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Medio siglo de cine británico a todo trapo

Un trepidante documental en cuatro partes revisa la tradición fílmica del Reino Unido desde el Free Cinema y la irrupción en la pantalla del realismo social hasta la década pasada

Fotograma de 'La vida de Brian'.
Fotograma de 'La vida de Brian'.

Repasar la historia de una cinematografía nacional implica concretar antes qué supone asignarle una nacionalidad a una película. Así lo entiende Jon Spira, el guionista y director de Britania de cine, y así arranca esta docuserie cuyos cuatro capítulos están disponibles en Movistar Plus+, con un intento de definición de lo que es el cine británico que Spira le pide a algunas de sus mayores luminarias: Ken Loach, Mike Leigh, Stephen Frears, Sally Potter, Terence Davies... Y la definición presenta problemas, como admiten la mayoría de ellos. Aunque hay películas indiscutiblemente británicas, como las hay indiscutiblemente francesas, italianas o españolas. Y, como el mismo autor admite, lo que le interesa, más allá de los matices y las delimitaciones más o menos estrictas de su objeto de estudio, es “la historia de un cambio, del paso de lo viejo a lo nuevo”.

De ahí que su recuento empiece con la sacudida que supusieron a finales de los cincuenta el Free Cinema y la nueva ola británica. Es decir, la irrupción del cine social de hechuras realistas, verdadero hilo conductor de un recorrido comparable con Un viaje personal a través del cine americano con Martin Scorsese (1995), del propio Scorsese y Michael Henry Wilson; Mi viaje a Italia (1999), también del cineasta neoyorquino, o Las películas de mi vida (2016), el repaso a la historia del cine francés con el que clausuró su carrera Bertrand Tavernier. Aunque el tono de la propuesta, juguetona, irónica y desde luego trepidante, la acerca más a los documentales del crítico Mark Cousins, sobre todo a su catedralicia La historia del cine: una odisea (2011), o incluso a Not Quite Hollywood: The Wild, Untold Story of Ozploitation! (2008), el descacharrante homenaje de Mark Hartley al cine de género australiano.

La serie de Spira tiene, eso sí, diferencias sustanciales con los documentales de Scorsese, Tavernier o Cousins. Si estos se centran en el análisis de algunos de los grandes maestros y sus obras, Britania de cine no tiene empacho en hablar no solo de filmes y cineastas capitales, sino también del celuloide más popular, incluso el peor, que a menudo sostiene la industria, y que también da forma a la historia del cine. Y además aborda los condicionantes empresariales y políticos que hacen posible que se hagan unas películas y dificultan, o imposibilitan, la vida de otras: de la decisión del beatle George Harrison de hipotecar su casa para salvar La vida de Brian (Terry Jones, 1979) a la compra del 40% de los cines británicos por parte de la Cannon, la inefable compañía que en los ochenta facturó lo que no está escrito gracias a inolvidables bodrios al servicio de Charles Bronson, Chuck Norris y otros sonrojantes justicieros.

Spira, que delega la narración en el cómico Nick Helm, parte de los cortometrajes de Lindsay Anderson, Karel Reisz, Tony Richardson y Lorenza Mazzetti proyectados en febrero de 1956 en la sesión en la que se dio lectura al primer manifiesto del Free Cinema y de Un lugar en la cumbre (Jack Clayton, 1958), kilómetro cero de la nueva ola británica, y llega hasta Four Lions (2010), la negrísima sátira de Christopher Morris sobre un grupo de desharrapados convertidos en yihadistas, y la trilogía del Cornetto —integrada por Zombies Party (2004), Arma fatal (2007) y Bienvenidos al fin del mundo (2013)— con la que Edgar Wright maridó la rica tradición fílmica británica de la comedia de costumbres con los códigos del blockbuster hollywoodiense más abracadabrante. Cinco décadas y media de cine condensadas en algo más de cuatro horas amenas y vertiginosas gracias a un apabullante trabajo de montaje salpimentado de consideraciones tal vez no tan atrevidamente heterodoxas como muchas de las de Cousins, pero sí sugerentes y filosas.

Simone Signoret y Laurence Harvey, en 'Un lugar en la cumbre'.
Simone Signoret y Laurence Harvey, en 'Un lugar en la cumbre'.

Así, Spira sintetiza la distancia entre el cine británico y el de Hollywood comparando Ghost (Jerry Zucker, 1990), el melifluo romance de corte fantástico que disparó la cotización de Patrick Swayze, Demi Moore y la alfarería, con el debut de Anthony Minghella, Truly, Madly, Deeply, estrenada el mismo año y que comparte premisa argumental —una mujer pierde a su marido y el fantasma de este vuelve para seguir cuidando de ella— pero no puede ser más diferente; reivindica, además del realismo socialmente comprometido, el cine de género —Spira ya dedicó un documental, Elstree 1976 (2015), a los extras que hicieron de storm troopers en el rodaje de La guerra de las galaxias y otro, Hollywood Bulldogs: The Rise and Falls of the Great British Stuntman (2021), a la rica tradición británica de especialistas en escenas de riesgo—; epitomiza en Hugh Grant y el tipo de películas que le consagraron el motivo por el que cineastas con debuts prometedores en el terreno de la acción y la ciencia ficción en los noventa no hicieron carrera en las islas, y dedica suculentas pullas al cine de mansiones y tacitas y a Richard Curtis, el hombre que creó a Mr. Bean y escribió Cuatro bodas y un funeral (1994) antes de debutar tras la cámara con Love Actually (2003).

Hugh Grant y Andie McDowell, en 'Cuatro bodas y un funeral'.
Hugh Grant y Andie McDowell, en 'Cuatro bodas y un funeral'.

Se echa de menos, eso sí, alguna andanada a Ken Loach, cuyas intenciones a menudo han camuflado las insuficiencias de su puesta en escena, pero era de esperar teniendo en cuenta que tal vez la suya sea la mejor de las respuestas que se dan en la serie a la temible pregunta de qué es una película británica: “Es aquella que surge de la cultura, las vivencias, las historias, el humor y la forma de vida de las personas de esta tierra”. Y también habrá quien eche de menos, ni que sea como objeto de chanza, al incompareciente Kenneth Branagh.

Spira pone el punto final tras la decisión en 2010 del Gobierno de David Cameron de disolver el UK Film Council, el organismo público que durante una década ejerció de potente motor de la cinematografía británica, y advierte de que la historia del cine de los últimos años ya es otra porque pertenece más a las plataformas que a las salas. Su documental arroja una de las paradojas más sangrantes de esta era dominada por el algoritmo y la sobreoferta de películas y series en streaming: la mayoría de títulos citados en la serie, sean filmes relevantes o curiosidades, no están aquí y ahora disponibles en ninguna plataforma.

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