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Las imágenes también gimen

‘Babelia’ propone a fotógrafos que escojan una imagen de la que guardan un recuerdo especial. Joan Fontcuberta elige una perteneciente a la serie ‘Trauma’, de la que trata su último monográfico

'Trauma #8023' (2000), de Joan Fontcuberta.
'Trauma #8023' (2000), de Joan Fontcuberta.EL PAÍS

“¿Qué sucede cuando una fotografía abandona su imagen, cuando entrega su alma y solo nos ofrece aquellos vestigios del material fotográfico?”, se pregunta Joan Fontcuberta (Barcelona, 1955) tras reflexionar sobre las fotografías ‘enfermas’ o ‘fantasmas’ que se encuentran en los archivos históricos. Rescatar estos materiales fotográficos degradados tuvo como resultado la serie Trauma, a la que pertenece la imagen que aquí presentamos.

La imagen muestra un retrato de una escultura de mujer. El fotógrafo que tomó la fotografía original fue Josep María Sagarra, con el fin de documentar las esculturas que se mostraban en la Exposición Internacional de Barcelona, en 1929. “Cuando la fotografía empieza a deteriorarse, a sufrir ese tipo de ‘gangrena’ que se va apoderando de la imagen, se establece un conflicto entre la parte todavía visible y reconocible y la parte que va tomando terreno: la emulsión fotográfica que se ve afectada por la descomposición”, describe Fontcuberta. “Para mí, esta serie tiene hoy un componente de actualidad en la medida en que también puede funcionar como metáfora del contagio. Trauma gira en torno a la idea de que las fotografías no solo hablan de los traumas humanos, de las guerras, de los conflictos y las muertes, sino del propio trauma de las imágenes. También gimen y se lamentan, porque tienen su propio metabolismo; su propia vida”. Así, la fotografía deja de ser un documento y se presenta como una realidad tangible que muestra sus propias cicatrices.

“Yo trabajo con series, nunca con imágenes aisladas; por lo tanto, seleccionar una fotografía siempre es un poco arbitrario. Lo que me interesa es el valor del conjunto”, señala el fotógrafo. “Trauma tiene que ver con las ruinas de lo fotográfico. Estamos en un momento de tránsito de la fotografía analógica a la fotografía digital; de una fotografía, tal y como la hemos entendido hasta ahora, defendiendo unos determinados valores de verdad, a otra fotografía donde prima la inmaterialidad, la conectividad y otra serie de funciones. Y en este momento de tránsito me interesa recabar los restos o vestigios”, apunta este artista y teórico, que a lo largo de cuatro décadas ha ido creando fabulaciones. Grandes montajes narrativos que incluyen a monjes que levitan, a criaturas fantásticas o a plantas creadas con objetos encontrados. Realidades ficticias donde lo verosímil se mide con la ficción, y cuyo fin es mostrar al espectador las trampas que incorpora la imagen, retando a aquellas disciplinas que promueven el dogma. “Toda imagen es una ficción que muchas veces entendemos como un substituto físico de la realidad”, apunta el autor, reconocido con el Premio Hasselblad, Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia y Premio Nacional de Fotografía, y de Ensayo de España.

“El deterioro de la imagen adquiere un valor para mí en cuanto a que la fotografía ha sido siempre entendida como algo hecho para durar, y no hay nada que dure siempre. Nos prometía una cierta inmortalidad y resulta que con el tiempo sufre deterioros y termina desapareciendo. Y cuando el vínculo con la realidad que representaba se pierde pasa a convertirse en una especie de fantasmagoría”, dice el artista. “La fotografía ha sido concebida como memoria. De ahí lo paradójico: aquellas imágenes fotográficas que se encuentran en un estado de enfermedad han perdido memoria, se vuelven amnésicas. Funcionan como imágenes que padecen Alzhéimer”.

Esta serie, en la que el autor lleva trabajando estos últimos años, converge en un libro, Kintsugi. Patrocinado por el Ministerio de Cultura del Gobierno de Andorra, será publicado por RM a finales de mes. El título hace referencia a una técnica japonesa artesanal. “Si se rompe un jarrón, o una cerámica, nosotros la desechamos y la suplimos por otra. Pero el método japonés, lo que hace es recomponer las piezas, y en vez de disimular las fracturas las enfatiza con hilo de oro. Entiende que estas cicatrices, lejos de afear el resultado, son el testimonio de todo el sufrimiento vivido por ese objeto. Significa dar valor a esa resiliencia, a ese sufrimiento. En el libro lo que hago es un kintsugi, no de los jarrones y las porcelanas, sino de los negativos de placas de cristal antiguos resquebrajadas, rotas, o cuarteadas como las pinturas”, explica el fotógrafo.

Si antes el autor agitaba la consciencia del espectador, incitándole a cuestionar aquello que se presenta como veraz, a través de Trauma nos recuerda que nada permanece, todo es incompleto, también la memoria de la fotografía. Las imágenes también gimen.

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