Una defensa cerrada de Mario Vaquerizo como profesor de historia
Entre la dignidad justiciera de la masa y el delirio deslenguado y libre de cualquier personaje, elegiré siempre lo segundo
La risa masiva tiene algo de matanza ritual. Cuando un personaje se convierte en piñata contra la que revientan todas las carcajadas, no solo procuro no unirme al coro (y no es fácil, siempre se me escapa un chiste del que me arrepiento luego, cuando la carnicería burlesca deviene holocáustica), sino que doy varios pasos al rincón y me aparto con silencios espesos. Si pudiera, abrazaría al burlado.
Hace poco, comenté con unos amigos de Movistar el juego que Miguel Bosé les había dado en toda su artillería de programas humorísticos: de Buenafuente a Broncano, pasando por Quequé, todos han exprimido hasta la pulpa su negacionismo covidoso. Pobre hombre, qué ensañamiento. No creo que el hipotético y muy improbable daño que sus declaraciones puedan hacer a la salud pública merezca el daño que él mismo recibe.
No tengo por qué compartir nada con el oprobiado para alinearme con él. Me pasó hasta con Mariano Rajoy: el rechazo y desacuerdo que me inspiraban su política no desmerecía la solidaridad que me despertaba su persona. Que cada frase suya fuera carne de sátira me provocaba deseos de invitarle a un buen cigarro puro y a una copita de anís. Si alguna vez se diese la ocasión, el ofrecimiento es sincero.
Ahora me he encariñado con Mario Vaquerizo. Audible, la plataforma de audiolibros y podcasts de Amazon, le ha fichado para que explique la historia de España en 25 episodios. La furia que ha despertado —tanto en los historiadores como en mucha otra gente convencida de que Vaquerizo es el cuarto jinete del Apocalipsis que viene, pelo Pantene al aire, a acabar con la civilización— me ha llevado a suscribirme a Audible y a escuchar con atención su serie, que descargaré puntualmente.
Entre la dignidad justiciera de la masa y el delirio deslenguado y libre de cualquier personaje, elegiré siempre lo segundo.
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