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Crónica:A PIE DE PÁGINA
Crónica
Texto informativo con interpretación

En el bicentenario de Victor Hugo

Francia se apresta para celebrar, nacionalmente, el segundo centenario del nacimiento de Victor Hugo. Sucede con Hugo lo que con nuestros padres. A los catorce años, uno cree que su padre es un imbécil. A los cuarenta, uno se dice: '¡Pero cómo ha aprendido el viejo!'. En mi adolescencia, abandoné un día la lectura de Los miserables porque inicié la del Ulises de Joyce. Victor Hugo me parecía entonces imposible: anticuado, retórico, incapaz de estimular mi naciente imaginación novelística. A lo largo de los años, empezó a intrigarme una cuestión: ¿por qué, si tantos desprecios críticos merecía Hugo, seguía su obra tan viva, tan universal e, incluso, tan popular? ¿Era, en efecto, este fenómeno popular -el musical de Los miserables, el cartón animado de Notre Dame de París, las múltiples versiones cinematográficas de ambas- prueba de una irremisible mediocridad? ¿Tenía razón Jean Cocteau cuando famosamente contestó a la pregunta acerca de quién era el mejor poeta francés: 'Hélas, Victor Hugo'?

Hugo no sólo compite con Dios, ocupa el lugar de Dios

'¡Ay, Victor Hugo!'. Regrese a él por la vía de la comparación y de la generosidad. Temo que en la comparación con sus contemporáneos, Hugo salga perdiendo. No posee, como Lamartine, pienso en una obra como Les Harmonies, el poder de lo implícito. Ni la desesperanza estoica de Vigny en Le Mont des Oliviers. Y no es, como Musset, un Dios castigado que ignora las razones de su pena: una bondad ligera salvada por la intensidad de un amor perdido. Hugo, por lo contrario, es grande en lo explícito, es el anti-Lamartine. Si Vigny nos entrega, desesperado, una virtud agitada por tormentas incontrolables, Hugo es la virtud en lucha contra la tormentosa injusticia. Y si Musset es el Dios castigado por su liviandad emotiva, Hugo no sólo compite con Dios, ocupa el lugar de Dios. Y si en el origen de Dios está la palabra, en el destino de Hugo están las palabras, en plural, un verdadero arsenal de palabras que, nos dicen sus críticos, llenan la obra de Hugo hasta expulsar de ella al lector.

Más si las comparaciones le han sido desfavorables, la generosidad es activo puro en la vida y obra de Hugo. Participaba de esa apertura dadivosa de los románticos franceses, desmintiendo el tan denostado chovinismo de sus compatriotas. Abierto a España (su padre, Leopold Hugo, fue general napoleónico en la Península y conde de Sigüenza), a Inglaterra, a Alemania, Hugo representa bien al romanticismo francés como un internacionalismo con los ojos bien atentos a los cambios revolucionarios que se operan en Francia y en el mundo. El nuevo proletariado urbano, la aparición de una clase media de lectores inéditos, la revolución industrial, la necesidad de reformas sociales. Aparte de Balzac, que se declara reaccionario y legitimista, ¿quién le da su acento y su traslación literaria a esta temática, sino Hugo? Releyéndolo, me pareció injusta la acusación de autoglorificación. La expulsión de todo lo que no fuese 'Victor Hugo el loco que se creía Victor Hugo'. Confieso mi simpatía de izquierda hacia el internacionalista que defendió a México contra la ambición imperial de Napoleón III, Napoleón el Pequeño, y se exilió pagando una soledad, acaso, más grande, por ser hombre gregario, que la de los grandes aislados, Stendhal, Baudelaire, Mallarmé. Va mi simpatía hacia Victor Hugo el enemigo de la pena de muerte y la muerte en vida de la miseria, el promotor del sufragio universal y de la amnistía para los comuneros del 'año terrible', 1870, año de la derrota de Francia por la Prusia de Bismarck, seguido por el levantamiento popular parisiense de 1872.

Hay pues un Hugo político e histórico que, literariamente, escribe contra los usurpadores de una herencia de libertad revolucionaria que Hugo no desasocia de la gloria de la individualidad triunfante: la Revolución y Bonaparte. Acaso, Hugo intenta llenar los vacíos históricos entre rebelión colectiva e individualidad afirmativa, con la arrolladora fuerza verbal de una personalidad mutante, la propia del joven rebelde que libra y gana la batalla del romanticismo con el escándalo de su obra teatral, Hernani, en 1830, el anciano autor de las cartas de un abuelo capaz, al mismo tiempo, de escribirle a otro viejo amigo: 'Hoy he poseído a mi primera negra'. Desde el joven de enorme y abultada frente exclamando 'no temo a nada, soy necesario' hasta viejo de barba blanca inmortalizado en la fotografía de Nadar y la estatua de Rodin, capaz de exclamar simultáneamente, 'un viejo es un estorbo en el horizonte' y, a los 74 años, asegurar, 'apenas comienzo mi carrera'. Victor Hugo: un escritor que no podía, por urgencia humana y responsabilidad literaria, dejar en paz un solo hueco de la sociedad, la justicia, el amor...

Quiero decir que a través de la crítica contra el escritor y el elogio del ciudadano, pude regresar al fin a mi lectura interrumpida de Los miserables. ¿Merecía esta obra el desprecio de Baudelaire: 'Ese libro inmundo e inepto'. ¿Merecía el desdén de Lamartine: 'La más mortal y terrible pasión que se puede dar a las masas es la pasión de lo imposible'?

¿Tan inepto e inmundo era el relato de Jean Valjean, Javert, Cosette y Marius? ¿Y por qué no darle a 'las masas' la pasión de lo imposible: la pasión de la libertad y de la justicia? Y no es que Lamartine, menos que nadie, se opusiese a la libertad y a la justicia, aunque acaso, por creer en ellas, las consideraba posibles aquí y ahora. En tanto que Hugo -descubrí leyendo en serio Los miserables- sabía que libertad es luchar por la libertad y justicia luchar por la justicia, aun a sabiendas de que nunca alcanzaremos plenamente ni la una ni la otra. Con razón pudo Hugo decir al regreso de su expatriación voluntaria: 'He pagado con veinte años de exilio el austero derecho de oponerle a las furias un rechazo solitario'.

Encontré algo, mucho, más en la lectura madura de Los miserables que mi juventud joyceana no había percibido. Ese algo/mucho es la libertad narrativa. Si Cervantes fundó la novela moderna sobre la confusión y mestizaje de géneros (épica, picaresca, narraciones intercaladas, estilos e influencias narrativas multiculturales: cristianas, musulmanas y judías), Hugo repite esta hazaña con más libertad, más osadía, que el propio Balzac. La perfección formal de Stendhal o Flaubert es admirable y superior, acaso, a la desordenada vitalidad de Hugo. Pero la libertad con la cual, en Los miserables, se conjuran literatura e historia, periodismo y ensayo, la acción y la reflexión, la coincidencia melodramática y el destino trágico, la novela policial y la interrogante metafísica, las potencias de la libertad perseguida -Valjean- y las de la autoridad condenada -Javert-, más la libérrima creatividad, en contra de toda preceptiva estreñida, de detenerse durante cien páginas a narrar la batalla de Waterloo sin más incidencia en la trama central que el robo de Thenardier o pormenorizar la organización de los conventos en Francia durante 12 capítulos sólo para dar cabida al ingreso de Cosette, todo ello me llena hoy de admiración, me confirma que la novela es género de géneros y que las reglas de la urbanidad narrativa sólo están hechas para ser violadas.

Sí, en dos siglos, cómo ha aprendido el viejo.

'Ruinas', obra de Victor Hugo.
'Ruinas', obra de Victor Hugo.MAISON VICTOR HUGO

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