Conducir sobre el infierno: una nueva carretera en La Palma se asienta en lava caliente y perfora muros de colada del volcán
La vía de la costa fue una de las que quedaron sepultadas. El Ministerio de Transportes ha puesto en marcha una nueva tras 14 meses de obras, la primera que se construye sobre lava recién brotada
El asfalto recién estrenado se despliega con suavidad sobre lo que hace no tantos meses fue lo más parecido al infierno sobre la tierra. En ocasiones, incluso, perfora muros de colada asentados sobre el recuerdo de casas y cultivos. Es la nueva carretera de la costa, como la llamaban comúnmente los palmeros. La obra se inició en marzo de 2022 y finalizó en mayo del 2023. Es una vía de 3,9 kilómetros de longitud construida mediante un procedimiento de emergencia —que exime de presentar el proyecto a concurso— que, tras una inversión de 38 millones, es la única en condiciones para comunicar el norte y sur del Valle de Aridane (en el oeste de la isla). Al menos, hasta que dentro de unos años se reconstruya la LP-2, una autovía que estaba sin terminar cuando el volcán arrasó uno de sus tramos.
“Es una carretera especial”, subrayan sus autores: nunca antes se había construido una carretera convencional de uso público en tan poco tiempo y sobre una lava tan reciente —”ni en España ni en ninguna otra parte”, destacan—. De hecho, hay otra pista de emergencia aún sin acabar impulsada por el Cabildo, situada más cerca del volcán, que lleva funcionando varios meses en condiciones precarias, sin asfaltar y con la obligación de conducir a baja velocidad.
La nueva carretera a la costa, así, se ha convertido en una de las niñas bonitas confesas del director general de Carreteras del Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, Juan Pedro Fernández Palomino. “Es, de forma inesperada, una de las actuaciones más emblemáticas de la legislatura, tanto por los retos superados como por la organización, la logística desplegada, la coordinación con otras administraciones como el Gobierno de Canarias o el Cabildo o el plazo en que se ha hecho”.
También parece mirarla con otros ojos Fernando Hernández, el jefe de área de carreteras de la demarcación de Cantabria, a la que se asignó la construcción. “Se ha luchado contra varios elementos”, explica en la oficina de la obra en Tazacorte. “En primer lugar, está la temperatura; en segundo, los gases que emiten las coladas. Y en tercero, los tubos lávicos, zonas huecas que ha formado las distintas oleadas de magma”.
Pero a quien más le cuesta ocultar el orgullo por el trazado es al director de las obras, el ingeniero santanderino Rosendo Martínez. “Es una carretera única, estamos muy satisfechos con ella”, afirma. Martínez no cesa de enumerar las características del trabajo sobre una zona altamente sensible desde el punto de vista medioambiental y geológico: hubo que excavar desmontes en coladas a temperaturas de cientos de grados, controlar la emanación de gases, ensayar distintas configuraciones del firme de la calzada, trazar y ejecutar un viaducto para impactar lo menos posible sobre los cultivos y la vida de los vecinos. “Priorizamos el uso de los materiales de la erupción para crear los terraplenes y para fabricar los hormigones y los firmes”. El firme tendría que soportar unas temperaturas a las que el asfalto no se había tenido que enfrentar en una carretera convencional. Por ello, desplegaron una “extensa campaña de ensayos” con distintas mezclas bituminosas (asfalto) y polímeros —compuestos químicos que consisten en moléculas de cadena o moléculas ramificadas y que pueden tener usos como reforzar, aislar, espesar, licuar, etcétera— que se llevaron a cabo tanto en el laboratorio como en una pequeña vía paralela —aún en funcionamiento— en la que, entre otras mediciones, un sistema de termómetros a varias alturas monitoriza la disipación del calor.
También hubo que tener en cuenta que la lava no crea un terreno completamente compacto. Los 85 días de erupción, de la que en septiembre se cumplirán dos años, dejaron parte del Valle de Aridane cubierto por un sistema de tubos lávicos, una red de cavidades volcánicas, por lo general en forma de túneles, que se forman en el interior de coladas lávicas durante la erupción. “Supusieron un reto”, rememora Martínez, dado que estas oquedades pueden crear socavones y constituir un peligro durante los trabajos. Aparte de las mediciones sobre el terreno mediante georradares, en este sentido fue clave la colaboración con el Instituto Geológico y Minero de España (IGME). “Nosotros les dábamos información sobre las temperaturas que nos íbamos encontrando, y ellos nos facilitaron mapas con las zonas en las que ellos preveían iba a haber más tubos lávicos”.
Un valle partido en dos
El volcán de La Palma partió en dos mitades el valle de Aridane, en el costado este de la isla. La lava vertida en el macizo central fluyó cuesta abajo, llevándose por delante poblaciones enteras como Todoque, además de cientos de hectáreas de cultivo, y cercenó gravemente el tráfico de norte a sur por el costado oeste de la isla. La carretera a la costa era una vía secundaria que se usaba, sobre todo, como acceso a una zona de intensa producción agrícola. Localidades como El Paso (donde se originó la erupción), Los Llanos de Aridane (el principal núcleo poblacional de la isla) y el pueblo pesquero de Tazacorte quedaron incomunicadas con Puerto Naos, Fuencaliente o la capital, Santa Cruz de La Palma. Lo que antes suponía un trayecto de 25 kilómetros se duplicó de la noche a la mañana al obligar a circunvalar la isla en sentido contrario a las agujas del reloj por la carretera de la cumbre, subiendo —y después bajando— casi 1.000 metros de altitud una tortuosa cordillera.
“Por supuesto que lo he notado, no sabes qué diferencia ha supuesto en mi vida”. Jessica Hernández vive en el pueblo de Tazacorte y trabaja en el conocido Bar Parada de Fuencaliente, a apenas 25 kilómetros. Le obligó a rodear la isla por la cumbre. ”Antes tardaba una hora y media, ahora es solo media hora como máximo”, asegura. “Ha sido un gran avance”, admite Luis Rodríguez, gerente de Transportes Insular La Palma (TILP), la empresa concesionaria del servicio público de guaguas, quien destaca “la alta calidad de la vía”. “Pero queda mucho trabajo por hacer para recuperar la conectividad en la isla”.
La orografía y la distribución de infraestructuras palmera provocó que la lava no se distribuyera de forma uniforme, creando una vaguada al abrigo que proporcionó la montaña de Todoque. Para ello, Martínez y su equipo incluso diseñaron —y ejecutaron— un viaducto de 243 metros de longitud. “Quisimos ser muy sensibles con su diseño”, afirma el ingeniero. “Por ejemplo, hemos tratado de hacer una simulación de las plataneras: se abre como un fuste, y posteriormente se le pondrán unos postizos tratando de simular los hijos de esta planta”.
El trazado final agrada, incluso, a quienes se opusieron a él. “En un principio, la intervención no solo suponía recuperar la vía perdida”, rememora Elías Navarro, portavoz de la Plataforma de Afectados por la Carretera de La Costa. También incluía, explica, un segundo tramo de unos 900 metros que causaba daños a un kilómetro de las coladas y perjudicaba a más de 30 familias en tres núcleos de población del sur del municipio de Tazacorte. “No nos opusimos frontalmente a la vía en sí, sino a su trazado. El tramo que ya funciona era necesario, pero la obra no podía ejecutarse por la vía de emergencia, dado que suponía un atropello a los derechos de los vecinos en un momento de especial vulnerabilidad”. Su presión surtió efecto, y en abril, el Gobierno canario renunció a este segundo tramo. “Al mes de entrar en las casas, nos enteramos de la obra. Para nosotros fue como un segundo volcán para muchos. Que haya acabado de esta manera ha sido increíble. Estamos muy felices”.
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