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La cara B de la colección del barón Thyssen

Coincidiendo con el centenario del aristócrata y mecenas, el artista Walid Raad explora en una nueva muestra la colección del Museo Thyssen-Bornemisza a través de extraordinarias ficciones históricas

Fotos de la obra 'Los constables', del artista Walid Raad en el museo Thyssen.


Foto: Inma Flores
Fotos de la obra 'Los constables', del artista Walid Raad en el museo Thyssen. Foto: Inma FloresINMA FLORES (EL PAIS)

Como la pipa del cuadro de René Magritte que cuelga de otra de las salas del Museo Thyssen-Bornemisza, la exposición de Walid Raad no es una exposición. Al decírselo, arruga el semblante abriendo aún más los ojos. El gesto es de incógnita, la enésima dentro de un proyecto que avanza en varias direcciones y pone la imaginación en situación de sospecha. Las pistas son múltiples: la muerte, el amor, la representación, la vida de otros artistas, lo singular y lo tautológico, lo indiferente y lo obvio… La lealtad fanática del humor y el delicioso acto de la risa imprevista. Él lo hace a menudo bajo una mascarilla que, junto a una gorra negra a tono con su ropa, da pocas pistas de quién se esconde tras uno de los artistas más celebrados del mundo del arte. Ese es su estilo, susurra: el indirecto. De ahí que rehúya los retratos y las entrevistas, y que, a ratos, parezca un ventrílocuo.

Varias voces discurren por Cotton Under my Feet, la exposición que le lleva estos días a Madrid. Encargada por TBA21 y concebida para el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, presenta el trabajo que el artista realizó durante tres años de investigación en la colección, los archivos y la génesis del museo. El encargo llegó coincidiendo con el centenario del barón Hans Heinrich von Thyssen-Bornemisza, y con uno de sus momentos más dulces en el ámbito profesional. Poco antes, el MoMA le había dedicado una retrospectiva que viajó a Boston y a México, coronando un trabajo ya destacado en las Documenta 11 y 13, y que tuvo su primer aplauso global en la 50ª Bienal de Venecia, la edición de 2003 que comisarió Francesco Bonami, centrada en la idea de polifonía. Aunque no es la primera vez que Raad trabaja en Madrid. En 2009, en el marco de PhotoEspaña, ocupó el Museo Reina Sofía bajo su seudónimo preferido, The Atlas Group (1989-2004), un proyecto sobre la historia contemporánea de Líbano. Allí nació en 1967, en Chbaniyeh, a pocos kilómetros de Beirut, aunque los estudios de arte los hizo ya en Estados Unidos. Hoy es profesor de Cooper Union, en el East Village neoyorquino, una de las universidades más prestigiosas del país.

Se nota que es profesor. Es amigable y comprensivo, capaz de construir un ambiente estimulante en pocos minutos. Destinamos varios a observar una pared con fotografías de cuadros colgados del revés y pintados con nubes. “Las descubrí en el sótano del museo. Cuando pregunté por ellas, dijeron que 7 de las 775 obras del museo tenían nubes pintadas por detrás. También me informaron de que las hallaron en 1983, cuando la colección todavía estaba alojada en la mansión suiza del barón, y que las descubrió la restauradora Lamia Antonova”, explica. Lo hace pasando del mundo histórico al de ficción sin apenas distancias, generando un sinfín de situaciones gemelas, y cuestionando la idea misma de historia definitiva.

“Desde que el barón supo de la existencia de las nubes, ha prohibido que nadie vea la parte frontal de esos cuadros y nunca ha dicho lo que había al otro lado. Lo que sabemos es que las nubes fueron pintadas en la década de 1820 y que son idénticas a los estudios de nubes del pintor británico del siglo XIX John Constable”, relata Raad. “Fue éste uno de los primeros meteorólogos, y quería que las nubes tuvieran un aspecto realista en sus pinturas, que no parecieran algodón de azúcar. Entre 1820 y 1822, realizó más de un centenar de bocetos de nubes y, hasta donde se sabe, solo en una ocasión pintó en el reverso de una pintura, que se encuentra hoy en la Tate”. Habla mirando fijamente a los ojos, logrando que su interlocutor casi pueda sentir esas nubes a dos siglos de distancia. De pronto, genera un pensamiento suspendido que acaba en truco ilusionista, como quien cierra un libro de golpe: “¿Quién hizo esto? No lo sabemos. ¿Son constables? No lo sabemos. ¿Qué tienen al otro lado? No lo sabemos”.

En su búsqueda de una historia (del arte) no contada, Raad rescata e imagina documentos y desconcertantes artefactos. En sus mejores paseos consigue sentir que no está en ninguna parte. Episodios ligados a la política azucarera estadounidense y sus vínculos con la esclavitud, la diplomacia artística de la Guerra Fría y los pronósticos meteorológicos se entrelazan con los Juegos Olímpicos de 1992, una alfombra cuya pesadez no es proporcional a su peso o incluso ángeles capaces de autorretratarse. A lo largo de los meses que dura la exposición, el artista organizará distintos recorridos performativos por la muestra, que acepta reproducir, a puerta cerrada, durante esta visita privada, pocos días antes de la inauguración del próximo martes.

Para Raad, la memoria es un vórtice, una simultaneidad. Cuando señala una cosa, siempre está creando naturalezas muertas, collages. Ese caminar sin rumbo supone una apertura de espacios y desemboca en una narrativa apátrida que se cuestiona a sí misma. Escuchándole, pienso en W. G. Sebald, Claudio Magris o Peter Handke. En viajes de gente a su antojo por recodos, minucias y vidas extintas. Personas que inventan una orografía personal en la que se mezcla la curiosidad científica, la voracidad cultural y el ansia de nomadismo.

Él lo hace recopilando historias que no deben examinarse a través del binomio convencional de ficción y no ficción, sino desde otro sitio que en ocasiones llama “documentos histéricos”, fantasías erigidas a partir del material de los recuerdos colectivos. Mucho de eso hay en la planta -1, donde le despedimos frente a dos paisajes de pantanos de Martin Johnson Heade, unos cuadros heredados por Francesca Thyssen-Bornemisza que esconden, dice él, pinturas de gremlins. “En 1890, Hade declaró que, un día, mientras trabajaba en esas pinturas de pantanos, apartó la vista del lienzo para admirar el atardecer y, cuando volvió a mirar los cuadros, los gremlins estaban ahí. ‘Surgieron de ninguna parte’, dijo. Cuando Lamia Antonova, la restauradora del barón, leyó esta frase, comprendió que ‘ninguna parte es un lugar’. Es un lugar donde lo figurativo es literal, donde las nubes surgen de la nada, donde una alfombra puede pesar más de lo que pesa, y donde nadie puede esconderse tras ella. Ni Heade, ni Constable, ni el barón, ni Francesca. Ni, por supuesto, yo”.

‘Walid Raad: Cotton Under my Feet’. Museo Thyssen-Bornemisza. Madrid. Del 5 de octubre al 23 de enero de 2022.

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