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obituarios
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Muere la actriz Rosa Mariscal, nuestra amiga

La intérprete que dio vida a la doctora Valverde en ‘Hospital Central’ fallece a los 52 años por un cáncer

Rosa Mariscal
Rosa Mariscal, en el papel de Andrea Valverde, en la serie televisiva 'Hospital Central'.Juan Lazaro

Detrás de una cara conocida, de un rostro televisivo, de cine y de teatro, siempre está la amiga de alguien, la novia de alguien, la hija, la hermana de… La actriz Rosa Mariscal (Madrid, 1970) era nuestra amiga. Conocida como la doctora Andrea Valverde en Hospital Central, Rosa era la reina de la carcajada. Una forzuda vital. Un ser absolutamente precioso y único, de voz cantarina y alegría contagiosa. Una amante de todo cuanto puede ser amado: grande, pequeño y mediano. Una mole de positividad, hasta cuando te hablaba ya desde ahí, desde el borde del abismo, ese en el que todos sabemos que nos despediremos de todo. Hoy se fue, dejando que sus whatsapp traspasaran la pantalla. Sin despedirse y llenando este viernes de lluvia. Como una diosa.

La conocimos en su faceta de actriz, actuando y preparando su papel, tan perfeccionista como tenaz. Una cierta idea de felicidad, se titulaba el corto de Javier Asenjo en el que la vimos por primera vez. Tenía esa aura de las grandes, que pasan por encima de su contundente belleza como si nada y te muestran un mundo inquietante, el suyo. “Una Mónica Vitti de la vida”, la describía el director. Repitió con él en el Pirineo aragonés, durante unos días inolvidables en Torla, mientras rodaban aquella divertidísima locura de Viaje a Surtsey. Cuánto nos reímos, qué bien lo pasamos.

Su seriedad profesional contrastaba con su arrolladora naturalidad, su educadísima discreción y esa refinada humildad con la que escuchaba todo aquello susceptible de ser aprendido o conocido: esos ojos, como platos, como enormes signos de admiración dispuestos a ensalzar el mundo.

A veces, se guardaba preguntas, quizá porque ya sabía las respuestas, y cuando decidías compartir con ella algo que llevaba tiempo ocupando tu mente, te miraba y sonreía. Sonreía mucho. Ya lo sabía. Y la querías aún más por lo que había sabido callar. Era asombrosa.

El gran público la conoce por su papel protagonista en Hospital Central, o por los que realizó en Periodistas, Herederos, ó 7 vidas; o en películas como Agujetas en el alma, de Fernando Merinero, Cuando vuelvas a mi lado, de Gracia Querejeta, o Amor, curiosidad, prozak y dudas, de Miguel Santesmases. Y en teatro, donde dio vida a personajes de obras como Todos eran mis hijos o Una bala perdida.

Twitter y diferentes medios de comunicación se han llenado de esos recuerdos, que seguramente la habrían hecho sentirse incómoda. Tenía una cierta alergia a las loas, pero no tendrá más remedio que perdonarnos por este necesario desahogo.

Rosa no dejó nunca de trabajar. Si no podía actuar, se transformaba en directora de casting. Si no salían cosas en la tele o el cine, se volcaba en el teatro. Si no podía salir de casa, ponía su voz para audiocuentos. Y si no salía nada, fabricaba cosas llenas de secretos: elementos para una función con casa de muñecas, historiados cuadernos antiguos con telas y recortes… nada era solo lo que parecía con Rosa, siempre estabas esperando la sorpresa.

La última tarde que nos vimos, aún con las mascarillas puestas, nos las quitábamos a ratos para reírnos a carcajadas. Habíamos convertido un par de bares de la plaza cercana a su casa en “la ofi” a la que íbamos a verla. Hablábamos de teatro, de cantos, de pianos, de arte, de series, de amores y desamores, y de planes que sabíamos que nunca íbamos a realizar. La pandemia nos robó tiempo, del poco tiempo que sabíamos que nos quedaba, y que fue aún menos.

Nos quedó pendiente que volviese a Florencia con Iván, que conociera la plaza y el río de La Hiruela, el balneario, volver al mar (“baños eternos en el mar”), tomar algo en el chiringuito, el bodorrio que íbamos a montar, las paellas y los cumpleaños, los suyos y los nuestros, a los que nunca faltábamos (la cita más importante del año), y miles y miles de confidencias cotidianas… Nos quedó pendiente la vida, más vida, nos hemos quedado huérfanas de amiga.

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