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Cientos de combatientes talibanes se rinden en su reducto de Kunduz a la Alianza del Norte

El general uzbeko Dostum y el tayiko Daud se enfrentan por el control militar de la ciudad

Guillermo Altares

La Alianza del Norte planificó la toma de Kunduz hace 12 días. Pero el tiempo ha pasado y tras más de una semana de bombardeos con B-52 estadounidenses, el último reducto talibán en el norte de Afganistán se ha convertido en un berenjenal político, militar y humanitario para el Gobierno provisional de este país. Ayer cientos de guerrilleros de las milicias radicales se rindieron a los dos comandantes enfrentados, aunque están en el mismo bando, que dirigen el asalto sobre la ciudad: el uzbeko Abdul Rashid Dostum y el tayiko Mohamed Daud.

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Decenas de vehículos cargados de talibanes abandonaron ayer Kunduz con su armamento, según constató la BBC, pero no hay constancia de la entrega de las armas por parte de los combatientes chechenos, paquistaníes y árabes que resisten en la ciudad de la que los civiles no paran de huir y en la que las tropas de la Alianza se disponían ayer a entrar en medio de duros combates.

'Unas 600 personas se han rendido. Ahora separemos a los extranjeros de los locales', ha afirmado Dostum, el general uzbeko que tomó Mazar-i-Sharif, conocido por su crueldad, de la que muchas veces se ha mostrado orgulloso públicamente. Según The New York Times, aviones paquistaníes están evacuando de Kunduz a los combatientes de esta nacionalidad.

'Por el momento no tenemos ningún plan para entrar en Kunduz', dijo ayer el viceministro de Exteriores del Gobierno provisional afgano, Atiqullá Baryalai. Pero las agencias internacionales presentes en Taloqán, desde donde se ataca Kunduz por el este, y en Mazar-i-Sharif, en el frente noroeste, hablaban de enfrentamientos e incluso de la entrada de algunas tropas en los alrededores de la ciudad.

En Afganistán, los comandantes locales tienen un poder enorme y no siempre obedecen las órdenes de un Gobierno provisional, lejano e inestable. Es posible que el tayiko Daud, reforzado políticamente tras sus éxitos militares en el noreste, pueda hacer caso a sus teóricos superiores en Kabul; pero el uzbeko Dostum, como ha ocurrido siempre, hace la guerra por su cuenta, aunque nominalmente forme parte de la Alianza del Norte.

El gran problema de Kunduz no está en los afganos que combaten con los talibanes -entre 10.000 y 20.000, según la Alianza, aunque el Pentágono rebaja la cifra hasta 3.000-, sino en los mercenarios extranjeros, muchos de ellos miembros de la red de Osama Bin Laden, Al Qaeda, que, armados hasta los dientes, se niegan a rendirse. Los afganos saben que, una vez que hayan entregado las armas y la situación se haya calmado, podrán marchar libremente; pero los extranjeros pueden enfrentarse a largas penas de prisión o a ejecuciones sumarias.

Según diversas informaciones, el mulá Faizal, principal comandante de la ciudad, estaría dispuesto a entregar la plaza; pero siempre que reciba garantías para los extranjeros que combaten en sus filas, algo que tanto Dostum como Daud se han negado a dar por el momento. Como ambos quieren ser los primeros en hacerse con la ciudad, es muy posible que opten por la vía militar y no hay que descartar que se produzcan enfrentamientos entre las tropas de los dos comandantes una vez que los talibanes se hayan rendido o hayan sido derrotados.

Para evitar acorralar al enemigo y obligarle a luchar hasta el final -una matanza no sería muy buena para las relaciones públicas de la Alianza a sólo tres días del comienzo de las conversaciones de paz sobre el futuro de Afganistán en Bonn-, un portavoz del Ministerio de Exteriores afgano, Amunalá Khan, ha asegurado que 'todos los prisioneros serán respetados y tratados conforme a las leyes de la guerra'.

Mientras, en la aldea de Maidan Shahr, situada a sólo 30 kilómetros de Kabul, en la ruta hacia Kandahar, los guerrilleros que resisten han llegado a un acuerdo con la Alianza para entregar sus armas hoy por la mañana. Según los líderes locales, no se trataría de talibanes, sino de pastunes que no se muestran muy dispuestos a aceptar un Gobierno tayiko en Kabul, algo que sólo ha ocurrido dos veces en los últimos 250 años de historia afgana. La Alianza asegura que una vez que hayan superado el obstáculo de Maidan Shahr, sus tropas seguirán marchando hacia Kandahar, aunque pueden encontrar decenas de aldeas rebeldes en el camino conforme vayan avanzando por territorio pastún.

En Mazar-i-Sharif, una periodista de la cadena británica de televisión ITV, Andrea Catherwood, de 34 años, resultó ayer herida en una rodilla al alcanzarle la metralla de una granada de mano con la que un soldado talibán prisionero se suicidó y mató a otros dos compañeros.

Deserción en Kandahar

Por otra parte, un miembro fundador del Gobierno talibán ha cambiado de bando y se ha unido a los líderes pastunes que desde hace varias semanas intentan que el mulá Omar se rinda y no haya derramamiento de sangre en Kandahar, informa Francisco Peregil desde Quetta.

El citado talibán, que ayer fue visto en la ciudad paquistaní de Quetta visitando la casa de un viejo líder pastún, declaró a la emisora pastún de la BBC que hay muchos talibanes moderados como él que se han dado cuenta de que el movimiento religioso empezó en 1994 con el objetivo de implantar la paz en el país y después se fue corrompiendo. 'El movimiento de los talibanes ha sido secuestrado por las mafias de la droga, por el terrorismo internacional y por el ISI (servicio de inteligencia paquistaní). No tiene ya nada que ver con lo que era entonces', declaró.

Agul Aghá, uno de los líderes pastunes más destacados, indicó ayer a través de un familiar, que sus tropas habían capturado pueblos que se encontraban a mitad de camino entre la frontera paquistaní y Kandahar. El también líder pastún Abdul Khalid señaló asimismo a través de un familiar que sus tropas tienen controladas las provincias de Farath y Nimruz.

El temor de todos los líderes pastunes, según diversas fuentes, no son los talibanes de Kandahar, sino los árabes afincados en la ciudad, quienes no estarían dispuestos a rendirse y no les importa nada la muerte de civiles.

JEROME DELAY (ASSOCIATED PRESS)

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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