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¿Y si en el futuro los peatones ‘trolean’ a los coches inteligentes?

La llegada de vehículos autónomos podría rehacer las ciudades como sucedió hace un siglo con la aparición de los automóviles, pero en la dirección opuesta

Javier Salas
Los expertos plantean cuál será la relación de peatones y coches en el futuro.
Los expertos plantean cuál será la relación de peatones y coches en el futuro.

Eran casi las diez de la noche cuando Rafaela Vasquez se acomodó en su sofá y se puso a ver La Voz, su programa favorito. Pero el disfrute tuvo un final trágico cuando se cruzó en su camino Elaine Herzberg, que murió en el impacto. Porque Vasquez iba al volante de un Uber en modo piloto automático, un coche en pruebas que no fue capaz de evitar la primera muerte de un peatón atropellado por un vehículo automático. Un episodio fatal, que ha ralentizado los planes para el desarrollo de esta tecnología, pero que no los frenará. Y si llega el día en que todos los tripulantes de un coche puedan recostarse tranquilos a ver la tele, ¿cómo cambiará la relación con peatones y ciclistas? ¿Qué impedirá que se crucen impunemente en el camino de los automóviles, ahora que no pueden atropellarlos? ¿Cómo cambiarán las ciudades con estos vehículos que ya no serán una amenaza para la gente?

"Es ridículo pensar que van a estar funcionando como ahora. Lo normal es que la fisionomía de la ciudad cambie", asegura Mara Balestrini

Elon Musk asegura que sus Tesla completamente autónomos estarán listos en 2019 (también dijo que estarían listos para 2017 y 2018) y desde el mundo académico ya se aventuran algunos escenarios sorprendentes que podrían aparecer con la inminente llegada de estos coches que se conducen solos con plena seguridad. Por ejemplo, que estos automóviles inteligentes cambiarán hasta el sexo, ya que los amantes podrán disfrutar en uno nada más salir del trabajo. Y especialistas en movilidad y urbanismo han aprovechado para ir más allá y reflexionar sobre cómo cambiarán las ciudades a partir de una idea muy simple: si los peatones y ciclistas ya no temen a los coches, porque saben que siempre se pararán en su presencia, nada impedirá que troleen a los vehículos, cruzando por donde quieran y volviendo a recuperar el control de las calles.

"El peatón sabe que el vehículo autónomo se detendrá. El peatón sabe que el vehículo autónomo no se emborrachará ni distraerá. Y el peatón sabe que el vehículo autónomo seguirá la ley", aventura Adam Millard-Ball, de la Universidad de California. Y lo explica: "Los coches, programados para obedecer las reglas de la carretera, esperan a que los peatones crucen. A su vez, estos automóviles más seguros provocan una respuesta racional de los peatones y otros usuarios de la carretera. Con la seguridad de que un automóvil cederá, los peatones pueden cruzar con impunidad. Simplemente tienen que actuar de forma impredecible o salir a la calzada para obligar a disminuir la velocidad a estos vehículos con aversión al riesgo". Así, peatones y ciclistas, empoderados, asumirán el control de las calles otra vez. Del mismo modo que se han organizado para apartar patinetes, se organizarían para reconquistar el espacio tomado por el coche.

"Es ridículo pensar que van a estar funcionando como los coches ahora. Lo normal es que la fisionomía de la ciudad cambie", asegura Mara Balestrini, especialista en internet de las cosas y ciudades inteligentes. "Pero la única forma de que sea viable es con un escenario regulado y en el que todos los dispositivos de la ciudad estén conectados para que se puedan sincronizar en tiempo real, no centrando la inteligencia en un solo aparato, como el coche, que será un elemento más, pero no el principal", aventura Balestrini, CEO de Ideas for Change. Y añade: "Lo que no es verosímil es que se puedan poner a funcionar tomando decisiones por sí solos".

"Con la seguridad de que un automóvil cederá, los peatones pueden cruzar con impunidad", asegura Millard-Ball

Balestrini se refiere a los dilemas morales que se han popularizado desde los medios y las revistas científicas más importantes cada vez que se habla de estos coches inteligentes. En caso de tener que atropellar a alguien, ¿mejor a una vieja o a un niño? ¿Mejor a un peatón imprudente o a un gato que cruza en verde? Muchos especialistas creen que este tipo de dilemas son una pérdida de tiempo que distorsiona el debate sobre la función de estos vehículos. "Abordan la ética de los vehículos autónomos en el nivel incorrecto. Buscan obtener una elección individual (una solución moral) cuando, de hecho, se requiere una elección social (una solución política)", explica Johannes Himmelreich, de la Universidad de Stanford.

La decisión política es cómo queremos que sean unas ciudades en las que los coches ya no son un peligro mortal para los ciudadanos, en las que quizá no haya que segregar peatones, ciclistas y automóviles porque estos últimos nunca tomarán velocidades tan peligrosas que obliguen a elegir entre la vida de la vieja o la del gato. "Es una cuestión ideológica. Hay un par de patrones que se repiten en estos debates tecnológicos: por un lado, la idealización de estos inventos y por otro, reducir toda la movilidad al uso del automóvil", resume David Lois, psicólogo social de la UNED y experto en movilidad urbana. Algunos especialistas imaginan dos escenarios extremos: uno en el que las autoridades aprovechan el potencial de los vehículos autónomos para crear lugares urbanos más habitables y transitables, a través de conceptos de espacio compartido, que es algo que ya se está aprobando en algunas ciudades. Y otro opuesto, en el que los coches se resisten a perder protagonismo y se aprueban nuevas leyes que impiden trolearlos: los automóviles no tendrán la culpa si el peatón comete una imprudencia.

Durmiendo en el coche desde Astorga

Los dilemas morales sobre los coches inteligentes estarían distorsionando el debate: harán falta decisiones políticas, no individuales

Cuando llegaron los coches a las ciudades hace un siglo, esa fue la reacción de muchos viandantes frente a las máquinas, en una guerra sin cuartel que vencieron los vehículos. "En la hemeroteca hay muchos ejemplos, la gente los toreaba con capotes", recuerda el consultor de movilidad Miguel Álvarez. "Pero la siniestralidad era enorme, hubo muchísimos muertos. A los ciudadanos se les disciplinó culpabilizando al caminante por su propia accidentalidad", explica Lois. La calle se quedó en manos de los coches. "La jerarquía urbana es muy clara, porque el 60% del espacio es para los automóviles. Ahora hay mucho conformismo social y miedo al cambio: el coche tiene mucho mando", lamenta Lois.

Álvarez cree que ahora es muy difícil imaginar una ciudad sin coches porque está todo pensado para ellos. Y plantea dos escenarios: uno utópico, en el que se logra reducir en millones de coches el parque de una ciudad, y se apuesta por el paradigma del coche compartido para todos, "del mismo modo que la gente ya no tiene gallinas en propiedad para tener huevos". Y un escenario distópico, en el que todo el mundo tiene coches inteligentes, que dominan por completo el transporte, y no se piensa en peatones. "Imagino una caravana de coches autónomos que llevan hasta Madrid a los trabajadores desde Astorga, por ejemplo, porque el precio de la vivienda es astronómico. Se despiertan a las 3 de la mañana, suben al coche y siguen durmiendo hasta llegar al trabajo", imagina Álvarez, ingeniero de caminos y parte del colectivo Nación Rotonda. Y matiza: "Es solo una exageración de lo que ya está pasando".

Pero tanto Álvarez como Lois están de acuerdo en que hay un problema: no podrá ir todo el mundo en coche, da igual que sea autónomo. El transporte tiene lugar en el espacio físico y este obedece a las leyes de la geometría y la física: en una ciudad como Madrid, solo el 25%-30% de los desplazamientos se hacen en coche. "No puede haber un 90% de la población moviéndose en automóviles particulares, porque no caben. La ciudad se quedaría parada", zanja Álvarez.

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Sobre la firma

Javier Salas
Jefe de sección de Ciencia, Tecnología y Salud y Bienestar. Cofundador de MATERIA, sección de ciencia de EL PAÍS, ejerce como periodista desde 2006. Antes, trabajó en Informativos Telecinco y el diario Público. En 2021 recibió el Premio Ortega y Gasset.

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