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La inexplicable felicidad de leer en verano

El escritor Alberto Manguel ofrece una guía particular de novelas famosas que suceden en periodo estival y una lista personal de grandes títulos para disfrutar estos meses

woman reading a book under the beach umbrella
Una mujer lee en la playa bajo una sombrilla, en 1962.Marisa Rastellini (Mondadori / Getty Images)

Asocio el verano de mi adolescencia con las fiestas de Navidad y de fin de año. Bajo un sol que en ese entonces no producía cáncer de piel (o al menos, así lo creíamos) festejábamos la Navidad del hemisferio sur con fetas de pavita fría, ensaladilla rusa, sidra, panetone y helado. Las lecturas de mis veranos correspondían a esa atmósfera doblemente festiva: de clases acabadas y de regalos bajo el árbol.

La historia del verano, en ambos hemisferios, no es muy vieja. Si bien los romanos tenían residencias estivales y los emperadores chinos palacios apropiados para la estación soleada, hasta principios del siglo veinte sólo las clases altas dividían el año entre la ciudad y las afueras. Aunque la burguesía comenzó a imitar a la aristocracia en los albores de la guerra franco-prusiana, la edición de 1870 del Larousse du XIXe siècle aún declaraba que la palabra villégiature era un neologismo. En 1931, España se convirtió en uno de los primeros países en reconocer las vacaciones remuneradas para los trabajadores y promocionar la idea de un turismo para todos. Un siglo antes, en 1830, Stendhal había usado la palabra “turista” para diferenciar a aquellos que “viajaban por ocio o por curiosidad” de la plebe que tenía que pasar las vacaciones en casa. Ahora ser turista es ser parte de ese torrente anónimo que se derrama como una lava implacable sobre los sitios más encantadores del planeta, desde los más venerables, como Toledo o Venecia, hasta los más exóticos, como Bali o el Everest, abarrotando aeropuertos y estaciones de tren, y dejando detrás de sí una estela de bolsas de plástico, latas de bebidas y envoltorios de McDonald’s, sin haber visto nada de su entorno sino a través del ojo de sus iphones.

Estos días, bajo la inevitable amenaza del cambio climático, el verano comienza a adquirir aspectos terroríficos. Temperaturas infernales, sequías catastróficas, incendios devastadores, invaden nuestras fantasías bucólicas. Aquel mayo remoto “cuando los trigos encañan y están los campos en flor” se extiende hoy brutalmente desde marzo o abril hasta finales del año, y las dulces vacaciones estivales que Proust recordaba en casa de su tía no podrían soportarse hoy sin la asistencia del pernicioso aire acondicionado. “Traten de conservar siempre un retazo de cielo sobre sus vidas”, aconsejó Proust a sus lectores, sin prever que para eso precisarían gafas de sol y crema de protección solar factor 30 para bloquear los rayos UVB que descienden hoy sobre Combray.

Refugiados bajo una sombrilla más o menos protectora o arriesgando nuestra piel al implacable sol, los libros nos permiten rescatar mundos supuestamente mejores o peores, y también preverlos

Refugiados bajo una sombrilla más o menos protectora o arriesgando nuestra piel al implacable sol, las lecturas estivales nos permiten sin embargo rescatar mundos supuestamente mejores o peores, y también preverlos. Es curioso comprobar cuántas novelas célebres transcurren durante el verano, desde El gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald; Al faro, de Virginia Woolf, y La isla del tesoro, de R. L. Stevenson, hasta El señor de las moscas, de William Golding; Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, y El barón rampante, de Italo Calvino. Crimen y castigo, de Dostoievski, comienza en “una tarde muy calurosa del mes de julio”; Julien Sorel, en Rojo y negro, se convierte en el amante de Madame de Rênal en los primeros días de un tórrido mes de agosto; Lord Henry ve por primera vez al seductor Dorian Gray “cuando una ligera brisa estival soplaba en los árboles del jardín”; García Márquez inicia la crónica de sus Cien años de soledad durante el mes de marzo de un verano tropical; en el Ulises, de Joyce, Leopold Bloom recorre las calurosas calles de Dublín un famoso 16 de junio de 1904; la Alicia de Lewis Carroll penetra en el Mundo de las Maravillas “una dorada tarde” de un Oxford estival; Alonso Quijano se lanza sobre los caminos de La Mancha bajo un feroz sol de verano; un siglo después, bajo ese mismo sol, Elizabeth Bennet acepta casarse con el apuesto Darcy y dar un final feliz a su Orgullo y prejuicio. Quizás las lecturas de verano nos permiten un ritmo más sosegado que las del invierno. El frío incita a la concentración y a la reflexión; el calor a la divagación y al ensueño.

¿Qué libros leer o releer este verano, cuando las temperaturas amenazan con sobrepasar los 40 grados? Los libros no tienen, como tienen los huevos, fecha límite de venta: la cronología de la lectura no es la de los programas editoriales. Podemos elegir libros de poesía o de ensayo: seamos convencionales y elijamos novelas, casi al azar. Las siguientes son algunas que fueron publicadas este año o hace ya bastante tiempo, pero son todos libros (como diría Roberto Calasso) que producen “una inexplicable felicidad”. Hernán Díaz, Fortuna. Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, Los que aman, odian. Giorgio Fontana, Muerte de un hombre feliz. Valter Hugo Mãe, La máquina de hacer españoles. Moacyr Scliar, El libro de las casas. Yan Lianke, Los besos de Lenin. Olga Tokarczuk, Los errantes. Fred Vargas, El hombre de los círculos azules. Norman Manea, El regreso del húligan. Sabahattin Ali, Madona con abrigo de piel.

Alberto Manguel es escritor argentino, autor de libros como ‘Una historia de la lectura’ y ‘Guía de lugares imaginarios’.

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