Isleña Antumalen: perreo con sabor a maqui
La artista mapuche de 25 años presenta un ‘debut’ explosivo en el que reflexiona sobre su identidad, los frutos que la naturaleza le regala, el amor y el sexo. También defiende, junto a su comunidad, el ecosistema de su Isla Huapi, en el sur de Chile
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Isla Huapi es una localidad del sur de Chile, a 900 kilómetros de Santiago, en la que, probablemente, sea posible observar todas las variedades de verde y azul que el ojo humano puede detectar. La artista Isleña Antumalen, de origen mapuche, nacida y criada en la isla, describe ese territorio como magia. “Primero, porque es muy hermosa, pero también porque tiene una energía especial. Está en medio del lago Ranco, también muy cerca del lago Maihue y de la Cordillera de los Andes. Toda el agua nace de la montaña. La isla toma esa energía del agua y muchas personas conectan allí con cosas. Les pasan cosas, sueñan o lloran. Creo que es un lugar muy espiritual y creo que por eso he podido hacer canciones”, dice.
Antumalen Ayelen Antillanca Urrutia es su nombre bajo los escenarios. Tiene 25 años, es estudiante de Antropología y acaba de debutar con su disco Ñaña, publicado a través de Everlasting Records en España. Esta palabra —ñaña— muy difícil de escribir con un teclado de computadora gringa, en mapudungun significa hermana y el concepto certeramente se dibuja a través de todas las canciones del álbum, que suenan a la acción de tender una mano para cruzar el lago volando hasta sus parajes. Una invitación a conocer las bondades y dificultades que una joven de Isla Huapi vive día a día y la confirmación de que esa cotidianidad y esas reflexiones no son tan diferentes a la de jóvenes en otras latitudes del continente.
El relato se completa con rap, dembow, soul y reguetón, por nombrar solo algunos estilos de este cóctel con sabor a maqui —esas bayas riquísimas de intenso púrpura— y con aroma a la planta del poleo. En estas canciones hay historias de amor, aventuras en fiestas, despecho romántico, lucha, política y filosofía. “Cada canción es un concepto en sí y me hace sentir satisfecha porque antes que cantante, siempre he sido una poeta”, decía la artista en la presentación de su disco a la prensa, con la seguridad que solo entrega la claridad en las decisiones que una persona toma. Un atrevimiento que la ha llevado a componer temas poderosos tanto en su discurso como en su habilidad para prender una pista de baile.
Y como poeta, la unión de las palabras en sus canciones tienen una intención. “Creo que en la música urbana se repiten mucho las temáticas y yo quería entregarle al mundo una propuesta distinta”, dice. La Isleña, como se la menciona en el cada vez más grande boca a boca, deseaba que la gente que la oyera conectara con, quizás, lo más fundamental en su vida: la relación con la naturaleza. “Es donde he crecido. Y existen estos elementos hermosos. Por ejemplo, el maqui es tan genial, tan antioxidante, tan rico. Literalmente puse eso en la canción [Maki]. O el poleo, que es esta planta aromática muy propia del Wallmapu y de la isla, que crece solo en verano”.
Antumalen dice que el único motivo que la llevó a hacer música fue “no ver a mujeres en los escenarios de las tocatas de rap a las que iba. Yo decía ¿pero cómo? ¿Dónde están las mujeres? Porque veía a quince hombres pasar por la tarima y ninguna mujer. Ahí me di cuenta de eso, entonces me lancé. Empecé a rapear y encontré mi flow muy rápido”, explica.
En medio de nuestra conversación, le dije que su canción Ñaña descoloniza tu belleza me parecía muy importante. Un tema que musicalmente recuerda a una Lauryn Hill gigante, segura y poderosa, pero que a su vez, por su lírica, es un tema poseedor de una vivencia muy situada, lo contrario a lo genérico, alejándose por completo de un ejercicio de estilo. Aquí Isleña nos invita a pensar en nuestras ancestras, en la violencia que han recibido nuestras abuelas, madres y todas las mujeres a lo largo de la historia. Una violencia estructural que va desde la machista, física, hasta la que se nos mete casi por osmosis: el castigo impuesto (y finalmente autoimpuesto) por la imposibilidad de cumplir con los cánones de belleza.
“Yo crecí con esos paradigmas, que hay que ser rubia, blanca y flaca y que nosotras no cuadramos con esos estándares”, dice. Así que un día fue al lago y allí escribió esta canción muy rápido, con la urgencia que solo se tiene cuando has podido ver todos los lados de la situación como si fuera un poliedro conocido desde que tienes conciencia. “De una”, dice, compuso la letra y la melodía. “Se trata de una ñaña hablándole a otras mujeres. Creo que hoy en día se están valorando más las raíces originarias o quizás es porque yo estoy inmersa en este mundo y no es realmente así en otros contextos, pero hay un reconocimiento a la belleza indígena. Hay que hablarlo, hay que decir que somos lindas”. Todas mis ñaña de todos los pueblos originarios del abya-yala / desde wallmapu hasta las tierras maya / ñaña descoloniza tu belleza, dice el tema. Una invitación.
Además de hacer música que revive cuerpos y espíritus, Antumalen es también activista por las aguas libres desde que era una adolescente. “¿Sabías que en la Isla Huapi no tenemos agua potable?”, me preguntó. “No, no lo sabía”, respondí, con una mezcla de vergüenza por mi ignorancia y también una rabia que ya conozco. Esa que viene de saber que aquella ignorancia también es producto de una violencia estructural que sufre el pueblo mapuche en mi país, por parte del Estado, las elites y, muchas veces, también desde los medios de comunicación.
“Y mi premisa es la siguiente / Que se escuche desde aquí hasta el medio oriente / Y mi sueño es verdadero / Tan real como el maqui rico en febrero / Yo quiero andar en Wallmapu sin carnet”, canta en Wallmapu sin carnet, una de las primeras canciones que escribió, sobre la violencia política por parte de los agentes del Estado al pueblo Mapuche y también a su territorio, el Wallmapu. Un deseo muy simple aparece en el título —recorrer el lugar en el que vive sin tener que portar su identificación— y situaciones muy reales y complejas son las que se relatan en el cuerpo de la canción. “La escribí cuando era más pequeña y desde la rabia. Con el tiempo me di cuenta de que también se puede abordar esto de distintas maneras, que no solo tiene siempre que ser desde la rabia o el enojo por las injusticias del mundo, que también es legítimo. Yo creo que este disco es el retrato de lo que he sido hasta ahora. Soy mapuche y vivo en una isla en donde todavía no tenemos acceso a agua potable. Creo que es valioso abordarlo en la música, porque siento que los chicos muchas veces tienen miedo de hablar de lo político porque piensan que los van a encasillar”.
La artista y la activista viven en ella en partes iguales y de forma indisoluble. Así ha sido por años y sin duda seguirá de esa forma. Antumalen es parte de Epu Lafken Mapu que significa “la tierra de dos lagos” y se trata de un colectivo de científicos y familias mapuche-huilliche formado en el año 2020 desde Isla Huapi junto a otras comunidades de Rupumeica, Maihue, Riñinahue, Calcurrupe, Caunahue, Pumol y Futrono, para proteger los lagos, que además son su fuente de abastecimiento de agua. La mayoría de sus integrantes son mujeres mapuche, me cuenta, y se han dedicado a realizar análisis de la calidad de las aguas y también de las especies de flora y fauna que las habitan.
“Hemos levantado toda esta información territorial para que cuando quieran llegar la piscicultura y las centrales hidroeléctricas, nosotros no alineemos a la normativa medioambiental y demostremos que allí no se pueden instalar, porque alterarán los parámetros que hemos tenido como resultados de las mediciones. Lamentablemente tuvimos que empezar a hablar en términos científicos porque si explicamos que en el agua hay un espíritu, que existe una cosmovisión indígena, la gente no lo respeta. Entonces, dijimos, ya, hablemos en términos que esta gente y la legalidad chilena entiendan, aunque son muy pocas las leyes en Chile que protegen los ecosistemas. Hemos crecido mucho y ha sido un trabajo muy lindo”, explica.
Un trabajo arduo que recoge el cortometraje Si el río suena: Isleña Antumalen, que se encuentra dentro de la selección oficial del Festival de Cine y Documental Musical In-Edit Chile y que será posible ver en salas durante las primeras semanas de diciembre. En esta película, Antumalen y su colectivo organizan un festival para reunir a su comunidad en torno a la defensa de las aguas, denuncian la intervención de los lagos y plantean las problemáticas a las que se encuentran vulnerables. Allí cuenta, por ejemplo, que su hermoso lago Ranco tiene más de diez islas y que la Isla Huapi es la única poblada, hace siglos, por comunidades Mapuche con actualmente mil personas. Además, dice que “las islas vecinas son islas tristes”.
Por un lado, tienen una isla que es propiedad de la familia Edwards, un clan muy poderoso en Chile, dueño de, entre otras empresas, el grupo de comunicación El Mercurio. Por otro lado, menciona a “la isla de los ciervos”, que pertenece a los Rockefeller y que sirve como coto de caza de ciervos. También está la isla Chingue, vendida a una inmobiliaria por 312.000 dólares, aproximadamente, y basta recorrer unos metros para llegar a la orilla del lago y ver las segundas viviendas de las familias más pudientes del país, como la del fallecido expresidente Sebastián Piñera. “Somos el patio de los ricos”, se le oye decir.
Ñaña y el colectivo Epu Lafken Mapu viven dentro de Antumalen. Las aguas le regalaron la magia para hacer canciones y con su comunidad seguirá defendiéndolas.
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