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Pardo Bazán, pionera y única profesora de la élite española

La Casa-museo adquiere un óleo sobre las lecciones que impartía la condesa a finales del siglo XIX en la Escuela de Estudios Superiores del Ateneo madrileño

"Unha lección de Dona Emilia Pardo Bazán no Ateneo de Madrid sobre Literatura Contemporánea Francesa". Cuadro de Joaquín Vaamonde
"Unha lección de Dona Emilia Pardo Bazán no Ateneo de Madrid sobre Literatura Contemporánea Francesa". Cuadro de Joaquín Vaamonde

Doña Emilia levantaba pasiones. Y no sólo entre la élite intelectual de finales del siglo XIX, sino también en las selectas aulas de la denominada Escuela de Estudios Superiores que tenía por sede al Ateneo de Madrid, la institución por excelencia en aquella época de la alta sociedad cultural y política. Nada menos que 825 alumnos se matricularon para seguir las lecciones sobre literatura francesa contemporánea que impartió en el curso 1896-1897 la condesa Pardo Bazán, ya por aquel entonces reconocida gran dama de las letras españolas.

La escritora coruñesa no era sólo la única mujer aceptada como profesora para esa prestigiosa institución libre de enseñanza. Emilia Pardo Bazán también consiguió romper todas las marcas en número de seguidores frente a sus también ilustres colegas masculinos que apenas conseguían una cuarta parte de inscritos en sus clases, como Gumersindo De Azcárate que sumó, en aquel curso, sólo 243 matriculados para sus conferencias sobre sociología, o los 221 que reunía Santiago Ramón y Cajal, los 210 de Marcelino Menéndez y Pelayo o los apenas 70 apuntados para oír a Ramón Menéndez Pidal. No resulta extraño, a la vista de este record de aforo, que Doña Emilia fuese retratada sonriente y de pie, en pose casi triunfal, dando una de esas lecciones magistrales de literatura desde lo alto del estrado del Ateneo madrileño, en un salón de actos casi a rebosar. La escena fue inmortalizada en un óleo en blanco y negro del pintor Joaquín Vaamonde que cuelga ahora en la casa- museo de la condesa, situado en el que fue su domicilio en su ciudad natal, en la Cidade Vella de A Coruña.

La adquisición de este cuadro dio pie a una investigación y permite sacar a la luz otra de las facetas, la docencia, menos conocidas de Pardo Bazán aunque en las que también destacó como pionera. La persona que poseía esa pintura cuando ofreció venderla a la Casa-museo tan sólo sabía que se trataba de Pardo Bazán. Pero resultó que el cuadro, realizado como una instantánea a mano alzada, había sido publicado para ilustrar un artículo sobre la escritora en el diario ‘La Época’ en mayo de 1897. El pie rezaba: “La autora de ‘La cuestión palpitante’, leyendo una lección en el Ateneo”.

Para la directora-conservadora de la Casa-museo de Pardo Bazán, Xulia Santiso, la adquisición de este oleo original, cuyo precio no se desveló aunque fue considerablemente rebajado, tiene gran importancia histórica en la reconstrucción y memoria de la trayectoria de esta gran dama de la literatura. Es la prueba, remarca Santiso, que casi una década antes de lograr el gran hito de ser la primera mujer en ser aceptada socia del Ateneo madrileño, institución de la élite española a la que pertenecieron 16 presidentes de Gobierno, la condesa ya había triunfado como “primera profesora” dando lecciones sobre una literatura francesa que, años antes, ya le había abierto, aunque en medio de grandes polémicas, las puertas del mundo cultural e intelectual cuando se convirtió en “capitana verdades” del movimiento literario del naturalismo.

El cuadro, que se presume haber sido pintado adrede en blanco y negro para darle mayor realce de realismo y testimonio de una actualidad en la que no existían fotografías, ilustra a la perfección cómo Pardo Bazán se impone en un mundo reservado para los hombres. A sus lecciones asistían, según se puede ver en el oleo, mujeres sin ser acompañadas por su pareja masculina como mandaban los cánones en esa época. Santiso subraya que la decisión de incorporar a una mujer entre el elenco de profesores debió de ser otro hito. El Ateneo madrileño se jactaba de tener, gracias a copiosas subvenciones públicas, a los mejores conferenciantes, a los que pagaba una peseta por minuto de lección. Toda una fortuna en aquel momento.

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