Los rebeldes pasan a la ofensiva tras los ataques aliados al Ejército libio
Duros combates en Ajdabiya, al este del país, y en Misrata, al oeste
No pudieron ser más oportunos los ataques de la aviación francesa. El sábado, al anochecer, los pilotos lanzaron los primeros misiles cuando las tropas de Muamar el Gadafi, sus tanques, y blindados marchaban hacia una temblorosa Bengasi. La tenían a la vista. Y de hecho, el domingo, pistoleros del dictador libio sembraron el pánico indiscriminadamente en suburbios de la capital de Cirenaica. Ahora sus leales están de retirada. Lentamente. Tan despacio como avanzaron durante tres semanas. Sin embargo, en esta ciudad, aparentemente liberada, la situación se pudre por momentos. Al conflicto convencional se añade ahora una guerra sucia que libran los matones y francotiradores del tirano, que causan estragos. Los civiles heridos de bala llegan por decenas a los hospitales, las explosiones y disparos esporádicos se oyen todo el día. Nadie se siente seguro, porque es imposible encontrar a alguien que se declare partidario del régimen. Pero los hay. Y no son pocos.
Los leales a Gadafi utilizan a algunos civiles como escudos humanos
Si será grave la coyuntura que Abdelhafiz Ghoga, vicepresidente del Consejo Nacional, el Gobierno de los sublevados, ofreció ayer una amnistía -impensable hace nada- a los fieles a Gadafi que se entreguen hoy. Para aplastar estos ataques terroristas en zonas urbanas de poco sirven los aviones aliados. Las tropas de Gadafi no ceden en su orgía violenta, y parece que han optado por una guerra de desgaste. Comenzaron ayer a emplear un recurso eficaz, pero que demuestra que su inmensa ventaja militar -desaparecido el dominio del cielo y enfrentados a milicianos dispuestos al sacrificio- ha disminuido.
Vecinos de Misrata (a 200 kilómetros al este de Trípoli) denunciaron a Reuters que los uniformados fieles al dictador emplearon ayer escudos humanos para protegerse en el corazón de esta población. Mataron a balazos a 40 personas, según France Presse, que caminaban entre una multitud para impedir el avance de los tanques. Una carnicería más que sigue el patrón de la perpetrada días atrás en Zauiya, muy cerca de Trípoli, hasta que los rebeldes capitularon. Preveían esta pesadilla los portavoces de los insurrectos, que ruegan a Occidente que nutra su arsenal para mitigar su notoria inferioridad militar.
En el campo de batalla, los militares del autócrata llevan, de momento, las de perder. Es evidente que la ayuda de la coalición internacional es crucial para los sublevados. Los cazas franceses golpearon de nuevo ayer de madrugada, y los insurgentes ganaron terreno. [Los aliados, en la madrugada de hoy, atacaron dos sistemas de radar en bases del régimen cerca de Bengasi]. Los combates en Ajdabiya, a 160 kilómetros de Bengasi, presagian que será la primera ciudad que recuperarán los rebeldes en el largo trecho que pretenden recorrer hasta Trípoli. "One, two, three, merci Sarkozy", gritaban, mezclando inglés y francés, un par de centenares de vecinos ante las cámaras de Al Yazira, la cadena catarí convertida en héroe para estas personas que solo 24 horas antes, con el enemigo a sus puertas, temían el final.
La estrategia cada vez más virulenta de Gadafi alienta un aislamiento que tiene antiguas raíces. Además de los frecuentes desplantes a los líderes árabes, Líbano le imputó en 2008 por la desaparición en Trípoli en 1978 de Musa Sader, un prestigioso clérigo chií iraní. En 1977, el llamado Hermano Líder lanzó una guerra contra Egipto; expulsó a decenas de miles de palestinos en 1995 después de que la Organización para la Liberación de Palestina emprendiera la negociación con Israel; Arabia Saudí acusó al régimen del coronel de urdir en 2003 un intento de asesinato del rey Abdalá...
Abandonado por la inmensa mayoría de los países árabes -solo Argelia y Siria rechazaron sumarse a la resolución 1.973 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas-, Gadafi apenas podría contar con algún aliado político. Pero difícilmente podrá recibir armamento. Sin embargo, sabido que la resolución de la ONU no persigue derrocar el régimen, la guerra puede prolongarse semanas o meses en varias ciudades. Porque un golpe de Estado inspirado desde el interior del régimen es una opción que nadie contempla en Libia.
El Ejército fue determinante para que Zine el Abidine Ben Ali huyera de Túnez, y, en Egipto, fue clave para que el hundimiento de Hosni Mubarak no fuera muy traumático. El Ejército libio nunca gozó del respaldo material y moral de Gadafi, que organizó brigadas paramilitares bien pertrechadas y entrenadas. "No hay posibilidad de que en la cúpula del poder se revuelvan contra el dictador, entre otros motivos porque los dirigentes temen represalias contra sus familias", comenta Nasser Haddar, un ingeniero informático que ahora anda con granadas en el bolsillo por las avenidas de Bengasi. "Morirán matando", sentencia.
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