siguen envenenando al independentismo, impidiéndole recuperar la acción política e institucional y prometiéndonos una campaña electoral dominada todavía por la subasta entre verbalismos radicales y falaces.

El independentismo solo puede alcanzar mayorías parlamentarias con las leyes electorales que quiere abolir"

La mentira fundacional no es propiamente la idea y el ensueño en tantos aspectos inasibles de la independencia, sino el camino mismo del derecho a decidir y su significado. La consistencia de esta mentira es la que explica la dificultad para su disolución. No basta con la hegemonía social y cultural gramsciana alcanzada por el nacionalismo, ni el indiscutible control ideológico de los medios de comunicación en lengua catalana, ni mucho menos la improbable influencia del sistema escolar, para explicar la dureza del cemento que cohesiona a la masa independentista a pesar de tantas promesas incumplidas, tantas medias verdades y tantos engaños completos.

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La clave de una mentira tan consistente y de la dificultad de su disolución es el carácter del referéndum inminente prometido por los dirigentes a los nacionalistas y la escasez del fruto cosechado. Si hacemos cuentas precisas, tres han sido las oportunidades ofrecidas para realizar la proeza que significa construir un 'demos', un pueblo, que convierte el acto mismo de su construcción en el poder constituyente de un nuevo sujeto político, creador de un nuevo orden político, y de hacerlo, además, de forma irreversible y definitiva.

La primera, frustrada por los votos populares, fueron las elecciones de 2012, convocadas por Artur Mas con pretensiones plebiscitarias, para dotarse de un mandato que le permitiera negociar bilateralmente al menos la modificación constitucional que deseaba el nacionalismo catalán. La segunda, la consulta del 9N, de resultado satisfactorio pero de participación insuficiente para sus pretensiones, a pesar de la tolerancia del gobierno del PP. Y la tercera, naturalmente, el polémico referéndum del 1-O, legitimado por la penosa gestión gubernamental del orden público y a pesar de ello bien lejos de las condiciones que internacionalmente se exige a este tipo de ejercicios democráticos. En las tres ocasiones quedó demostrada la limitada aritmética del independentismo, que solo puede alcanzar mayorías parlamentarias para mantener su poder gracias a las leyes electorales y a la Constitución que sus votos pretenden abolir.

Lamentablemente, los dirigentes secesionistas solo dicen la verdad cuando dicen que lo volverán a hacer"

No debieran existir muchas dudas sobre el resultado político que hubiera entrañado una aritmética favorable en cualquiera de las tres ocasiones. Decidir, que de esto se trataba, significaba decidir de la propia existencia de los ciudadanos de Cataluña como demos soberano separado, único e indivisible. Para tal decisión, en las actuales circunstancias, no bastaban unas cifras que ciertamente en otras latitudes y en otros tiempos, acompañadas de otros elementos más coercitivos, hubieran significado sobradamente la declaración inmediata y efectiva de la independencia. Esto no ha sucedido hasta ahora y, por mucha fe del carbonero que se le eche, es soberanamente improbable que suceda algún día próximo o lejano. Y esta es una verdad ciertamente insoportable para quienes han sido engañados, de forma que todavía nadie ha querido reconocerla con todas las letras ante el pueblo de los fervorosos creyentes y es muy difícil que alguien desde el independentismo se atreva a reconocerla, deshaciendo de una vez el castillo de mentiras en la campaña electoral que se avecina. Lamentablemente, solo dicen la verdad cuando dicen que lo volverán a hacer. La experiencia nos dice que volverán a mentir.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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