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SILLÓN DE OREJAS
Columna
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De liana en liana hasta el charco

‘Tarzán de los monos’ forma parte de la educación sentimental de varias generaciones masculinas (así hemos salido)

Manuel Rodríguez Rivero
Ilustración de Tarzán de los años veinte.
Ilustración de Tarzán de los años veinte.Alamy Stock Photo

1. Yo, Tarzán; tú, Jane

Nórdica, la editorial de Diego Moreno, publicará en noviembre Tarzán de los monos (1912-1914), de Edgar Rice Burroughs, un libro que ocupa un lugar de honor en el disputado canon de la novela popular. Burroughs, un tipo atrabiliario que intentó muchos oficios hasta encontrar su acomodo millonario en la literatura, se inspiró en el Mowgli de El libro de la selva (Kipling, 1894-1895) para componer el personaje del niño salvaje perdido en la jungla que, protegido por la tribu de los monos gigantes Mangani, alcanza la mayoría de edad saltando de un árbol a otro, con su novia, Jane, su chimpancé, Chita, y demás amigos primates. El éxito propició 22 secuelas firmadas por Burroughs y alguna que no escribió él, como en una especie de franquicia. Tarzán fue uno de mis primeros ídolos literarios, aunque, para ser sincero, lo conocí primero en el cine, con Johnny Weissmüller y Maureen O’Sullivan, cuyo cortísimo traje selvático me encrestoriaba, me extrayuxtaba y paramovía, por decirlo en el gíglico cortaziano (Rayuela, capítulo 68). El primer libro de Tarzán lo encontré en la biblioteca de mi padre: era un ejemplar de 1935 publicado por Gustavo Gili con traducción de Emilio Martínez Amador. Leído ahora, hay que reconocer que es abominablemente supremacista, racista, machista y el resto de la retahíla. Pero, qué quieren que les diga, forma parte de la educación sentimental de varias generaciones masculinas (así hemos salido) del siglo XX. Lástima que la edición de Nórdica, cuya traducción se debe a Enrique Maldonado, no haya incluido un CD con el alarido selvático del héroe, un elaborado bramido compuesto por 12 sonidos diferentes y que es marca registrada de la compañía Edgar Rice Burroughs, Inc. Sería estupendo que el próximo otoño, que viene calentito, la presidenta del Congreso hiciera sonar el frémito al inicio de cada sesión.

2. Marx gótico

Hace unos días, un improbable, soliviantado sin duda por los agobios caniculares, me preguntó en tono de reproche cómo podía compatibilizar mi gusto por lo gótico con mi convicción de que el materialismo histórico es un instrumento fundamental para comprender la evolución de las sociedades. Como casi siempre me sucede, la interpelación me cogió desprevenido, obligándome a contestar con vaguedades. Solo mucho más tarde, en la soledad de mi estudio, y mientras escuchaba Freddie Freeloader, un viejo tema de Miles Davis que siempre me ha parecido inspirador, hallé la respuesta que buscaba recurriendo a las fuentes. Atentos a lo que dice Marx en el capítulo XXIV (“la acumulación originaria”) del Libro I de El capital: “Si el dinero viene al mundo con una mancha de sangre de nacimiento en cada mejilla, el capital lo hace chorreando sangre y suciedad de la cabeza al dedo gordo del pie”. Ni Bram Stoker fue nunca tan gore. Una cosa lleva a la otra, y recordé que a Marx le encantaba emplear la metáfora del vampiro para describir la insaciabilidad de los capitalistas: el vampiro nunca se va —viene a decir— hasta que no ha chupado la última gota de sangre de la clase obrera. En el mismo capítulo pone los pelos de punta el relato de la represión de los obreros agrícolas, forzados a convertirse en vagabundos y “azotados, marcados, torturados…, obligados a aceptar la disciplina del sistema salarial”. Sin llegar a los extremos de Francis Wheen (en La historia de ‘El capital’; Debate, 2007), que considera que la obra mayor de Marx puede leerse poco menos que como un relato épico cuyos héroes (las clases trabajadoras) están esclavizados por el monstruo (el capitalismo) que ellos mismos han creado, no cabe duda de que Marx se alimentaba no sólo de los clásicos que cita profusamente (Esquilo, Shakespeare), sino de la literatura de su tiempo (las Brontë, Dickens), incluyendo el gótico popular. Por lo demás, debo confesar que mi inquisidor me reprochó también mi querencia por las novelas gráficas; desgraciadamente, para eso no he podido encontrar justificación teórica en Marx. Tendré que seguir buscando.

3. Gráficas

Según el avance de los datos de comercio interior de la Federación de Gremios de Editores, en 2021 se publicaron, dentro del apartado “cómics, tebeos y novelas gráficas”, 1.737 títulos, con una respetable tirada media de 7.035 ejemplares. No cabe duda de que el cómic, en sus más variadas presentaciones, y a pesar de los prejuicios de buena parte del lectorado adulto, va ganando adictos en nuestro país. Lo que también se refleja en la programación de la rentrée de no pocas editoriales. Me he dejado llevar por mis preferencias personales para consignar algunas recomendaciones: en septiembre, Reservoir Books, un sello de Penguin Random House, publicará Esqueletos, de Zerocalcare (Michele Reich), una historia ambientada en el lado oscuro de Roma, con drogadictos y desmadrados tipos de extrema derecha; por su parte, Salamandra Graphic (también de PRH) publicará Clase de actuación, de Nick Drnaso, y Kokoro (2019), de Igort (Igor Tuveri), otra pulquérrima historia de cultura japonesa. Otros títulos reseñables que se publicarán en otoño son Paracuellos 9 (Reservoir), con el que se cierra la novela-río gráfica de Carlos Giménez sobre la posguerra española; y, en el mismo sello, Street Cop, una sátira distópica en la que el grandísimo Art Spiegelman ha contado con la colaboración del novelista Robert Coover. Pero para mi gusto, el premio gordo de la novela gráfica se lo llevará el clásico de los clásicos: la edición de Little Nemo, de Winsor McCay (1869-1934), publicada por Taschen (trilingüe; 704 páginas, 4,23 kilos, 60 euros), que llegará a las librerías el 31 de agosto, y en la que se recogen las escapadas del personaje por el mundo de los sueños. Si me permiten el entusiasmo, Little Nemo es a la historia del cómic algo semejante a lo que el Quijote a la de la novela. Y ahí lo dejo.

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