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Muebles modernos: el interiorismo revolucionó la España de los años treinta

Una muestra en el Museo Nacional de Artes Decorativas de Madrid refleja la ruptura estética que impulsaron la decoración y el diseño de interiores hace casi cien años

Museo Nacional de Artes Decorativas de Madrid
Conjunto de Buades compuesto por Escritorio y Silla Cantilever Roja. Sillón variante del B34 de Marcel Breuer Años treinta [Casa Buades]. Museo Nacional de Artes Decorativas.Fabian Alvarez Martin

En la Gran Vía de Madrid, sobre el bar Chicote, había instalado su exposición la firma española más célebre del mueble moderno, muy cerca de la casa de modas de una célebre diseñadora y empresaria, Margarita Lacoma, a quien se debió la colonia de viviendas que aún conserva su nombre. Esto sucedía antes de la guerra, cuando la alegre vanguardia ya se había implantado como estilo institucional y también como seña de distinción entre particulares, entre los que se puso de moda un chiste muy tonto. A partir de ahora —se decía en los salones, los días de recibir—, Rolaco será Rolacó, porque encima está Lacoma. Los muebles de tubos metálicos llegaron al rango de insignia. Para producirlos, la empresa Rolaco se fusionó con Muebles de Acero Curvado (MAC), que había sido su competidora y había firmado un contrato con Mies van der Rohe para reproducir sus diseños (parece que el propio Mies iba a Madrid a hacer la caja).

La aplicación del tubo de acero al diseño de muebles fue una idea de Marcel Breuer, un hombre de la Bauhaus con una prehistoria más o menos primitivista captado luego por Gropius y creador de algunas sillas, también replicadas por MAC, que cualquiera ha podido ver aún en una sala de espera. La empresa española fue demandada, digamos, por plagio, pero ganó finalmente el litigio cuando los modelos de Breuer se consideraron de dominio público. Esto no quita a la vanguardia su aire épico consustancial, pero da idea del grado de incorporación de la estética moderna a la vida ordinaria: la realización, en fin, de la utopía por vía artística.

Felipe López Delgado y Esteve. Piso López Chicheri, Madrid.
Felipe López Delgado y Esteve. Piso López Chicheri, Madrid.

El sueño, de todas formas, fue breve, y la barbarie y las llamas furiosamente surrealistas o políticas (o las dos cosas) se abalanzaron sobre Europa según corría la década, arrasando aquel futuro tubular que parecía haber descendido por fin sobre la Tierra. Su origen había estado, como declaró el propio Le Corbusier, en el optimismo sintético y colorista de algunos pintores de la década de los veinte, tipo Léger. Después de todo, también las representaciones de los pintores pudieron preceder a la arquitectura del Renacimiento. Por lo que cuenta a España, ese antecedente plástico lo significaron las tiendas madrileñas de artistas como Wladyslaw Jahl o Sonia Delaunay, a quien Luis Feduchi homenajearía con sus alfombras para el Edificio Capitol, en la plaza del Callao: todo un emblema de los años treinta madrileños.

La empresa madrileña que imitaba los modelos de Breuer fue demandada por plagio, pero ganó el litigio

Los muebles de tubo identifican esos años tanto como los paquebots o edificios-barco, sus barandillas y terrazas con medidas de eslora. Los grandes arquitectos racionalistas, reunidos en la tertulia de la Granja El Henar y organizados en el GATEPAC, poblaron sus interiores con aquellos elementos futuribles y espartanos. Gutiérrez Soto dio así su carácter al propio bar Chicote, y Arniches, al Instituto Escuela.

Folleto de Casa Buades.
Folleto de Casa Buades.

Esta magnífica exposición, comisariada por Pedro Feduchi y Pedro Reula, estriba en gran medida de la historia de Rolaco y del núcleo madrileño, pero no únicamente. Rolaco-MAC fue la materialización industrial de una estética y su teoría. Luego su historia, continuada hasta los sesenta, no sería ya la misma, pese a los esfuerzos de Feduchi como director durante un tiempo. Pero en la muestra también tienen su sitio encantadores folletos y fotografías, además de los muebles: la revista AC y la sección catalana del GATCPAC, encabezada por Josep Lluís Sert; la pastelería Sacha, de San Sebastián, y la confluencia —en la pura lógica de la vanguardia— de los arquitectos falangistas Aizpurúa y Labayen con los comunistas Luis Lacasa y Sánchez Arcas (autores de la Fundación Rockefeller) en una estética que se dibujaba por igual como horizonte de la historia. Y, por supuesto, la figura gigante de Fernando García Mercadal, el autor del zaragozano Rincón de Goya, que pasa por ser el santo y seña del racionalismo español.

El sueño de esa vanguardia fue breve: la barbarie se abalanzó sobre Europa y arrasó con el futuro tubular

No hubo una simetría exacta entre el resultado de la guerra y el final del sueño feliz, por tentadora que sea esta idea. El descoyuntamiento del arte prebélico se adelantó como un presagio. Luego vino el neorromanticismo de los cuarenta, teatral y alucinatorio como los polisones en los collages de Max Ernst. Hasta que la neovanguardia de los cincuenta, extendida por los Aliados como estilo de la libertad, rescató la elegancia austera de las formas racionales. En España, empresas como H Muebles (que impulsó Juan Huarte) o Cores & Sota volvieron a fabricar y exponer superficies pulidas, volúmenes esenciales, que coincidían con el apogeo del arte abstracto: Millares presentaba sus diseños de telas a Gastón y Daniela, el crítico José María Moreno Galván dirigía la tienda Darro.

Pero nosotros mismos hemos conocido otra última reviviscencia de la arquitectura y los muebles de los años treinta. Aunque quede fuera de la exposición, merece la pena recordar así el cierre, estrictamente contemporáneo y producido en la pintura, de un círculo que había comenzado en la pintura. Desde los años noventa y hasta hoy, la representación de los interiores y exteriores del sueño utopista, muebles incluidos, se ha hecho habitual en un cierto panorama de la pintura española. Justamente Arquitecturas pintadas se tituló la exposición comisariada por Juan Cuéllar y Roberto Mollá que ha viajado por media Europa en los últimos años con la plana mayor de lo que Paco de la Torre, su mejor teórico, ha llamado la “figuración posconceptual”. Figurativos y posmodernos, pop y metafísicos a la vez, allí estaban los tranquilos habitáculos de Dis Berlín (quien ya había comisariado Laberintos en 2011); Damián Flores y su repertorio de casas y arquitectos; la Valencia racionalista recreada a lo Morandi por Marcelo Fuentes; los cafés y los cines en la pintura envolvente de Carlos García-Alix. Pero Arquitecturas pintadas ha sido, en realidad, el último eslabón de una cadena en la que cuentan exposiciones celebradas en las galerías Guillermo de Osma (Madrid, 2008) o Siboney (Santander, 2010), y otras en las también madrileñas My Name’s Lolita o Utopia Park­way. Así han evocado los pintores lo que esta exposición invoca en su título: el afán moderno. A pesar de que, en la evocación, lo que fue optimismo haya mudado ahora en melancolía.

‘El afán moderno. Muebles e interiores en la España de los años treinta’. Museo Nacional de Artes Decorativas. Madrid. Hasta el 23 de octubre.

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