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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Desrefugiados?

Los desplazamientos masivos de población son el reto más importante al que se enfrentará el mundo la próxima década

Estrella Montolío Durán
Decenas de personas esperan en un paso fronterizo entre Macedonia y Serbia, en enero.
Decenas de personas esperan en un paso fronterizo entre Macedonia y Serbia, en enero.ARMEND NIMANI (AFP)

Cuando, hace un par de días, se puso en contacto conmigo una periodista de un importante medio de comunicación para preguntarme cuál creía yo que era la palabra del año, sufrí un curioso fenómeno cognitivo: términos que sobrevuelan los medios estás últimas semanas como ningufoneo, youtubero, brexit o posverdad desaparecieron de mi cerebro y, sobre todas ellas, se impuso, en décimas de segundo, otra. Yo no escogí la palabra, por así decirlo, más bien, la palabra vino hasta mí: refugiados.

“¡Un momento!”, me dirán. El concurso se basa en palabras que no existían previamente en nuestro léxico habitual; no está pensado para términos que ya están incluidos en el diccionario. “¡Un momento!”, les diré yo. Porque el vocablo refugiados este año ha desarrollado para muchos de nosotros un enriquecimiento semántico, por usar jerga técnica: se ha convertido en una carga de profundidad lingüística y conceptual que nos interpela desde múltiples perspectivas.

Por remitirnos a las imágenes más recientes que nos han mostrados los medios de comunicación, ¿quién no recuerda las columnas inmensas, inacabables, de familias —con varias generaciones reunidas en el éxodo— por las carreteras y caminos de la opulenta y autosuficiente Europa?

Refugiados nos interpela, pues, en tanto que europeos. Porque ¿qué imagen podemos seguir teniendo de nosotros mismos como representantes de una ciudadanía supuestamente ejemplo de las mejores virtudes civiles y democráticas después de haber hecho nada, más allá de pagar a otros para que contengan, a cualquier precio, el fenómeno?

Refugiados nos interpela también en tanto que habitantes del planeta, ya que los desplazamientos en busca de seguridad constituyen, a juicio de la ONU y de otros observatorios internacionales, el reto más importante al que se enfrentará el mundo a lo largo de la próxima década. Cómo gestionaremos la crisis humanitaria, social, económica y de seguridad que esas migraciones masivas forzadas pueden ocasionar va a constituir una piedra de toque que quizá nos permita reivindicarnos como organizaciones y países avanzados, y ciudadanos responsables, con capacidad de afrontar y resolver grandes retos colectivos. O quizá nos confirme como entes pasivos, egoístas y sin visión global ni de futuro.

Refugiados nos interpela también desde una óptica individual. Refugiado es el que busca refugio. Salvando la cruel diferencia respecto de quienes se ven obligados a poner en riesgo su vida para intentar sobrevivir, ¿quién de nosotros no busca refugio a diario en sus amigos, su familia, su hogar? Somos todos, en cierto modo, refugiados que buscamos desesperadamente un lugar de cobijo y seguridad que nos proteja de la incertidumbre, la angustia y la agresividad consustancial a muchas de las interacciones sociales de la vida cotidiana.

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Las mujeres profesionales sabemos bien que transitamos como una suerte de refugiadas entre territorios que no son el nuestro, donde no siempre somos bienvenidas ni bien tratadas precisamente porque somos percibidas como foráneas, recién llegadas e inferiores. Yo me confieso, de algún modo, una refugiada en ese plano.

Hoy en día, por fortuna, somos decenas de millones los habitantes del planeta que viajamos a otros lugares por el placer de conocerlos, o por establecer lazos comerciales y profesionales con ellos. ¿Quién no ha sentido en alguna ocasión el deseo de “llegar a casa”, de volver a estar entre “los suyos”, de dejar de sentirse torpe entre costumbres extrañas?

¿Y si al llegar a “casa”, ya no existiera? ¿Lo han pensado alguna vez? ¿Si nuestro refugio hubiera desaparecido, destruido por motivos naturales, políticos o bélicos? ¿Cómo llamar a los que se han quedado sin refugio y lo buscan en otros lugares, pero no lo encuentran y quedan, así, condenados a un trasterramiento perenne? ¿Desrefugiados? ¿Arefugiados? Seguramente, una de esas es la palabra del año.

Estrella Montolío Durán es catedrática de la Universidad de Barcelona y experta en Comunicación.

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