Pablo Borboroglu, embajador mundial de los pingüinos
“Los pingüinos son grandes indicadores de la salud de los océanos”, asegura este biólogo argentino, primer latinoamericano galardonado con el Indianapolis Prize, el ‘Nobel’ de la conservación animal
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Cuando el argentino Pablo García Borboroglu (Mar del Plata, 53 años) era niño, su abuela le hablaba de las colonias de pingüinos que visitaba en las costas de la Patagonia. Él soñaba con ser diplomático, pero el interés por la fauna marina se acrecentó en la adolescencia al involucrarse en las campañas de preservación de estas aves no voladoras frente a los vertidos petroleros, responsables de la muerte de unos 40.000 ejemplares anuales en la provincia de Chubut. Decidió estudiar biología para “ser más útil y eficiente” en las tareas de protección, cuenta a EL PAÍS quien se ha convertido en embajador mundial de los pingüinos. Con más de tres décadas de experiencia, su trabajo ha sido reconocido este año con el Indianapolis Prize, el máximo premio de la conservación animal. Borboroglu, primer latinoamericano en recibir la distinción, confía en que sirva para visibilizar las amenazas a la fauna marina y poder combatirlas.
Borboroglu abre las puertas de su casa en Buenos Aires para la entrevista junto a su esposa, Laura Marina Reyes, también bióloga. Faltan sólo tres semanas para que comience el invierno austral y los pingüinos de Magallanes, la especie más numerosa en Argentina, se encuentran en el Océano Atlántico rumbo a aguas más cálidas. Aún así, Borboroglu no los pierde de vista. Desde la página web de la ONG que preside, la Global Penguin Society, es posible seguir el recorrido de una veintena de ellos gracias a los transmisores satelitales que llevan adheridos en su cuerpo. En el teléfono muestra dónde se encuentra Laurita, una hembra bautizada así por su mujer, que ha recorrido 2.036 kilómetros desde que dejó la colonia del Pedral, a mitad de abril. Ken le saca casi 400 kilómetros de ventaja y ha cruzado ya a Uruguay.
Follow the Exciting Journey of Penguins! 📷
— GLOBAL PENGUIN SOCIETY (@PENGUINS_GPS) May 9, 2023
Would you like to track the migration trip of penguins in real-time from #Patagonia Argentina to Brazil? Now you can, thanks to our satellite tracking program! pic.twitter.com/0oHdyeoFJI
“Tenemos un objetivo doble. Queremos que la gente los vea, los pueda seguir, saber a qué velocidad nadan… y obtener información sobre el posible solapamiento con pesquerías, con tráfico marítimo y con las áreas de los proyectos de exploración y explotación de petróleo”, señala sobre el seguimiento por GPS iniciado este año. Esperan poder ampliar el seguimiento a ejemplares de las 18 especies de pingüinos existentes y así darlas a conocer. “Sólo cuatro especies están vinculadas a la Antártida, aunque por las películas parece que son todas. ¡Hay incluso un pingüino tropical, el de Galápagos!. Quedan menos de 2.000 parejas, son hermosos”, cuenta con pasión este biólogo.
Marina Reyes describe a su marido como “un pingüino en el cuerpo de un humano”. Las razones, aduce, es que “es muy perseverante y muy trabajador. Nunca se da por vencido y es muy buen padre y muy buena pareja”. Otras cualidades menos conocidas de estas aves acuáticas no están al alcance de Borboroglu ni de ningún otro ser humano, como bucear hasta más de 300 metros de profundidad, aguantar veinte minutos bajo el agua sin salir a respirar o ser capaces de dormir flotando.
Especies en riesgo
Borboroglu destaca que la mitad de las especies están amenazadas y algunas, como el pingüino africano, han visto mermar su población de 2,2 millones a cerca de 20.000 ejemplares en el plazo de cien años por una combinación de factores como la captura de huevos, la pesca, los vertidos de petróleo y el cambio climático, entre otros factores. Para evitar que suceda lo mismo en Argentina ha trabajado de forma incansable en la creación de áreas protegidas, entre la que destaca la Reserva de la Biosfera Patagonia Azul, de 3,1 millones de hectáreas entre superficie marítima y terrestre y hábitat del 40% de los pingüinos de Magallanes.
En su día a día visita las colonias de pingüinos, pero también despachos gubernamentales y legislativos, centros educativos o estudios cinematográficos. “Soy doctor en biología, pero siempre me interesó la conservación, no la ciencia pura. Las instituciones científicas como el Conicet [el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas] te piden que publiques tu ciencia en inglés en revistas internacionales, pero no las lee nadie, sólo los colegas. Te aplauden en un congreso y ahí termina todo. No llegas a las tomas de decisiones, a las leyes, a los gobiernos ni a las comunidades”, lamenta.
Una de las normativas que más le preocupa en la actualidad es la autorización para la exploración y explotación petrolera en alta mar concedida por el Gobierno de Alberto Fernández. “Es lamentable. La exploración genera explosiones acústicas tan grandes que, si hay mamíferos marinos cerca les puede provocar un proceso de desprendimiento de órganos. Y con el desarrollo petrolero, hay un gran riesgo de derrame. Los protocolos son una farsa, no son de cumplimiento real.
Pregunta. ¿Qué riesgo entraña un vertido de petróleo para los pingüinos?
Respuesta. Hace que su plumaje pierda la impermeabilidad y no pueden bucear, tienen que mantenerse a flote para respirar. Se estima que en un derrame, el 50% muere ahogado y los que llegan a la costa no pueden meterse al mar para buscar alimento por lo que mueren después de inanición, muy debilitados. En los años ochenta, morían 40.000 pingüinos por año en Chubut sólo por derrames y en 1991 hubo uno que hizo que falleciesen 17.000 en sólo dos meses. Se lograron mover las rutas petroleras lejos de la costa y hoy la cifra se ha reducido a unas 20 muertes anuales. Fue un gran logro de la conservación y nos preocupa muchísimo que se revierta con la explotación petrolera, es un gran problema.
En 2022, miles de personas se manifestaron en Mar del Plata contra de esta iniciativa y la paralizaron durante meses en los tribunales, pero la Justicia falló a favor del Gobierno, que ha puesto en marcha ya pozos exploratorios.
P. ¿Qué otras amenazas acechan a los pingüinos?
R. El cambio climático, sin duda, que tiene un montón de aristas. El calor es una. Hay más olas de calor en número, en duración e intensidad. Hace tres o cuatro años, en Punta Tombo [la colonia más grande de Argentina, con cerca de medio millón de ejemplares] hubo 44 grados, es decir, se superó la temperatura letal. Murieron casi 300 ejemplares sanos, jóvenes y fuertes que intentaron ir a refrescarse al mar y no llegaron por el calor. Y lo que vemos es que las olas de calor generan incendios de los que el pingüino no huye, porque no parece detectar el fuego como una amenaza y se queda hasta que se quema, como se vio en los grandes incendios de Australia y de la Patagonia.
P. ¿Por qué no huyen del fuego?
R. Parece que en sus ambientes, durante 60 millones de años, nunca hubo fuego, por eso no reaccionan. Por otro lado, lo más grave del cambio climático es que cambia la disponibilidad de comida. El pingüino necesita que la comida esté cerca de las colonias, cuando los pichones son chicos, porque tienen que ser alimentados muy frecuentemente, cada día, cada día y medio. Para un ave voladora, si la comida está lejos, vuela y la trae, pero el pingüino tiene que nadar e invierte más tiempo y más energía. En la Antártida, el cambio climático rompe el patrón de formación y derretimiento de hielo y los ciclos de los animales están sincronizados con esos patrones que, al romperse, causa un montón de problemas a la hora de alimentarse y reproducirse. Los pingüinos tienen muchas condiciones que reflejan muy rápido esos cambios, por eso decimos que son indicadores de la salud de los océanos.
P. Hubo grandes movilizaciones contra la megaminería y la explotación petrolera en alta mar, pero ningún candidato a presidente en Argentina destaca la agenda ambiental. ¿A qué se debe la falta de interés?
R. Hay un divorcio entre lo que a la gente le importa y la agenda ambiental política. Este año hay elecciones y no hay ninguna plataforma ambiental. En Argentina estamos 20 años atrás en estas cuestiones, pero a las generaciones más jóvenes —y también a las viejas— les interesa mucho el ambiente.
P. ¿Cuáles son los principales déficits en materia de conservación de Argentina?
R. Una cosa que es gravísima es que no hay una ley de biodiversidad que proteja a la fauna. Los delitos ambientales no están dentro del Código Penal. En nuestra provincia, Chubut, en la que el ecoturismo genera muchísimas divisas y debería protegerlo porque es la gallina de los huevos de oro, no hay fiscalías ambientales. Y cuando alguien denuncia, el fiscal, si no tiene formación ambiental, no le da cabida. Hay un caso en el que el dueño de un campo con una topadora destruyó 2.200 metros cuadrados de una colonia de pingüinos. Se aportaron todo tipo de evidencias, pero la causa es débil porque sólo se puede juzgar por maltrato animal.
P. ¿La llave la tienen las nuevas generaciones?
R. Los chicos tienen mucha más conciencia ambiental y van a crecer y votar y tomar decisiones con esa conciencia. Pero no es necesario ser biólogo para la conservación, todos tomamos decisiones diarias que pueden tener influencia en el ambiente. Evitar los plásticos descartables y hacer un uso más eficiente de los recursos naturales como gas, electricidad y agua tendrían un grandísimo impacto.
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