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El secreto está en la escucha

David Grimal y la Orquesta Sinfónica de Galicia interpretan un gran concierto con obras Beethoven y Brahms

Grimal durante un ensayo con la Sinfónica.
Grimal durante un ensayo con la Sinfónica.OSG

La Orquesta Sinfónica de Galicia ha celebrado su decimosexto concierto de abono de los viernes acompañando al Francés David Grimal (1973). En programa, el Concierto para violín y orquesta en re mayor, op. 61 de Ludwig van Beethoven y la Sinfonía número 2 en re mayor, op 73 de Johannes Brahms. Y no, ni falta el nombre del director bajo cuya batuta se celebró el concierto ni en este hubo batuta.

De David Grimal se han dicho muchas cosas en los últimos años. Pero la principal de ellas, la esencia del personaje, suele quedar muy camuflada entre grandes titulares. Porque esta consiste en ser un gran músico, más allá y por encima del enorme violinista que es y del director que niega ser. Grimal es el fundador de la orquesta Les Dissonances, de París, una formación que prescinde de director y basa su éxito en la responsabilidad colectiva de los músicos por encima de un liderazgo personal.

La versión que Grimal y la Sinfónica hicieron del Concierto para violín de Beethoven Grimal fue realmente espléndida, de auténtica referencia. Desde el latir inicial del timbal hasta los dos acordes finales, lo que se escuchó en el Palacio de la Ópera fue puro Beethoven. Por la parte solista, un virtuosismo sin concesiones a la galería y un sonido rico en todos los registros de su Stradivarius, que ya habíamos podido escuchar en Galicia en algún concierto previo de Grimal.

Pero sobre todo un verdadero ejercicio de estilo con un Beethoven lleno de lo mejor de su fuerza en el Allegro ma non troppo inicial y de su más acendrado lirismo en las secciones lentas de este movimiento y más aún si cabe –y vaya si cupo- en el Larghetto. El paso en attacca al Rondó final nos introdujo en otra muestra de naturalidad, riqueza tímbrica y belleza.

Como obsequio de Grimal al público del Palacio de la Ópera de A Coruña, salió de sus manos otra verdadera maravilla -el Recitativo y rondó-capricho, op. 6 de Fritz Kreisler-, que hizo que el público estallara en una fortísima ovación. La Sinfónica hizo en Beethoven un acompañamiento magistral, demostrando la gran verdad que había en las palabras de un destacado profesor de la Sinfónica acerca de lo importante que es “la expresión corporal de los grandes músicos”.

Una expresión de una sobriedad tal por parte de Grimal, que hizo que más de un aficionado llegara a decir que tocando así, esta orquesta no necesita director. Pero lo hubo; vaya si lo hubo. Otras palabras de un músico sobre el inicio de los ensayos –pidiendo algo donde apoyarse, cualquier batuta a la que seguir- dejaban bien claro lo extraordinario del método de trabajo de Grimal. El ejercicio de la responsabilidad colectiva -siempre presente pero llevada al extremo en este caso- basada en la escucha y el apoyo mutuo.

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En realidad, lo que hace Grimal es trasladar al sinfonismo los métodos de la música de cámara, multiplicando durante el concierto el cruce de miradas habitual en esta. Y la complicidad; fue una verdadera delicia ver los movimientos de cabeza dentro entre cabezas de cada sección o dentro de estas, como un verdadero ballet de pensamiento y sentimientos.

La versión de la Sinfonía nº 2 de Brahms fue otro éxito indiscutible de todos los músicos presentes –todos sentados- en el escenario. El inicio de la música sorprendió a esos espectadores que ajenos a los buenos usos en un concierto no paran de hablar hasta que el director no alza sus brazos. Al no haber director en el podio que lo hiciera, el inicio de la obra por los contrabajos los pilló in fraganti. Mewnos mal que el canto de las trompas, con su mayor intensidad, recondujo la situación.

En su conjunto, fue una versión más que notable en precisión y expresión. El canto de violas y chelos en el Allegro ma non troppo inicial, ese apunte del tema de su canción de cuna y las oleadas de fuerza de una finísima regulación dinámica fueron un ejercicio de expresión brahmsiana que se prolongaría en sus diferentes manifestaciones a lo largo de sus casi tres cuartos de hora de duración. El Adagio ma non troppo, iniciado con una notable dosis del mejor sentimiento, tuvo un final de una precisión impecable y esa respiración honda y amplia que solo los grandes pueden lograr.

El canto del oboe y las maderas en el Andantino grazioso dio paso al prodigio de unos pizzicati de una precisión prácticamente metronómica ejecutados sin una batuta que marcara tempos ni entradas. La gracia voló sobre todo el Allegro con spirito final, llenos de la densidad tan propia de Brahms pero imbuida de una enorme viveza. La gran ovación final premió los resultados de un trabajo callado, intenso, eficaz y digno de la enhorabuena general.

Al final del concierto, las caras de los músicos ponían de manifiesto no solo su resultado artístico sino también el influjo de Grimal y su trabajo sobre el ánimo de los participantes. Las palabras de otro músico pueden ser el mejor resumen. “Te obliga a concentrarte y deja una libertad que me recuerda a la que te dejaba Abbado” (Claudio Abbado [1933-2014] fue titular de la Scala de Milán la Filarmónica de Berlín y creador de la Joven Orquesta de la Unión Europea y de la Orquesta Juvenil Gustav Mahler. Ante tal y tan merecido reconocimiento, no queda nada que añadir.

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