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El impacto psicológico de la dana en los niños: “Algunos se han sobreinformado en las redes y la tele y tienen un miedo atroz a salir de casa”

Los psicólogos recomiendan hacerles partícipes de las labores de limpieza y recuperación, siempre adaptadas a su edad, y evitar el silencio, ya que el trauma hay que trabajarlo

Dana niños
Una niña acompaña este martes a una adulta en las labores de retirada de escombros en Sedaví, una de las poblaciones arrasadas por la dana en Valencia.Rober Solsona (Europa Press)

Cuando la tromba de agua que había arrasado con media provincia llegó hasta Castellar, uno de los últimos pueblos inundados por la dana a un paseo de la orilla del mar y de la Albufera, algunos niños ya estaban durmiendo y se ahorraron el susto. Pero otros más mayores pasaron la noche asomados al balcón con sus padres temiendo que el agua les alcanzase y con sus hermanos dando gritos. Ese recuerdo se ha quedado anclado en la cabeza de algunos. Sandra, vecina de esa localidad, tiene tres hijos, dos de ellos son adolescentes. El mayor, de 17 años, se ha lanzado a la calle para ayudar a retirar el lodo, como casi todos los de su generación, pero la pequeña, de 13, lo está pasando mal. “Le cuesta mucho dormir y cuando consigue conciliar el sueño tiene pesadillas con el agua. Por el día no quiere salir y está todo el rato en casa, que es donde se siente segura. Algún día ha bajado al taller a echar una mano y a limpiar, pero en cuanto acaba, me pregunta si ya se puede volver a casa. Para nosotros es fundamental que vuelvan al colegio”, cuenta la madre.

Mientras la Conselleria de Educación se coordina con los ayuntamientos de las zonas afectadas para estudiar la reubicación de niños en colegios de pueblos no afectados —este domingo, 24 municipios valencianos comunicaron que esta semana sus centros educativos permanecerían cerrados por “razones de fuerza mayor”, afectando a más 40.000 niños de hasta 16 años—, las ONG que trabajan sobre el terreno están haciendo todo lo posible para atender a esos menores y ofrecerles apoyo psicológico. También, están habilitando espacios seguros donde puedan socializar con otros niños de su edad y realizar actividades lúdicas.

Verónica Collado, de 36 años, es una de las psicólogas que la ONG Save the Children tiene desplegadas en la zona cero de la dana. Ella, que se está moviendo sobre todo en el barrio valenciano de La Torre, cuenta que cada familia está procesando la catástrofe en función de sus recursos, y que hay situaciones muy preocupantes. “Estamos viendo casos de familias que no han dejado a sus hijos asomarse a las ventanas, que no conocen lo que ha pasado. En el lado opuesto, hay menores que lo han vivido todo, que se han sobreinformado con las redes sociales o la tele y tienen un miedo atroz a salir de casa, están en un estado de parálisis... esto es de lo más duro”, relata. A eso se suman las pesadillas recurrentes y el temor a nuevos fenómenos atmosféricos. Otros pequeños no quieren hablar de lo ocurrido, y otros tantos están asumiendo un rol que no les corresponde, de cuidado de sus hermanos pequeños mientras sus padres están saliendo a realizar trabajos de limpieza o gestiones necesarias para la recuperación de sus casas.

El paisaje es muy desalentador, el avance es muy lento y va a costar ver una recuperación visual, eso afecta de lleno a los pequeños, que no disponen de las herramientas para construir un relato que implique una salida”, explica Collado, que reclama a las autoridades equipos de psicólogos especializados en emergencias, puesto que en su organización están “desbordados”. “Una de las niñas a las que he atendido, de siete años, empezó hablándome de Doraemon (el dibujo animado), y acabó diciéndome que se estaba nublando y la vi temblar... tenemos que validar sus emociones y acompañarles, ahora mismo este trabajo lo tenemos que hacer los profesionales”, destaca la trabajadora de la ONG.

Otra de las historias con las que se encontró este martes es la de un padre que se topó con la riada y, con un metro de agua, sacó a sus dos hijos del coche, se colocó a uno de ellos sobre los hombros y al otro al brazo y llegó cómo pudo hasta el portal de su casa. “Cuando hablé con el niño, estaba emocionado. Me decía: ‘Verónica, yo guie a mi padre hasta casa con la linterna del móvil... Claramente es una excepción, en este caso el padre consiguió que lo viviesen como una aventura, y el impacto es diferente”, explica.

Desde la ONG alertan de la importancia de no ocultarles la realidad, de explicársela con un lenguaje adaptado a su edad, e insisten en la precaución de no sobreinformarles. Verónica, por ejemplo, aconseja a las familias que, mientras siguen esperando a que sus hijos vuelvan a la escuela, la televisión permanezca apagada para no consumir noticias en bucle, ya que las imágenes y la información repetitiva pueden aumentar la ansiedad de los pequeños. “Hoy he pedido que por favor me traigan juegos de mesa, necesito que los niños tomen aliento, que desconecten de lo que hay fuera”, apunta.

“Es muy importante que vuelvan al colegio, que socialicen con otros niños de su edad y que los equipos de orientación puedan observarles y garantizar una atención psicológica en los casos necesarios... mientras tanto son las familias las que están cargando con todo, y no todas tienen recursos para abordar esta situación sin que queden secuelas”, indica Collado, que además considera primordial que las familias permanezcan unidas, que no se separe a los hermanos, y que solo se apueste por desplazar a los hijos con otros familiares en localidades menos afectadas en caso de que no se puede garantizar el bienestar del menor.

Es el caso de Amparo Torrijos, que en la mañana de este jueves habla desde la calle con su exsuegra a través de la reja del portal de su casa. Le ha traído unas botas para que la mujer pueda caminar mejor. Así es la vida ahora en los pueblos del sur de Valencia. Gente ayudando a gente. El día fatídico, el de la inundación, su hijo de 13 años, Jaume Belenguer, estaba con su padre. Llevan tiempo divorciados y esa semana le tocaba a él encargarse de su hijo. Los dos viven con la abuela, la de las botas, en una planta baja que acabó completamente anegada. Los tres se refugiaron en la parte de arriba. Al día siguiente, el niño se fue con su madre, que vive en un tercer piso. “Y aquí seguimos los dos. Los tres primeros días estuvimos sin luz ni agua y cuando se hacía de noche encendíamos una vela, pero a las ocho, cuando ya estaba a punto de consumirse, le decía: ‘Vámonos a dormir, que esto es un aburrimiento’. Algunas amigas se ofrecieron a quedárselo, pero yo creo que aquí está seguro”.

Lo que más lamenta esta madre de mediana edad que va caminando por Benetússer, uno de los pueblos donde ya va desapareciendo el barro y hasta han abierto los bares, es que hay una generación a la que la vida no para de ponerle zancadillas. “Es una pena. Mi hijo prácticamente perdió un curso en la pandemia y ahora me temo que se va a perder otro por la inundación. Luego dicen que van un poco lentos, pero es que no pueden pillar el ritmo”.

Contar con los adolescentes

Para José Antonio Luengo, decano-presidente del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid, es muy recomendable involucrar a los adolescentes en las tareas de limpieza y recuperación, tanto de los hogares, como de las calles, siempre que no conlleven riesgos ni peligrosidad, y estén adaptadas a la edad. “Eso hace que se sientan útiles, y que conversen con los voluntarios llegados de otras localidades, tienen el sufrimiento delante, pero el hecho de ver que la gente se está volcando construye un relato mental que les permite ver que están en mitad de un proceso que va a ir a mejor”. Luengo también coincide en que la exposición a las noticias es mejor evitarla, ya que “podrían llevar a sus mentes inmaduras a un bucle del que no ven la salida”.

Rafael Guerrero, doctor en Educación y autor de Trauma. Niños traumatizados, adultos con problemas (2024), cree que en el momento en que dejamos a los menores en otra localidad y se separan de los padres, pueden interpretar que no están contando con ellos. “El mensaje implícito que les mandamos es tú no puedes ver esto, no vas a ser capaz... en cambio, cuando contamos con ellos se sienten partícipes, importantes para nosotros. Eso sí, que cada familia tome la decisión que considere más oportuna”.

En caso de que las carencias materiales puedan afectar al bienestar del menor, estos expertos sí consideran más justificado que pase unos días con los abuelos u otros familiares en otra localidad. Un factor determinante puede ser la edad. “Los niños más pequeños tienen que dormir a su hora, no deben alimentarse de bocadillos, además hay que evitar posibles infecciones y, por otro lado, es importante dejar que los adultos puedan restaurar sus agujeros”, considera Luego.

Una de las cosas que más le puede preocupar a un niño ante una situación traumática es no saber cuánto va a durar el proceso, por eso Luengo cree hay que contarle la verdad (matizada en función de su edad), admitir que no se sabe, pero siempre acompañada de un mensaje esperanzador. “El niño puede ver que pese al barro y las lágrimas, la gente se organiza para venir y ayudar, hay que transmitirle que hay una hoja de ruta, y sobre todo, responder a sus preguntas, ya que le destrozaría que no le escuchemos”.

Algunas organizaciones como Cruz Roja han instalado en municipios como Torrent albergues en polideportivos para alojar a familias que han perdido su casa y para prestar apoyo a la población general. En esas instalaciones, se reserva un espacio para atender a los niños, donde además de recibir atención psicológica, se les ofrecen actividades lúdicas. “El primer día atendimos a unos 80 niños desde seis meses hasta 14 años, a los que prestamos apoyo emocional y juegos y dinámicas para ayudarles a evadirse... estos últimos días notamos que están deseando correr, saltar, necesitan desfogarse... y para las familias es un desahogo poder dejarles aquí un par de horas al día para seguir con las labores de limpieza o simplemente descansar o poder desahogarse”, cuenta Álvaro Zomeño, técnico del equipo de Cruz Roja Juventud, que gestiona estos espacios.

Otra iniciativa es el espacio Dana Kids que varios profesores de la Universitat Politècnica de València, junto a otras organizaciones, han montado en el espacio cultural Rambleta del barrio de San Marcelino de Valencia, el más próximo a la pasarela que cruza por encima del río Turia hacia los pueblos del sur afectados, para los pequeños que no tienen disponible un centro educativo. Además de actividades recreativas y educativas, persigue ofrecer “un respiro” a las familias mientras trabajan en la recuperación de sus hogares. El espacio acoge de de 9.00 a 14.00 horas a 150 niños de 3 a 12 años, donde además reciben apoyo emocional. En pocos días, tal y como explican los organizadores en una nota, la iniciativa ha conseguido sumar 2.700 voluntarios formados en el ámbito infantil, con experiencia y certificados en protección de menores, y ya se ha atendido a más de 40 niños de La Torre, Horno de Alcedo, Alfafar y Paiporta.

La Plataforma de Infancia repartirá a partir de este viernes en las zonas afectadas material adaptado e impreso sobre lo que está pasando con la dana para ayudarles a entender la situación, para que puedan reflexionar sobre lo que están sintiendo y para que conozcan cuáles son sus derechos. “Queremos dirigirnos directamente a los más pequeños, que lean nuestra publicación —es una hoja con texto e ilustraciones— y asegurarnos así de que aquellos que no pueden contar con la atención que necesitan, al menos dispongan de algo de información y apoyo”, cuenta Mabel Taravilla, responsable de programas de participación de la plataforma. En la publicación se puede leer: “Ha llovido tanto que han crecido los ríos y se han desbordado, se ha llenado todo de barro y huele mal, hay casas, tiendas y colegios rotos... esto es algo que no siempre va a pasar”.

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