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Emprendedores

"Ante la crisis las 'startups' resisten en modo cucaracha"

Mar Alarcón es una de las figuras más influyentes de la industria digital española. Su experiencia como emprendedora, su condición de inversora y su continua interlocución con la Administración le dan una visión completa del ecosistema

Patricia Coll Rubio
Mar Alarcón, fundadora de Social Car
Mar Alarcón, fundadora de Social CarFlaminia Pelazzi

Se define como una “emprendedora disruptiva”. Su capacidad de “moverse en entornos cambiantes” le permitió desarrollar una destacada trayectoria en Reino Unido, Bangladesh y en China. A su regreso a la Ciudad Condal, Mar Alarcón (Barcelona, 1975) fundó la plataforma de alquiler de vehículos entre particulares Social Car. En poco tiempo, se convirtió en referente de la industria tecnológica y en una de las principales interlocutoras entre la Administración y el sector digital. Ocupa cargos institucionales en la patronal catalana Foment del Treball, de la que es vicepresidenta, así como en la Asociación Española de la Economía Digital (Adigital), Fira de Barcelona y Barcelona Tech City, entidades de las que es consejera. También es cofundadora de la consultora de políticas públicas especializada en plataformas digitales 19N e inversora en 22 startups a través de Lanai Partners.

Inició su trayectoria emprendedora en China. ¿Por qué allí?

Me fui a China en 2004 con una beca en la Universidad de Pekín para seguir formándome en mi especialización en inversiones extranjeras, con el objetivo de asesorar a empresas occidentales que aterrizaban allí. Anteriormente había cursado un máster en Leyes en Londres tras trabajar como abogado fiscalista en Cuatrecasas. Cofundé la ingeniería de energías renovables Social Energy con mi marido, que me pidió que nos asociáramos para encontrar un proveedor chino de paneles solares y traerlos a Europa, donde había barreras de entrada a la producción china, que se asociaba a mala calidad. Conseguimos vender aquí con las garantías y fiabilidad que en ese momento China no tenía. El tiempo ha demostrado que la industria china era muy puntera, ya que 15 años después son los líderes.

Pero Social Energy ya no existe y usted ha cambiado de sector. ¿Por qué?

En España, el cambio legislativo —el real decreto de octubre de 2015 sobre autoconsumo eléctrico— se cargó el sector de las renovables de un plumazo.

¿Ha mejorado la situación con la derogación del impuesto al sol?

Sí, pero un sector no aguanta 10 años la inseguridad jurídica.

¿Qué aprendió de su experiencia en China?

Muchísimo. En los tres años que estuvimos allí aprendimos que para sobrevivir debes borrar todas las ideas preconcebidas. La cultura china es extremadamente paciente, se sienta a observar.

¿Qué le costó más entender de la cultura empresarial china?

Lo que yo interpretaba como falta de escrúpulos. En la cultura china, mentir no lleva la carga emocional que a nosotros nos puede parecer falta de ética y de transparencia. Juegan al desgaste.

¿Cómo es el ecosistema tecnológico allí?

No hay nadie más emprendedor que un chino. Para ellos, nada es imposible.

¿Están más preparados para superar la crisis derivada de la pandemia?

Sí, no tengo ninguna duda. Al líder se le respeta, se le cree y se le sigue. Esto favorece en un entorno en el que hay que cumplir determinadas instrucciones. En cuanto al tema económico, China sabe reinventarse a sí misma, porque ya lo ha hecho antes. Tienen disciplina, paciencia, ambición y, sobre todo, van a una. Allí, el individualismo está muy mal visto.

¿Cómo fue su etapa en Bangladesh, junto al Premio Nobel de la Paz de 2006, Muhammad Yunus?

Es una persona extraordinaria. Con él, en el Banco Grameen (especializado en microcréditos para personas desfavorecidas) descubrí la importancia del propósito y comprobé que es posible tener un negocio rentable que logre una transformación social sin estar supeditado a la búsqueda de financiación.

¿Hay un pulso entre los gobiernos y el sector tecnológico?

Depende del país. En China se asume que los datos son del Gobierno. En Estados Unidos, los datos son de las empresas, pero existe un debate abierto. Y en Europa, donde el rol del dato está mejor regulado, es de las personas.

¿Cómo son las relaciones con el sector tecnológico en España?

Aquí tenemos unas administraciones lentas, cambiantes y en la práctica poco conscientes de la realidad tecnológica. A su vez, el sector se crea a espaldas de la Administración. Aunque esto va cambiando: las tecnológicas ya no van tanto a lo punki y la Administración se está poniendo las pilas para favorecer el diálogo y colaboración público-privada.

Sin embargo, las VTC [licencias concedidas para arrendar coches con conductor] tienen problemas. ¿En qué punto está el conflicto que mantienen taxistas y VTC?

Se mantiene muy vivo en Barcelona. En el caso de Social Car, en abril lanzamos un servicio de Vehículos de Transporte con Conductor (VTC) y estuvimos operando conforme a la última regulación de la Generalitat, que obliga a 15 minutos de reserva [debe pasar ese tiempo entre que se contrata el servicio a través de la plataforma y llega el coche a recoger al cliente], pero era muy difícil ser rentable.

¿Cómo se podría resolver?

El regulador ha de entender que las VTC y los taxis son sectores que deben converger regulatoriamente para dar respuesta a lo que la gente quiere. Y también hay que ayudar al taxi a innovar. Si pagas desde una app no tienes que pagar ni en efectivo ni con tarjeta, que es del siglo pasado. Tenemos que pensar en el usuario y apoyarnos en la tecnología sin pensar en amenazas. El foco está mal puesto.

¿Son tensas las relaciones entre empresas tradicionales y tecnológicas?

Yo lo comparo con un transatlántico y una lancha. Las empresas tradicionales tienen una fuerte carga cultural y estructural y les cuesta mucho cambiar, pero cuando lo hacen arrasan. En cambio, las tecnológicas, especialmente las startups, son ligeras. El sector digital disruptivo tiene una cultura más flexible, en el modelo de negocio y en el funcionamiento. Antes de la pandemia, por ejemplo, el teletrabajo era ya habitual entre las tecnológicas. Pero la colaboración entre grandes empresas y startups, de la que yo soy muy fan, es complicada porque están desalineadas. Ahí sí que se crea un pulso.

¿Esta flexibilidad ha ayudado a las startups a afrontar la crisis de la covid-19?

Al principio hubo ataque de pánico. Pero se han cerrado rondas, durante y después del confinamiento. El mundo sigue girando y los fondos siguen invirtiendo. Yo soy inversora en uno que participa en 22 startups. A unas les ha ido muy bien y otras se pusieron en modo cucaracha con facilidad, esperando a que la actividad se recuperara. Las startups se ponen en modo cucaracha y pueden ir tirando, quitándose gastos no imprescindibles.

¿Social Car también ha estado en modo cucaracha?

Durante el confinamiento nos quedamos sin actividad por las restricciones impuestas en la movilidad y pensamos en qué podíamos ahorrar. Pero a partir de junio se reactivó la actividad rápidamente, especialmente a partir del acuerdo que hemos firmado con Uber para fomentar el turismo local, que nos ha impactado de forma muy positiva. También pusieron vehículos a disposición del personal sanitario… Al ver la plataforma parada, un usuario de nuestra plataforma tuiteó que no le importaría ceder su coche a los sanitarios. Hablamos con el Institut Català de Salut y lo recibieron muy positivamente. Uber, que había puesto en marcha una colaboración similar con Uber Medics en Madrid, compartió con nosotros su experiencia. Creamos, en pleno confinamiento, Social Medics, a la que se unieron AXA y Meroil. En dos días captamos más de 200 vehículos, primero para Salut, para visitas domiciliarias por ejemplo de matronas, y luego para que Open Arms pudiera ir a realizar tests de covid-19 a las residencias de la tercera edad.

La directora y presidenta del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva, considera que la fiscalidad digital debe servir para pagar la deuda. ¿Está de acuerdo?

La estructura de la digitalización plantea retos fiscales, pero me molesta que la idea de gravarla sea únicamente con propósito recaudatorio. Si se abre ese melón, hay que tener un objetivo más amplio y a largo plazo, y plantear los cambios en una mesa de diálogo.

Las plataformas digitales piden también diálogo a la hora de regularlas. ¿Precarizan el empleo?

Yo no veo precarización sino oportunidad. Las plataformas dan acceso a ingresos extra a muchísima gente. Ahora solo se puede ser autónomo o trabajador. Se podría crear una figura nueva, estudiarla y regularla. Pero el regulador es tan obtuso que se queda en opción A o B.

¿Por qué ha habido tantas sentencias contradictorias?

Porque al juez se le plantea una problemática que no encaja ni en A ni en B. El regulador debe encontrar el punto C, como han hecho en Francia, que adaptó su legislación laboral a los entornos digitales. La legislación, tal como está ahora en España, perjudica a todos. Sobre todo porque crea un escenario de inseguridad jurídica. Vamos a un modelo de microempresarios al que habría que facilitar las cosas.

El Tribunal Supremo ha decantado la balanza al considerar a los riders como asalariados ¿La regulación de las plataformas digitales irá en esa línea?

La conversación sobre el futuro del trabajo es ya urgente. Es una de las más importantes dentro del contexto de las políticas públicas en el ámbito tecnológico y no estamos más que en la punta del iceberg. Hay que encontrar la fórmula que permita conciliar flexibilidad y capilaridad de las nuevas formas de trabajo en relación con plataformas digitales con los mecanismos de protección y garantías adecuados. Otros países europeos, entre ellos Italia, Francia y Reino Unido, han encontrado medidas innovadoras. España no se puede quedar atrás con medidas que responden a lógicas y modelos pasados.

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Sobre la firma

Patricia Coll Rubio
Es colaboradora de Tecnología en EL PAÍS. Doctora en Comunicación, es directora del grado en Periodismo y Comunicación Corporativa en Blanquerna (Universitat Ramon Llull).

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