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LA ISLA DE LAS TENTACIONES
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

‘La isla de las tentaciones’: ¿y si somos adictos al conflicto?

El programa es un test de estrés para los concursantes... y para los licenciados en Psicología y Filología Hispánica. El formato también es una prueba que suspende de forma rotunda ante la mirada feminista y con un sobresaliente en entretenimiento

Concursantes de la octava edición de 'La isla de las tentaciones'.
Concursantes de la octava edición de 'La isla de las tentaciones'.MEDIASET ESPAÑA
Ángeles Caballero

Villa Playa y Villa Montaña, las casas donde viven los y las participantes del programa de televisión La isla de las tentaciones, están situadas en la península de Samaná, en la República Dominicana. Suceden allí cosas increíbles, como que a ninguna de las mujeres se le enfosque el pelo a pesar de la humedad de la zona. Otras no lo son tanto, como que esa vida que llevan, una sucesión de fiestas que consisten en frotarse el tercio inferior del cuerpo, tenga sus consecuencias.

Por ejemplo, esa obsesión por hacernos creer que no lo han pasado mejor jamás, cuando lo que sucede por dentro es que tu novio, Anita, te va a poner los toriles con la rubia que le ha puesto miel en el torso para, cual loba sin Caperucita, lamerle bien. O que tú, Anita, estés más caliente que una plancha porque Manuel, el tentador que te ha puesto el programa, sabe que esa mezcla de supuesta ternura y comprensión hacia tus problemas tiene como único fin llevarte a la cama.

La isla de las tentaciones es uno de los formatos de Mediaset con mejor respuesta de la audiencia. Desde que empezaron en enero de 2020, la que se emite es la octava edición de un concurso donde las parejas quieren poner a prueba su amor. Un test de estrés para ver si doman sus hormonas ante la tentación y merece la pena seguir adelante con lo suyo.

Lo suyo que, en general, ya viene viciado de casa. Con relaciones en las que hay más desconfianza que tatuajes y horas de gimnasio, donde se identifica el amor con el control, donde ellas aparecen como histéricas a la primera de cambio, donde ellos parecen mastuerzos incapaces de resistirse a un escote turgente. Un formato adictivo, irresistible, editado con maestría, que sigue enganchando a un público que lo comenta de forma voraz en redes sociales. A veces con risas y guasa, a veces totalmente en serio.

El programa también es un test de estrés para licenciados en Psicología y Filología Hispánica. Frases que son caramelo y de las que se pueden sacar infinitas conclusiones. “Cuando quiero algo, lo tengo”, dicen de forma rotundísima. “Lo que tenga que pasar pasará”, se dicen unos a otros para avisar de lo que viene.

Van a la isla dejando muy claros cuáles son los límites que su pareja no debe cruzar. Que a veces es una simple mirada o una sonrisa. Otras, actitudes descritas con precisión de cirujano, como cuando Alba le reprocha a gritos a su novio Gerard, que se ha subido a los hombros a una de las tentadoras: “¿Tú ves normal un coño en tu nuca?”. O que el tal Gerard le conteste, cuando le ha dado una cita a una ex amiga de su novia: “Quiero que aprendas, porque tú no me tienes que dar órdenes”.

El formato también es una prueba que suspende de forma rotunda ante la mirada feminista y con un sobresaliente en entretenimiento. “Es mierda de la buena, a pesar de lo que transmite de la heterosexualidad. Ese estereotipo de mujer castradora, insegura, y manipuladora, y esa masculinidad patriarcal e infiel por naturaleza. Chico, que yo también veo culos y no voy detrás. Si no respetas a tu pareja, pues no tengas pareja”, afirma María Castejón, profesora y crítica de cine y autora del libro Rebeldes y peligrosas. “Transmiten todo lo horrible del patriarcado en su máxima expresión, toxicidad en prime time, pero es puro entretenimiento, no conviene demonizar. ¿Te acuerdas de Contacto… con tacto, el programa que presentaba Bertín Osborne?”, añade.

Cómo olvidarlo. Como Confianza ciega, emitido por Antena 3, Mujeres y hombres y viceversa, ¿Quién quiere casarse con mi hijo?, Un príncipe para Corina y I love Escassi, emitidos por Mediaset. Concursos medidos con unos patrones muy parecidos. Heterosexualidad, clichés, erotismo camuflado con galantería. “Es muy risueña” y “me da mucha paz”, dicen de sus pretendientas algunos de los participantes de La isla de las tentaciones, por no decir que simplemente están buenísimas y que se sienten atraídos por ellas.

O esa forma de empoderamiento y autoestima tan peculiar. “Si tú no te quieres a ti misma quién coño te va a querer. Eso lo he aprendido yo a base de guantazos, por eso soy el mujerón que soy”, dice una de las participantes del programa. Hombres de verdad, mujeres de verdad, amores para toda la vida. “Nos hemos tatuado la palabra ‘sempiterno’ porque nuestro amor es como el mar, tiene un principio pero no tiene un fin”, dice Ana, que ya ha salido de la isla con su novio Fran y ambos deberían, además de quererse bien, saber que el mar es finito.

El programa, asegura Cristina Hernández, directora del Instituto de las Mujeres, se basa y se alimenta de los celos y del control, que “es expresión de relaciones no igualitarias y violentas. Alimentan el mito del amor romántico y trasladan un modelo de relaciones heteronormativo, encajado en determinados modelos vinculados con el cuerpo”. Porque la homosexualidad, de momento, es un umbral porque el que pocas cadenas están dispuestas a pasar, y menos con escenas de sexo explícito.

“Desde el punto de vista sociológico, siempre hemos sido muy fans del cotilleo. Por eso es un formato que satisface a esa gran masa de público que se ha formado con Sálvame y también a la generación TikTok, que le da tanta importancia a la imagen y a la gente atractiva”, cuenta Javier Calvo, profesor en el grado de Comunicación Audiovisual de la Universidad de San Jorge, en Zaragoza.

La imagen y el enfrentamiento como estímulos. “Nos divierte ver cómo sufren. En ese programa ves lo peor del ser humano, pero en la tele funciona porque nos gusta el conflicto y el componente erotizante ayuda”, explica el periodista Juanma Fernández, analista de televisión, que es partidario de emitir este tipo de contenidos para hacer pedagogía. “El programa enseña que esa toxicidad está muy presente, que sigue habiendo gente con hambre de fama, y no podemos olvidar que hay gente que fantasea con ese tipo de vidas”, añade.

Que las hay, que sueñan con eso de forma legítima. Son nuestros amigos, nuestros vecinos, somos nosotros. Javier Calvo recuerda cuando acudió como público hace años a uno de los debates de La isla de los famosos durante la participación del actor Nacho Vidal. “Ahí me di cuenta de la cantidad de gente entregada a lo que le sucedía a este señor, y me permitió salir de la burbuja. Porque el debate popular transita sobre este tipo de temas, la gente en la calle habla de lo próximo, y Telecinco ha sabido hacer una cosa muy bien: forjar una vía de ascenso social económico a través de estos programas”, cuenta.

La tele como altavoz, la tele como medio de comunicación que tiene su responsabilidad con la sociedad, la tele como “arma cargada de futuro en un país donde la alfabetización audiovisual brilla por su ausencia”, afirma María Castejón. En un país donde el artículo 14 de la Ley orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género dice: “Los medios de comunicación fomentarán la protección y salvaguarda de la igualdad entre hombre y mujer, evitando toda discriminación entre ellos”.

“La televisión tiene una capacidad importante de generar discursos y narrativas. Detrás de las risas que nos podemos echar con este tipo de programas hay un modelo de relación violento e irrespetuoso. Necesitamos una televisión con responsabilidad social y comprometida”, dice Cristina Hernández, del Instituto de las Mujeres, que añade: “No es que las feministas seamos unas amargadas, es que la violencia contra las mujeres no nos hace reír. Promueven un modelo muy estrecho de mujer, y somos mucho más anchas”.

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