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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Cambiar las preguntas?

Necesitamos una política de reducción de daños. La pregunta con la que hemos llegado hasta aquí ya no sirve

Joan Subirats
El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont en una rueda de prensa en Bruselas.
El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont en una rueda de prensa en Bruselas.STEPHANIE LECOCQ (EFE)

Tras las elecciones del 21-D, la duda que entiendo que se plantea ahora es si solo hay que cambiar las respuestas, ya que las preguntas a resolver siguen siendo las mismas, o si lo razonable sería modificar las preguntas. Hace un par de años, a la salida de las elecciones del 27-S, las primeras reacciones de los tres partidos que apoyaban la opción independentista, apuntaban, con matices, que no se había conseguido ganar las elecciones plebiscitarias. El 47,8% era insuficiente. Luego, tras unos días de debates, la posibilidad de aprovechar la ventana de oportunidad de la mayoría parlamentaria desencadenó el plan que nos ha conducido hasta aquí. La pregunta era, ¿podemos tensar la cuerda al límite y provocar una reacción internacional que permita negociar con el Estado desde una posición de fuerza? Y la respuesta que ellos mismos se dieron fue sí.

Los informes del Consejo asesor para la transición nacional apuntaban a cuatro condiciones básicas para que la declaración unilateral de independencia fuera viable: realización de consulta con garantías avaladas por observadores internacionales, una mayoría sólida que apoyara la secesión, reconocimiento de una Cataluña independiente por distintos países, y existencia de estructuras de estado que garantizasen la transición. Nada de eso ocurrió.

Las propias debilidades procesistas se fueron compensando con la cerrazón a cualquier diálogo por parte del gobierno del Estado. El aventurismo de unos encontraba respuesta segura en la tozudez de los otros, que seguían confundiendo democracia con legalidad estricta. Y así, de día histórico a día histórico, y de recurso de inconstitucionalidad a recurso de inconstitucionalidad, hemos ido pasando semanas y meses. Unos explicando con sonrisas en todo el mundo, menos en el resto de España, lo viable que sería una Cataluña independiente y las razones para ello, y los otros utilizando todo su gran instrumental estatal para cerrar caminos y posibilidades.

Todo eso ya lo hemos vivido. Unos haciendo historia y los otros azuzando a los jueces para que castigaran la disidencia. Nadie se ha dedicado a hacer política. Es decir, nadie ha tratado de encontrar correlaciones de fuerza distintas que abrieran caminos no explorados por los bloques en oposición. Los pocos que trataban de insinuar salidas eran tachados de flojos e indignos. Llevamos años con cargas de identidad cada vez más excluyentes, con negaciones interesadas de la pluralidad y con esencialismos que han ido cerrando espacios posibles de confluencia. Y al final, el querer ser consecuentes hasta el final por parte de ambos bandos nos ha conducido a una situación sin salida y con abundantes daños colaterales. Daños en forma de encarcelamientos, autoexilios y procesos judiciales en marcha que no auguran nada bueno. Han sido elecciones de reproches cruzados y de ofensas a resarcir. Las declaraciones de Puigdemont y Arrimadas la noche electoral seguían ancladas en el pasado.

¿Y ahora? Necesitamos una política de reducción de daños. Las elecciones muestran que no hay espacio para la victoria unilateral. La pregunta con la que hemos llegado hasta aquí ya no sirve. La vía del conflicto abierto con el Estado no encuentra solidaridad suficiente más allá de Cataluña para que sea políticamente rentable y además castiga duramente a los que honestamente tratan de defender su dignidad personal y colectiva. Si teníamos dudas ya no las tenemos. Menos historia, menos legalismo represor y más política.

¿Queremos convivir con los que no piensan como nosotros? ¿Podemos explorar vías factibles para que la identidad nacional de Cataluña sea institucionalmente reconocida preservando y mejorando el autogobierno? ¿Buscaremos aliados en España? ¿Servirá al respecto el gran impacto internacional que el conflicto ha generado? Si construimos espacios para que esas sean las preguntas tras el 21-D, las mayorías para tratar de buscar vías de respuesta a las mismas existen. Sin duda transportan menos carga emocional y menos ilusión en forma de solución mágica. Pero, son quizás preguntas más acordes con el escenario global en el que nos movemos en el que las incertidumbres son enormes, los miedos y las amenazas proliferan y la gente se siente enormemente desprotegida. No hay espacios ni fuerza suficiente para una simple repetición de la jugada. No todo sigue igual tras el 21-D. Muchas cosas han cambiado y muchas heridas deben sanarse. Busquemos espacios dignos y posibles y encontremos aliados para ello.

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