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Colombia busca resignificar los monumentos de conquistadores españoles

La estatua de Sebastián de Belalcázar será reinstaurada en Cali con una placa que recuerda la “violenta conquista española”; la de Gonzalo Jiménez de Quesada, derribada durante las protestas de 2021, permanece en un museo de Bogotá

estatua de Sebastián de Belalcázar es derribada por indigenas colombianos
La estatua de Sebastián de Belalcázar, un conquistador español del siglo XVI, yace después de que los indígenas la derribaran en Cali (Colombia), el 28 de abril de 2021.PAOLA MAFLA (AFP)
Catalina Oquendo

La imagen del monumento a Sebastián de Belalcázar, derribado por un grupo de indígenas Misak, fue una de las más simbólicas durante las protestas colombianas de 2021. La caída de la emblemática estatua del conquistador español en la ciudad de Cali esparció un efecto que se sintió en Bogotá y marcó el paisaje urbano de estas ciudades. Cayó el Gonzalo Jiménez de Quesada del centro de la capital; la plazoleta de Los Héroes quedó sin el Simón Bolívar montado en su caballo; la avenida El Dorado sin el Cristóbal Colón de principios del siglo pasado, y sin la Isabel la Católica a su lado.

La alcaldía de Cali ha decidido reinstalar la estatua de Belalcázar en su pedestal, pero con una placa que recuerda la “violenta conquista española”. Y con ello vuelve a abrirse el debate con varias preguntas ¿es suficiente una placa?, ¿qué hacer con los monumentos derribados?, ¿dónde ponerlos?, ¿cómo resignificar su historia?

Cali ha optado por una vía intermedia que no ha dejado contentos a los indígenas. El decreto que ordena la reinstalación del monumento indica que la placa debe incorporar “en contexto todas las circunstancias históricas positivas y negativas del personaje de tal manera que revele la verdad de su ser histórico” y “reconozca a las víctimas de la conquista española”. Junto con la reinstalación, se construirán otros monumentos afros e indígenas en diferentes lugares de la ciudad.

El texto se construyó entre la Academia de Historia del Valle y el Instituto de Antropología e Historia, Icahn, que fue consultado sobre las comunidades indígenas que estaban en la zona para la época de la llegada de Belalcázar. No lo escribieron directamente los indígenas, aunque según Leonardo Medina, el secretario de cultura encargado de Cali, recogieron las peticiones de las comunidades y también de los afro que participaron en diálogos previos. La decisión tampoco ha dejado satisfechos a los “hispanistas puros” que lo ven como una afrenta.

“Consultamos también medidas conservacionistas y se abrió el diálogo, pero tuvimos en cuenta también que hay una parte de la sociedad que ha pedido que el monumento debe estar donde se decidió en 1937″, explicó el secretario. La decisión pasó también por el hecho de que se trata de un hito turístico de la ciudad, parte de la postal de los caleños y que cambiarlo, implicaría modificar un acuerdo del Concejo municipal de la década del 30 y cambiar el Plan de Ordenamiento Territorial de la ciudad. La estatua fue elaborada en España por el escultor Victorio Macho, se ubica en un mirador sobre la ciudad.

El pulso por este monumento es también el del reflejo de las tensiones en una región de Colombia donde hubo confrontaciones entre civiles armados y grupos indígenas durante las protestas y afloró el racismo. Aunque aún no la instalan, la comunidad Misak ya anunció acciones “legales” para mantener el pedestal vacío. “Rechazamos la acción de instalar nuevamente la estatua del genocida de Belalcázar o Sebastián Moyano con un baño de agua tibia que es una placa que apenas nos reconoce”, dijo a EL PAÍS Luis Ussa Yau, Gobernador del cabildo indígena universitario de la Universidad del Valle. También consejero municipal de Juventud de Silvia, Cauca, dice que intentarán las vías jurídicas, pero que si estas no tienen efecto emprenderían las “legítimas” - que incluyen, como han decido en colectivo, volverla a tumbar.

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Belalcázar es considerado también el fundador de la cercana ciudad de Popayán. Allí también fue derribada una figura suya ubicada en lo alto del morro de Tulcán, un monte que es considerado lugar de memoria entre los indígenas. El movimiento de Autoridades Indígenas del Suroccidente escenificó allí un “juicio” en el que acusaban al conquistador español de genocidio, despojo y acaparamiento de tierras, así como desaparición física y cultural de los pueblos indígenas.

Gustavo Petro
Indígenas colombianos derribaron y decapitaron una estatua del conquistador español Sebastián de Belalcázar en Popayán (Colombia), el 16 de septiembre de 2020. STRINGER (Reuters)

En esta ciudad el proceso ha sido diferente. Se han unido las comunidades indígenas con la Universidad del Cauca y el monte fue declarado patrimonio inajenable de la comunidad Misak. Debido a ese diálogo, la idea de reinstalar la estatua está “prácticamente descartada”, dice Ussa.

Gonzalo Jiménez de Quesada, lejos del pedestal

Bogotá ha optado por llevar las figuras derribadas a los museos. Desde que la estatua del conquistador Gonzalo Jiménez de Quesada, fundador de la capital, fue lanzada contra el suelo de la plazoleta del Rosario ha estado lejos de los pedestales. En 2021, la imagen de su rostro contra el piso y las banderas guambianas, de los pueblos indígenas del Cauca, dieron paso a una serie de mesas de diálogo y un ritual en el que la comunidad Muisca le dio sepultura simbólica. En el solsticio de invierno le hicieron una caminata fúnebre para “perdonarlo, dejarlo partir y cerrar cicatrices”.

Desde entonces, el monumento permanece en un jardín lateral del Museo de Bogotá, sin pedestal y con las evidentes muestras de la caída. “La restauración fue museográfica. No está completo, lo dejamos así con los daños porque el Gonzalo es un documento donde se pueden leer las huellas de su historia. Quisimos conservarlo así y continuar dialogando”, explica Patrick Morales, antropólogo y director del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural de Bogotá (IDPC). Se refiere a encuentros con más de 1.210 personas, entre estudiantes, comunidades indígenas y hasta militares que han pasado por el museo para ahondar en su historia. Morales dice que los museos son escenarios tranquilos para “debates difíciles de pasados difíciles”.

En el Museo de Bogotá también están las losas recuperadas del Monumento a Los Héroes, que se convirtió en uno de los mayores escenarios de las protestas en la ciudad. El Instituto de Patrimonio logró recuperar algunas losas con los grafitis de diferentes grupos sociales y a final de este mes serán instalados en la sala dedicada a la memoria de la protesta del Museo de Bogotá. “Creemos que no es solo el monumento, sino que es un dispositivo simbólico más complejo. Interpelamos, más allá de el Gonzalo, la visión de monumentalidad, por eso elegimos el diálogo”, dice Morales.

La decisión de Bogotá es una de las muchas opciones que se desarrollan en el mundo ante las nuevas preguntas acerca de la historia que generan los monumentos. En países como Bolivia han permitido la intervención de monumentos como el de Isabel la Católica, que terminó vestida con una falda de chola; en México retiraron la escultura de Cristóbal Colón en el emblemático Paseo de la Reforma y cambiaron nombres de algunas calles y figuras de la conquista española; en Estados Unidos retiraron los monumentos de los confederados.

Gustavo Petro
Estatua de Gonzalo Jiménez de Quesada en el Museo de Bogotá.Juan Camilo Cuervo (MUSEO DE BOGOTÁ)

El Gobierno de Gustavo Petro aún no decide qué hará con las figuras que retiró el expresidente Iván Duque. Durante el estallido social y ante el derribamiento, el exmandatario decidió trasladar algunos de los monumentos instalados en el país desde 1920 a la estación de trenes de La Sabana. El Ministerio de Cultura actual ha respondido que desarrollan un proyecto en colaboración con la Universidad Nacional y “están revisando en detalle”.

Nadie tiene una única respuesta para el debate del pasado. Mientras Cali los resignifica y en otros países los retiran. Los indígenas también se lo cuestionan. “Claro, también nos preguntamos. ¿Qué hacer con la estatua derribada? no podemos negar que hacen parte de la historia del genocidio, no la podemos desaparecer porque estaríamos borrando nuestra historia”, dice Ussa, para quien la mejor alternativa es instalarlas en los museos. “Para que las nuevas generaciones no se olviden de nuestra historia”, dice el consejero indígena para quien el caso de Bogotá es una muestra de voluntad política.

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Catalina Oquendo
Corresponsal de EL PAÍS en Colombia. Periodista y librohólica hasta los tuétanos. Comunicadora de la Universidad Pontificia Bolivariana y Magister en Relaciones Internacionales de Flacso. Ha recibido el Premio Gabo 2018, con el trabajo colectivo Venezuela a la fuga, y otros reconocimientos. Coautora del Periodismo para cambiar el Chip de la guerra.

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