El cabrero tecnológico que moderniza el cuidado del rebaño con un GPS
Un joven de 22 años reinventa su oficio geolocalizando a su ganado en los campos extremeños
Alejandro Torralvo cumple 23 años en septiembre y soplará las velas con la tranquilidad que le da dedicarse a su gran pasión: el oficio de cabrero en el pueblo donde nació. El joven extremeño, originario de Guijo de Santa Bárbara (Cáceres, 290 habitantes) se crio entre “los mejores animalillos” y siempre quiso seguir la estirpe familiar: tanto su abuelo, Primitivo Torralvo, que falleció con 95 años, como su padre, Florián, de 70 años y su tío Ángel, de 65, se han dedicado a ello. “Mi primer recuerdo es ver a papá salvando a un cabrito que se asfixiaba con la placenta en el parto”, rememora emocionado. El joven ganadero se aburría en clase y nunca quiso sacarse el bachillerato. A los 16 años cursó un grado medio de forestales, a los 20 realizó un curso de agricultura y hace un año cumplió su sueño: cuidar de 300 cabras de la herencia familiar. Y no se ha dado por satisfecho con el pastoreo de toda la vida: se ha modernizado geolocalizando a su rebaño con un GPS. El cabrero tecnológico de Extremadura tiene claro que los jóvenes pueden y deben reinventar los trabajos rurales: “La tecnología ofrece muchas posibilidades y debemos aprovecharlas”.
El invento que le ha hecho saltar a la fama en su región, la “creación sencillina pero útil” de la que presume Torralvo, es un GPS a pilas que ha colocado en el cuello de sus cabras para controlar mejor sus desplazamientos. La idea surgió hace tres años, cuando una asociación ganadera trajo al fundador de una empresa de GPS que dio una charla sobre el potencial de dicho invento. “Al ver que existía esa posibilidad, quise probar la experiencia”, resume Torralvo. El aparato envía una señal al móvil con dos objetivos: economizar tiempo y ubicar rápidamente a su rebaño.
El milenial asegura que el mecanismo es efectivo y que nunca le ha fallado. “He ahorrado tiempo, lo más valioso en esta vida”. Además, destaca cómo el apoyo tecnológico ha humanizado su trabajo: “Me ayuda a conocer mejor a mi ganado y a identificar sus hábitos con más precisión”. El ganadero conoce así “al dedillo” las mejores horas para darles de comer, cuándo están más próximas a las zonas de corrales y cuándo se alejan más de la cuenta. Para Alejandro Torralvo, trabajar en la naturaleza es como estar “en un parque de atracciones” y le brillan los ojos cuando habla del futuro en el campo: “Los jóvenes tenemos la oportunidad de modernizar los trabajos de nuestros abuelos. El avance de la tecnología nos permite contribuir a que perduren”.
Torralvo cuenta que otra de las novedades que está incorporando a su trabajo, a diferencia de sus mayores, es el de monitorizar todo por móvil y abandonar el papel definitivamente: “Apunto los partos, el número de crías, la comida que requieren....”. En su primer año como ganadero ha tenido un éxito inesperado modernizando la tradición familiar, pero no piensa conformarse: “Si queremos que los empleos rurales sobrevivan muchos años más, hay que reinventarse”.
El más pequeño de los Torralvo lamenta que todos sus amigos se hayan trasladado a la ciudad y le hayan dejado “solino” en el pueblo. El veinteañero defiende residir en el campo y critica que solo se mire a las grandes urbes: “Algunos piensan que quedarse es un fracaso y cuando tienen la oportunidad de irse, se agarran a ella”. Alejandro Torralvo asegura que no cambiaría su oficio “por nada” y que es plenamente feliz, pero confiesa que echa en falta tener cerca a gente de su edad. En verano se llena más y el “pueblino” se revitaliza, explica, pero durante el curso se resiente la soledad. El entusiasta emprendedor habla con nostalgia sobre cómo gestiona el aislamiento propio de su profesión: “En la época de mi abuelo, había muchos cabreros de su edad y los currantes hacían piña...”.
El joven ganadero insiste en que nadie le ha obligado y que ha sido su “mejor decisión”, pese a las advertencias de su madre, la sexagenaria Paula Gutiérrez, que deseaba un trabajo “menos esclavo” para su retoño. Alejandro Torralvo se defiende ante su progenitora, pero entiende que muchas personas de su edad desistan: “Es un trabajo muy sacrificado”, admite sin reparos. El inquieto extremeño se despierta a las siete de la mañana y no descansa hasta la noche. Este ritmo, admite, no lo puede aguantar cualquiera por el desgaste físico que supone y, aposentado frente a la cuadra donde pasa sus días, advierte: “A los jóvenes que quieran venir, les recomiendo que se lo piensen dos veces”.
Su rutina se basa en ordeñar los animales, darles de comer y cuidar y mimar el rebaño. El verano es su período favorito porque disfruta “como un niño” cuando se va a La Garganta, un paraje verdoso con una espectacular cascada de agua cristalina. En invierno arrecia el frío y todo es más difícil, pero no hay temporal que frene a Torralvo, que considera el campo como su mejor escuela: “La naturaleza me enseña el valor del esfuerzo y la recompensa del trabajo”. Una de las claves para mejorar el oficio, apunta el joven, es aprovechar al máximo el auge de las nuevas tecnologías.
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