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Un legado de dimensión universal

La declaración de un bien cultural como Patrimonio Mundial aporta prestigio y es un reclamo, pero también implica compromisos y obligaciones

Obras de la torre Pelli junto a la Catedral de Sevilla, uno de los tres bienes culturales declarados Patrimonio Mundial por la Unesco.
Obras de la torre Pelli junto a la Catedral de Sevilla, uno de los tres bienes culturales declarados Patrimonio Mundial por la Unesco.julián rojas

Andalucía cuenta con un rico y variado patrimonio cultural consecuencia de su diversidad geográfica y de su milenaria y compleja historia. Esa herencia común que denominamos patrimonio es resultado de sus peculiaridades físicas y de un lento proceso creativo forjado a través de los siglos y al contacto con las diversas civilizaciones que la habitaron y que le dejaron como legado una cultura que es amalgama de variadas tendencias estéticas, de diversas forma de vida y de diferentes maneras de entender el mundo.

El rascacielos de Sevilla ha roto irremisiblemente el paisaje histórico

Su singularidad siempre fue advertida y apreciada por quienes, desde otros lugares y con otras formas de mirar, recorrían las tierras andaluzas y convivían con sus gentes, tratando de entenderlas e interpretarlas. Quizás eran los propios andaluces quienes no alcanzaban a considerar y valorar su extraordinario patrimonio en la justa medida. Afortunadamente, hace algún tiempo que se produjo una toma de conciencia y un cambio de actitud sobre su significado e importancia, si bien ha sido en fechas recientes cuando se ha manifestado con mayor fuerza la preocupación de los andaluces por su patrimonio al entenderlo como elemento sustancial de su propia identidad. A ello ha contribuido, sin duda, la labor de la Administración andaluza y la consideración de que ese inmenso legado posee una innegable dimensión universal. Tal valoración se ha visto corroborada por la Unesco al designar algunos elementos de Andalucía como Patrimonio Mundial.

La desatención y la especulación han afectado al granadino Albaicín

La política de defensa y valoración del patrimonio que desde la década de los sesenta del pasado siglo venía desarrollando dicho organismo cristalizó en la Convención de París de 1972, cuando, tras advertirse que la salvaguardia de determinados elementos afectaba a toda la comunidad internacional, se establecieron los criterios que permitían considerar varias tipologías como Patrimonio Mundial Cultural y Natural. Para alcanzar tal consideración y pasar a formar parte del Patrimonio Mundial había que cumplir diversos principios técnicos y ofrecer siempre un valor universal excepcional. Debieron pasar varios años hasta que, en 1984, se produjo el primer reconocimiento de elementos patrimoniales de Andalucía. En la actualidad y tras la última declaración de 2012 son un total de diez los que han alcanzado tal privilegio, correspondiendo en su mayoría a bienes culturales, pues tan solo una designación corresponde al patrimonio natural y cuatro al patrimonio inmaterial. En razón de la extraordinaria y variada riqueza patrimonial de Andalucía puede estimarse que resultan escasas y poco representativas. No obstante, debe considerarse que España es el segundo país del mundo con mayor número de declaraciones y que esto siempre constituye un serio impedimento para cualquier nueva propuesta.

Sobre Doñana se ciernen múltiples amenazas para su supervivencia
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Aun así, es evidente que las iniciativas surgidas desde Andalucía para alcanzar un nuevo reconocimiento como Patrimonio Mundial o Inmaterial se multiplican. De hecho, en los últimos tiempos se han ido planteando nuevas y variadas candidaturas, muchas de las cuales reúnen suficientes valores para merecer tal declaración. En muchos casos se pretende alcanzar no solo el prestigio que ello supone, sino también tener la posibilidad de convertir a los elementos designados en un reclamo capaz de atraer nuevos y mayores flujos turísticos, con los que reactivar la economía. Sin menospreciar tal posibilidad, es preciso recordar que la declaración también implica una serie de compromisos y obligaciones en relación con el bien declarado, pudiendo además acentuar ciertos problemas, como ocurre con las ciudades históricas en relación con la presión turística y la especulación inmobiliaria. Al respecto es necesario recordar que el incumplimiento por parte de las Administraciones públicas de esas obligaciones sobre la protección, conservación y puesta en valor de los bienes declarados Patrimonio Mundial puede llevar a que la Unesco proceda a retirarles la declaración. Esa amenaza ha sobrevolado los monumentos sevillanos declarados desde 1987 —Catedral, Alcázar y Archivo de Indias—, debido a la construcción por parte de una entidad bancaria de una desproporcionada e innecesaria torre destinada a oficinas que además de empequeñecer la escala de la Giralda, símbolo y elemento nuclear de Sevilla, ha roto irremisiblemente el paisaje histórico de la ciudad y la relación con su entorno geográfico. También se vio amenazado el granadino barrio del Albaicín, primero por la desatención que lo iba arruinando mientras se favorecía la especulación urbanística y después por el lamentable proceso de desnaturalización que continúa padeciendo. En los últimos tiempos, es sobre el Parque Nacional de Doñana sobre el que se ciernen múltiples amenazas que no solo pueden poner en peligro su declaración como Patrimonio Natural, sino incluso su propia supervivencia.

Es necesario reflexionar sobre la conveniencia de más declaraciones

Estas situaciones obligan a reflexionar sobre la conveniencia de proponer nuevas declaraciones. Así mismo deben llevar a las Administraciones andaluzas a esforzarse en la labor de protección, conservación y difusión de los bienes patrimoniales, no solo de los reconocidos por la Unesco, a fin de que sean conocidos y disfrutados por los ciudadanos de forma que sean capaces de identificarse con ellos y de lograr de ese modo su enriquecimiento cultural.

Alfredo J. Morales  es profesor de la Universidad de Sevilla

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