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Sumisión química: qué pasa cuando las víctimas de una violación no recuerdan qué sucedió

Psicólogas, abogadas y expertas hablan de las diferencias y complicaciones de las agresiones de las que no existe memoria consciente, y que van desde las psicológicas hasta las emocionales y jurídicas

An energetic scene with people on the dancefloor dancing and drinking at a colourful, open air nightclub
La mayoría de sumisiones químicas, llamadas de oportunidad, se producen en los entornos de ocio.Hinterhaus Productions (Getty Images)
Isabel Valdés

Despertar en una cama que no es la tuya. Despertar en tu cama con alguien que no sabes quién es. Despertar en un vagón de metro mientras decenas de personas suben y bajan a tu alrededor. Despertar sola en casa con escozor en la vagina, o con dolor, o con un mordisco, o con un golpe sin saber por qué o cómo llegaron ahí. O sin nada de lo anterior pero con la sensación de que algo ha pasado y no se sabe bien qué. Una vez o muchas veces. La angustia de no tener ninguna imagen de las últimas horas y la desesperación de no saber qué ocurrió. O no con nitidez. Pensar: “¿Qué hice?”, “¿qué dije?”, “¿por qué me fui a?” o “¿por qué me fui con?”. Que de repente una canción genere malestar o aparezcan náuseas con el olor a coche nuevo, que desconcierte que te agarren la mano.

Así, como en una espiral oscura, despiertan y viven a veces las mujeres que han sufrido una agresión sexual de la que no recuerdan nada, aquellas en las que se usaron drogas, o alcohol, o ambas, la llamada sumisión química, ya sea oportunista —aprovecharse de lo que la otra persona ha bebido o consumido, la más común—, o proactiva —drogar directamente con el objetivo de agredir—; y que ocurren en discotecas o bares o fiestas o festivales; pero también en lo que llamamos hogar, en parejas, en familias. Un vacío de memoria que dificulta procesar lo que ocurrió, integrarlo en la propia vida, y seguir.

¿Cuántas? No se conoce con exactitud: la bolsa oculta de violencia sexual se estima en el 90%. En general, en España se calcula que solo se conocen una de cada 10 agresiones. Las últimas cifras facilitadas por el Ministerio de Interior a este diario de agresiones sexuales con y sin penetración en las que el medio empleado han sido drogas o fármacos, reflejan una subida: 28 en 2015, 33 en 2016, 43 en 2017, 50 en 2018 y 59 en 2019. En 2020, y a pesar de los confinamientos y las restricciones por la pandemia, se produjeron 39. En 2021 fueron 64, en 2022 se registraron 160; y este año, solo hasta junio, 136.

La otra estadística conocida, la del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses, de 2021, de las 3.001 agresiones sexuales constatadas ese año, en 994 se practicaron análisis ante la sospecha de que pudieran haberse cometido con la víctima bajo sumisión química y hubo resultado positivo en el 72% de los casos. La estimación del instituto con los números de los últimos cinco años, es que “aproximadamente el 33% de las agresiones sexuales pueden ser de este tipo, es decir, una de cada tres”, cifró entonces la ministra de Justicia, Pilar Llop, cuando presentó ese análisis.

Lo que sí existe son relatos y teoría —por la experiencia de quienes la sufren, y quieren y pueden contarla, y de profesionales de distintos ámbitos que las acompañan después—, de cuáles son las consecuencias para ellas cuando su memoria es un fundido a negro. “Imagina esas madres o padres a quienes les desaparece un hijo, la desesperación que tienen cuando saben y cómo se vuelve mucho peor cuando no saben, porque pueden imaginar cosas mucho más terribles de las que pasaron. No tener recuerdos alarga el proceso”, explica Victoria Carbajal, la directora del centro de crisis 24 horas para violencia sexual de Asturias, uno de los dos que por el momento hay abiertos en España, junto al de Madrid. En ese centro, de las 476 mujeres que han atendido desde el 25 de noviembre de 2020, cuando abrieron, 48 sufrieron una agresión en la que medió sumisión química. “Y esas son solo las que localizamos en las que estaba clarísimo”, dice.

Para ellas, como para cualquier otra, “la intervención que precisan es la misma”, dice Yolanda Trigueros, la coordinadora de Cimascam (el Centro de Atención Integral a Mujeres Víctimas de Violencia Sexual de la Comunidad de Madrid), abierto desde 2009, es decir, “una intervención integral que garantice la recuperación a la que tienen derecho”.

El no recuerdo y la culpa

Sin embargo, hay dos diferencias fundamentales. Una, desde el punto de vista psicológico, relacionada con el no recuerdo: “Con lo que la mujer sabe que ha pasado, pero es un saber sin nombre y sin certeza, trabajamos con lo imaginado y lo temido”. La otra es “una culpa que de alguna forma se diferencia de la normal, esa que se asigna a las mujeres por la cultura de la violación se potencia, por no haber hecho lo suficiente para cuidarse”.

El pasado lunes, Trigueros atendió a una mujer que había acudido al centro: “Me decía: ‘Yo me di cuenta de que algo me había pasado nada más despertarme, pero no lo entendí hasta días después’. Porque hay que reconstruir esa historia, hay veces que los flashbacks vienen horas después, días después o meses después, cuando vienen, porque no siempre lo hacen”.

Según el informe sobre violencia sexual más amplio hasta la fecha —Análisis empírico integrado y estimación cuantitativa de los comportamientos sexuales violentos (no consentidos) en España—, “la información disponible sobre los hechos de violencia sexual sobre las víctimas, generalmente reportadas por ellas mismas, corresponde a una infra-valoración de la realidad de la misma”, y “existen numerosas barreras, sobre todo psicológicas, que son las causantes de que las víctimas no informen de lo que les ha pasado como si fueran simples “grabadoras” de las experiencias vividas”. Entre ellas, no identificar lo que les ha sucedido como agresión, la confusión, el estrés, la autoinculpación y “auténticos problemas de amnesia y dificultades de recuerdo”.

Y quizás esa memoria no es visual ni auditiva, pero está. “El cuerpo tiene su propia memoria. Que yo no lo recuerde no significa que mi cuerpo lo haya olvidado”, apunta Violeta García, psicóloga experta en violencia sexual. Y pueden empezar a sucederse reacciones de rechazo o de miedo o de angustia que no se entiendan ni se sepa de dónde vienen: cuando alguien te retira el pelo, un roce en un brazo, que se acerquen por detrás, un olor, un sonido, una voz, una canción, una palabra. “Cosas que te pasan y que no puedes colocar ni darles sentido, pero tu cuerpo es la cinta de vídeo donde se ha grabado eso, no solo es mi memoria declarativa la que se encarga de narrar lo que me ha ocurrido: pesadillas, emociones intensas, o flashbacks pueden aparecer, aunque solo tengan contenido sensorial y no visual”.

En una agresión sexual en la que se está consciente, dice esta experta de la Asociación de Asistencia a Mujeres Agredidas Sexualmente de Cataluña, se puede narrar de alguna manera: “Colocarnos en algún sitio para integrarlo y seguir adelante; cuando no, aunque lo integramos y seguimos adelante, hay una sensación muy grande de impotencia, de descontrol, de indefensión”. Y en esa no defensa, algo que en los últimos años se ha sumado como “punto de vulnerabilidad”: saber, o temer, haber sido grabadas, y “mucho miedo a que se extienda, que pueda verlo nuestra familia, nuestros amigos, o nosotras mismas”.

Denuncias y juicios

Toda esa oscuridad y esos miedos, no solo tienen repercusiones físicas, psicológicas y emocionales para ellas. También jurídicas. Carbajal, la directora del centro de Asturias, abogada, recuerda que en un proceso, cuando una mujer no recuerda y en los análisis forenses no aparecen sustancias, “la tendencia muchas veces sigue siendo no creerlas”. Marta Calderón, la homóloga de Carbajal en el centro de crisis de Madrid, abierto desde el pasado febrero, incide en cómo “se dificulta muchísimo todo el proceso de denuncia y jurídico”.

El problema, dice Calderón, es que muchas veces la propia denuncia se interpone después de días o semanas o meses, si es que llega a hacerse. “Para cuando la mujer ha podido poner un poco de luz a esa oscuridad, cuando ya ellas mismas han hecho una investigación preguntando a sus amigos, a su familia, a su pareja, mirando su móvil, ya no hay forma de obtener pruebas”. En el centro madrileño han atendido en estos 10 meses a 500 mujeres, de ellas, 165 han iniciado un proceso; y de esas, el 15% verbalizan o tienen sospechas de sumisión química (25). Solo una “lo ha podido demostrar con informe forense”, explica Marta Calderón, la coordinadora.

Tras la denuncia, durante el proceso judicial, Calderón explica que la sumisión química “genera poca credibilidad” porque “hay una dificultad añadida en el relato, porque no suele haber inmediatez de la acreditación de lo que ha ocurrido, porque esos flashes de recuerdos vienen días o meses después, si ha habido una denuncia es posible que luego quiera hacerse una ampliación o modificación y eso hace que en vez de aumentar la credibilidad de lo que ha ocurrido, reste”.

Un testimonio que “puede tener fuerza si existe buena formación” de fiscales, jueces y juezas, abogacía y policías, dice García, la psicóloga, para que puedan entrevistar y recabar información “de forma exhaustiva, sin victimizar, que corrobora el relato de la víctima, y que viene tanto de la información periférica [todo lo que rodea a los hechos delictivos, el contexto y las circunstancias que puede dar claves], como de la corporal [marcas visibles o invisibles, como moratones o la sensación de no soportar, de repente, que las toquen]”. Son indicios, señala, “y ninguno es por sí solo una certeza o una prueba, pero conociendo cómo funciona la violencia sexual, pueden ponerse en relación de manera informada”.

Y “ayudar” a entender una violencia que hasta ahora es en la que menos se ha profundizado, y a las mujeres que la sufren. Yolanda Trigueros, del centro de la Comunidad de Madrid pronuncia horror: “La violencia sexual es una forma de aterrorizar y de quitar el poder a las mujeres. Pero si además no tienes recuerdo, es como entrar en ese vacío, en esa incertidumbre. Que cualquiera lo imagine durante un segundo. Es el horror”.

Los centros de crisis de Asturias y Madrid atienden las 24 horas, los 365 días del año, a mujeres de cualquier edad, nacionalidad o situación administrativa. El número de teléfono del centro de Asturias es el 677 985 985, se puede llamar, enviar mensajes y WhatsApp; y su correo electrónico es centrodecrisis@asturias.org. En Madrid, el teléfono es el 900 599 316, y el email es centrodecrisis24@madrid.org. Ante una agresión, también se puede llamar al 016, que atiende todas las violencias, las 24 horas del día, todos los días del año, en 53 idiomas diferentes. El número no queda registrado en la factura telefónica, pero hay que borrar la llamada del dispositivo. También se puede contactar a través del correo electrónico 016-online@igualdad.gob.es y por WhatsApp en el número 600 000 016. Los menores pueden dirigirse al teléfono de la Fundación ANAR 900 20 20 10. Si es una situación de emergencia, se puede llamar al 112 o a los teléfonos de la Policía Nacional (091) y de la Guardia Civil (062). Y en caso de no poder llamar, se puede recurrir a la aplicación ALERTCOPS, desde la que se envía una señal de alerta a la Policía con geolocalización.

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Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.

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