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Crítica teatral | El avaro
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Molière, prestamista a un alto interés

Los intérpretes de Atalaya, dirigidos por Ricardo Iniesta, hacen un trabajo coral formidable inspirado en el estilo interpretativo de la comedia del arte italiana, en una versión de ‘El avaro’ donde la comedia trágica original se transforma en una sonora farsa

Un momento de la representación de 'El avaro', de Molière, en el Teatro Fernando Fernán Gómez.
Javier Vallejo

Para corregir la codicia, ¿qué mejor que caricaturizar la mano que mece la caja de caudales, como hace Molière en El avaro? En el 40 aniversario de la compañía sevillana Atalaya, Ricardo Iniesta, su director, ha convertido esta comedia trágica en una sonora farsa, inspirada en el estilo interpretativo de la comedia del arte italiana. Harpagón, su protagonista, es un infeliz hiperactivo, casado con sus negocios: si bajara el pistón de sus ambiciones, cesaría el daño que causa a cuantos le rodean y el que se inflige a sí mismo.

Como Pantalone, el banquero veneciano de la comedia del arte, cuyo lema es: “Entre el amor y el dinero, lo segundo es lo primero”, Harpagón quiere casarse para poseer una esposa que lo adorne. En todos los montajes de Iniesta sus actores despliegan un trabajo coral formidable, inspirado en este caso en el del teatro de máscaras italiano pero también en el de los actores cantantes de los musicales brechtianos. Este Avaro es un cruce de caminos por el que circulan Euclión, protagonista de la Aulularia de Plauto, los Kokol y Cururucú del Marat Sade, Esmeraldina y el Tío Gilito.

Desde su femineidad, Carmen Gallardo ofrece una versión sobresaliente, descarnada y tierna del monólogo cenital de Harpagón: cuando se pone las gafas de pasta oscura, le está haciendo un guiño repentino al célebre Tartufo de Adolfo Marsillach. En el papel de Belisa, Garazi Aldasoro le imprime un verismo íntimo al ritmo vivaz, la amplitud de movimiento y la biomecánica de raigambre soviética que caracterizan el estilo interpretativo de Atalaya. Detrás de su acordeón, con un vestido inspirado en los de los sans-culottes, protagonistas de la toma de La Bastilla, Lidia Mauduit conduce segura la toma de conciencia de las víctimas de Harpagón. Da gloria oírlas cantar. También a Emmanuel García, maestro en el arte de hacer imposible que el público anticipe el siguiente movimiento de sus personajes. María Sanz le saca un brillo generoso a la hija del tacaño, papel que ha tenido que aprenderse ipso facto, para cubrir la baja de su titular.

La versión de Iniesta, divulgativa y pródiga en guiños al público actual, no se asoma al vértigo trágico que Goethe advirtió certeramente en El avaro: al calculado bullicio de su rítmica puesta en escena le convendría algún instante sosegado donde aflorara lo que la máscara social de los personajes oculta.

El avaro

Texto: Molière.
Dirección: Ricardo Iniesta.
Madrid. Teatro Fernán Gómez, hasta el 19 de febrero.
Después en Oviedo, Eibar, Soria, Sevilla, León, Valencia…

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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