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Columna
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Soledades

Afortunadamente, la eutanasia va avanzando, se está racionalizando la piedad hacia los que no quieren soportar más dolor. Pero la compasión debería de ir aún más lejos

La ministra de Sanidad, Carolina Darias, en la presentación de la línea 024 de atención a la conducta suicida.
La ministra de Sanidad, Carolina Darias, en la presentación de la línea 024 de atención a la conducta suicida.SERGIO PÉREZ (EFE)
Carlos Boyero

En el crepúsculo de Breaking Bad, Walter White, refugiado anónimamente en una cabaña perdida de Alaska, roto por el cáncer y también enfermo de soledad, con la certeza de que ya no le queda ninguna carta por jugar, le suplica al hombre que le ha proporcionado la huida, y que le lleva comida cada dos meses, que hable con él durante media hora. Le ofrece 10.000 dólares por su tiempo. El otro le pide el doble. Acepta. Necesita inaplazablemente oír una voz que no sea la suya.

Revivo esa secuencia al ver un cartel en una farmacia que anuncia: “Si eres una persona mayor y te sientes sola, o conoces a una persona mayor que se siente sola, llámanos. Nuestro equipo de voluntarios está deseando escucharte”. Y me conmueve ese ofrecimiento y la gente que se presta a escuchar a los desahuciados por la vejez, por el aislamiento, por no tener a nadie para comunicarse. Y quiero pensar que la proposición no nace de ningún apestoso partido político, que no busca votos entre los ancianos y compadecibles náufragos.

Más propuestas humanistas, aunque imagino que en esta anda por medio el Gobierno. Han puesto en marcha un teléfono permanente para atender a gente que quiere largarse ya al otro barrio o a la nada. Dudo de su eficacia. De que psicólogos y terapeutas puedan ofrecer razones a través de un teléfono para disuadir a los que han decidido suicidarse. Si la cosa va en serio, si no se limita a un grito de socorro, lo van a hacer. El problema puede ser no saber cómo realizarlo, pero poseen el coraje y la desolación para dar el terrible paso final. Afortunadamente, la eutanasia va avanzando, se está racionalizando la piedad hacia los que no quieren soportar más dolor. Pero la compasión debería de ir aún más lejos. Por ejemplo, facilitar una muerte indolora y a ser posible incrustando en sus últimos recuerdos los momentos felices que vivieron, a personas que tienen el alma incurablemente enferma, a los suicidas que solo anhelan el sueño eterno. Pero no, los miserables seguirán con el mantra de que la vida solo la puede dar y quitar su Dios.

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