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Columna
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Retorno

Veo el primer capítulo de la precuela de ‘Juego de tronos’ y nada me resulta sorprendente en ella, pero sí, vulgar, indigno de lo que fue una serie justificadamente mitológica

Milly Alcock, en 'La casa del dragón'.
Carlos Boyero

Huyendo de ese calor que no solo te empapa sino que también atormenta al frágil estado de nervios y a la pesadumbre, viajo a distintos lugares del norte para alimentar la amistad ancestral con mi gente. Las conversaciones son gozosas e igualmente los compartidos silencios. La visión del mar y de las montañas, poder dormir como Dios manda e incluso la presencia de hipnóticos bebés adquieren facultad de bálsamo. Y en ninguna de esas casas se enciende la chillona, histérica, y apocalíptica televisión. Los adultos que me rodean, aunque dispongan de las nuevas tecnologías, solo las utilizan lo justo. No es preciso ni grato seguir al minuto las agobiantes y temibles noticias del mundo. Y como en esos hogares hay de todo lo bueno, evito salir a las calles para que me embistan los ejércitos de ultracuerpos ensimismados con la pantalla de un móvil.

El regreso a la gran ciudad es duro. Y vuelvo al hábito u obligación de encender el televisor, repasar frenéticamente con el mando los clónicos canales, apagarlo con hastío a los pocos minutos, compadecer a esa deteriorada tercera, cuarta o quinta edad con dificultades o imposibilidad para salir de casa y que intentan matar su tiempo en permanente compañía del monstruo. Imagino que necesitarán ansiolíticos después de esa lamentable experiencia cotidiana. Sería mejor que recurrieran a sus recuerdos más felices.

Veo el primer capítulo de la precuela de Juego de tronos (qué aburrimiento las secuelas y precuelas, exprimir hasta el infinito las ubres de esas vacas que fueron tan rentables) y nada me resulta sorprendente en ella, pero sí, vulgar, indigno de lo que fue una serie justificadamente mitológica. Como las plataformas han descubierto que debe de crear más negocio exhibir solo un capítulo a la semana, no me veo con ansias para seguir en su compañía. Tampoco espero orgasmos con la hiperpublicitada serie sobre El señor de los anillos. Ojalá que me equivoque.

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