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Proceso de paz con el ELN
Columna
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Petro y la cantada de tabla que le pegó al ELN

El presidente los deja sin discurso cada vez que saca su agenda reformista, y pone el dedo en la llaga cuando dice que la lucha insurgente en Colombia entró en una fase en que la ideología ha sido reemplazada por la codicia y que el ELN no es la excepción

Guerrilleros del ELN se forman en un pueblo del departamento de Chocó, Colombia
Guerrilleros del ELN se forman en un pueblo del departamento de Chocó, Colombia, el 17 de noviembre de 2017.Ivan Valencia (Bloomberg)
María Jimena Duzán

El presidente Petro pronunció hace unos días un discurso frente a la cúpula militar en el que presentó su tan esperada política de seguridad, que curiosamente no pasó a mayores porque terminó avasallado por esa avalancha diaria de trinos que él mismo desata y que nos tiene tan aturdidos.

Ese discurso hay que desempolvarlo y escucharlo con detenimiento porque ahí Petro hace un diagnóstico muy acertado sobre cuáles son hoy los desafíos de seguridad que enfrenta el país. Él, que fue guerrillero y que conoce bien la historia de la insurgencia en Colombia, hizo un recuento de las distintas fases que ha tenido el conflicto armado en el país y llegó a la conclusión de que el mayor desafío que enfrentamos ya no está dado por una insurgencia marcada por la ideología y por la lucha por el poder, sino por unas organizaciones armadas que tienen “como fin apoderarse de las economías ilícitas en los territorios”.

Petro metió en esa misma cochada a todos los grupos armados con los que tiene negociaciones dentro de su política de paz total. Allí puso al clan del Golfo, una banda mafiosa que se cree (sin serlo) la heredera de los paramilitares que se desmovilizaron a mediados del dos mil; y a las disidencias de las Farc, un reducto traqueto de esa extinta guerrilla que dejó las armas en el 2016 y que anda con la ilusa pretensión de que son las nuevas Farc, como si las de verdad no hubieran firmado un acuerdo de paz.

En esa misma chuspa Petro metió también al ELN, considerada como la última guerrilla histórica que nos queda en Colombia y a la que le dedicó en su discurso unas frases que están cargadas de mucha verdad. Sin titubear afirmó que el ELN es una organización armada cuyo fin ya no es la toma del poder, sino el negocio ilícito, y calificó a los negociadores de ser unos comandantes viejos que ya no mandan sobre los frentes porque están integrados por una nueva generación de traquetos que “a pesar de que tiene la misma bandera, su razón de ser es la economía ilícita”.

Petro pone el dedo en la llaga cuando dice que la lucha insurgente en Colombia entró desde hace mucho en una fase en que la ideología ha sido reemplazada por la codicia y que el ELN no es la excepción.

La realidad en los territorios es muy distinta al discurso de la superioridad ética que el ELN trae a la mesa de los diálogos. Según datos de Indepaz, el principal enemigo de esa guerrilla hoy ya no es el Ejército, porque los enfrentamientos serios los está teniendo con el clan de Golfo, que disputa su territorio en el Pacifico, y con las disidencias de Mordisco, con quienes libra una guerra que lleva más de un año en Arauca, la cual ha causado la muerte de muchos colombianos, en su mayoría civiles. Esa guerra, como lo dice el presidente, no es una guerra por el poder ni por las transformaciones sociales del territorio como reza el manual del ELN, sino una guerra por el control de las rentas ilícitas, guiada por la codicia. Y no lo digo yo, lo dicen las lideresas de Arauca como doña Elsa Rojas. A ella el ELN le mató a su hijo en su presencia porque lo creyeron responsable de haberse robado una caleta, hecho que nunca se pudo comprobar.

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Para el ELN, Petro, el exguerrillero que llegó a presidente, es además una amenaza que los desafía donde más les duele porque no solo les quita el poco discurso político que les queda sino que les deslegitima su lucha armada. Por eso lo niegan como Pedro negó a Jesucristo y se resisten a reconocer el impacto que tiene en la historia de la insurgencia que un exguerrillero que firmó la paz hace 33 años haya llegado al poder a hacer cambios estructurales. Prefieren aferrarse a la tesis que recitan como loros, la de que nada va a cambiar con Petro porque sigue en pie el mismo régimen opresor, a tener que reconocer que en este país las cosas son ahora a otro precio.

Petro los deja sin discurso cada vez que saca su agenda reformista y cuando convierte en ley un plan de desarrollo que tiene como objetivo la transformación social del territorio, una bandera que el ELN ha empuñado desde que decidió recalibrar sus objetivos y convertirse en una guerrilla de resistencia que dice utilizar las armas para forzar la transformación de los territorios.

No se dan cuenta de que mientras su discurso político se les agota, la codicia de la que habla Petro se toma poco a poco sus frentes.

El presidente puede hacer las transformaciones sin el ELN.

La gran pregunta es si esta guerrilla que tanto habla de cambios va a subirse a ese bus para ayudar a sacarlos adelante o si va a persistir por secula seculorum pontificando e imponiendo su superioridad moral desde una lucha armada que se mueve cada vez más por la avidez y el billete.

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