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Los ‘comunes’ se sumen en una agria crisis a medio año de las municipales

El partido de Colau sufre una implosión interna con la irrupción de una corriente soberanista que le acusa de traicionar sus valores

Àngels Piñol
De izquierda a derecha, Jessica Albiach, Elisenda Alamany y Marta Rivas.
De izquierda a derecha, Jessica Albiach, Elisenda Alamany y Marta Rivas.Massimiliano Minocri

Catalunya en Comú, el partido de Ada Colau, se ha sumido en una agria crisis a poco más de medio año para las elecciones municipales y cuando está en condiciones de tener un papel relevante en el Parlament por la pérdida de unidad del independentismo. Sin embargo, la confluencia —que se estrena en este mandato en la Cámara—, ha sufrido una implosión al irrumpir una corriente que reivindica el soberanismo y la recuperación de los valores originales del partido. La crisis, que tiene diversos prismas, ha provocado incluso que sus miembros se insulten.

Partido opaco como todos y dirigido desde la sombra con mano de hierro por el entorno de la alcaldesa, la principal ventana al mundo de los comunes es el Parlament, desde donde trasluce la debilidad cainita tan consustancial a la izquierda. La portavoz del grupo parlamentario, Elisenda Alamany —destituida hace meses como portavoz del partido— y el diputado Joan Josep Nuet piden autocrítica y, desde la corriente Sobiranistes, piensan plantar cara a Colau. Su queja se centra en que el espacio ha traicionado sus orígenes al estar bajo el control de dos partidos —Barcelona en Comú e Iniciativa— con “pactos de despacho” y “falta de pluralidad” y que en lugar de entroncar con el espíritu del 1 y el 3 de octubre se ha ladeado el soberanismo. Con la corriente simpatizan sectores de EUiA, de Desbordem, los anticapitalistas de Podem y exmiembros del equipo de Xavier Domènech.

La dirección rechaza esa interpretación, porque sostiene de carrerilla que se opuso a la aplicación de artículo 155 —Colau rompió por ello con el PSC— y que ha pedido la libertad de los “presos y la vuelta de los exiliados”. El discurso es cierto, pero también lo son los enormes titubeos de un espacio para apoyar el referéndum del 1-O —los afiliados votaron dos semanas antes participar con un 59% a favor y un 40% en contra— que ahora reivindican.

La incógnita de Alamany en el Parlament

La corriente Sobiranistes se presentó el martes y justo un día antes fue destituido Marc Grau, del entorno de Alamany, como coordinador del grupo parlamentario. Alamany lo atribuyó directamente a represalias e invitó a quienes lo forzaron a explicar "sus miserias". El despido, sin embargo, solo puede ser efectivo si lo firma Jessica Albiach y la propia Alamany como portavoz. Si no lo hace, se arriesga a ser destituida de cargo. Nuet ha propuesto una solución consensuada que pasaría por mantener a Grau como asesor y fichar a otro coordinador. La crisis ha estallado justo en el momento en que la debilitada mayoría independentista les necesita para poder aprobar los presupuestos. Noe Bail, nueva líder de Podem, se mostró ayer a favor de dar estabilidad al Govern a condición de que las cuentas sean de carácter social.

En privado, miembros de la ejecutiva lamentaban desde hace meses que Alamany, cuando ejercía de portavoz, daba un perfil excesivamente independentista que no se ajustaba al partido ni al de sus electores; niegan que los presos sean presos políticos o critican que Nuet participara con la CUP en mítines a favor del 1-O. El grupo ha sufrido una involución y, en el último Debate de Política General, propuso un referéndum sin los apellidos que incluso reclamaba Joan Coscubiela, su antiguo líder parlamentario: pactado, vinculante y con reconocimiento internacional.

Los comunes no son una excepción y, por tanto, no son inmunes a las tensiones del procés, que han afectado como una falla a la mayoría de partidos. En cualquier caso, ese conflicto latente en la izquierda se arrastra desde 2015 tras las elecciones del 27-S y cuando ni siquiera los comunes estaban en el Parlament. Hay dos imágenes que reflejan esa realidad: en la primera sesión de ese mandato, el entonces diputado Joan Giner denunció que Coscubiela amenazó con expulsarle porque quiso abstenerse en la votación de la declaración del proceso de inicio de independencia. Y, en la última, el día de la república fallida, el grupo se rompió: los ecosocialistas y Jessica Albiach, ahora líder del grupo parlamentario, mostraron ante las cámaras su voto para no entorpecer la acción de la justicia contra los diputados independentistas; tres de Podem y Esquerra Unida i Alternativa, no lo hicieron.

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Pero las tensiones del procés no lo explican todo. Colau lanzó en 2016 la idea de un partido que no fuera una “coalición ni una suma de siglas”. Fue una especie de OPA para que, bajo un mismo paraguas, se integraran los partidos de izquierda —el suyo, Iniciativa, EUiA y Podem. La idea es que se fueran diluyendo. Pero ahí siguen. Con Domènech, parecía que tenía que llegar la calma, pero fue al revés. El exdiputado, que mantiene un elegante silencio, hizo las maletas después de que su propuesta de ejecutiva fuera desestimada por el núcleo duro de BComú. La crisis se cerró, en medio de tensiones, en septiembre con el nombramiento de otros dos coordinadores (uno de ICV y otro comú) y seis secretarías, ninguna para los ecosocialistas pese a que son los que tienen la estructura por el territorio con vistas a las municipales. La portavocía fue para Joan Mena, de EUiA.

Alamany avisó de que la formación se ha “empequeñecido” y acusó a dos partidos de ser poco “generosos” con la confluencia. “ICV ha sido un obstáculo”, dijo. Pero es Barcelona en Comú, el alma máter del proyecto, el que tiene el control. La crisis se ha expandido a EUiA y 40 miembros del sector crítico han firmado un manifiesto pidiendo a Nuet que no use el partido para “legitimar pretensiones que no forman parte de la política de EUiA”. Él les reclamó “lealtad” y les acusó de haber sido promocionados tras estar en la “pomada” de cambio de rumbo del partido. No solo ellos han cerrado filas con Colau: la edil Gala Pin acusó a Alamany de “trepismo” y el teniente de alcalde Gerardo Pisarello de usar el soberanismo como “pretexto” para otras cosas.

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