Ventilar sin pasar frío: cómo luchar contra las enfermedades que están en el aire
Los aerosoles, como ha dejado patente la covid, son la vía de transmisión de algunos patógenos y renovar o limpiar el aire de los interiores es fundamental para reducir el riesgo de contagio
Si hay que situar en un momento de la historia el nacimiento de la medicina moderna, podría ser en la segunda mitad del siglo XIX, cuando Louis Pasteur demostró la teoría de los gérmenes. Las infecciones no se transmitían por miasmas que desequilibraban los misteriosos humores, como se creía desde tiempos de Hipócrates, sino a través de microorganismos presentes en el agua, en los alimentos, en nuestras propias manos, y que pasaban desapercibidos hasta entonces. La revolución que siguió a la teoría microbiana también trajo consigo un efecto secundario: prácticamente relegó la transmisión aérea de los patógenos a la categoría de la superstición. Aunque se asumió a lo largo del pasado con otras dolencias, como tuberculosis y sarampión, se mantuvo el dogma de que otras infecciones respiratorias no se contagiaban por aerosoles. Hasta la covid que, tras mucha controversia, vino a recordar que estas enfermedades también pueden estar en el aire.
Esta evolución y la resistencia de las autoridades sanitarias a aceptar que el coronavirus se contagia por el aire la aborda de forma prolija José Luis Jiménez, catedrático de Ciencias Ambientales y Química en la Universidad de Colorado. Está en el grupo de los primeros científicos que advirtió a la Organización Mundial de la Salud sobre la transmisión aérea del SARS-CoV-2 y se ha convertido en un activista en el reclamo de medidas para limpiar el aire que respiramos. La recomendación de ventilar interiores, repetida machaconamente por los expertos durante la pandemia, parece entrar en conflicto con el ahorro energético necesario en estos meses fríos que coinciden con una crisis de combustibles fósiles.
Realmente no tendría por qué ser contradictorio. Los códigos de edificación modernos imponen procedimientos de renovación del aire sin apenas perder temperatura. Son sistemas de doble flujo con recuperación de calor que, en invierno, aprovechan el aire viciado que sale para calentar el limpio que entra del exterior y en verano hacen lo contrario. Es el mecanismo que usan las viviendas de máxima calificación energética, las conocidas como passivhaus (del alemán, casa pasiva), una certificación privada que acredita su mínimo gasto. La normativa española tiene un menor nivel de exigencia para el común de los hogares, pero este tipo de renovación de aire es obligatoria en los edificios y locales públicos construidos a partir de 2007.
Lo establece el Reglamento de Instalaciones Térmicas en los Edificios, que aporta valores máximos de concentración de CO2 en estas estancias: un ideal de 350 partes por millón (ppm) por encima de la concentración en el aire exterior, que aplica en recintos como hospitales o guarderías. El problema es que los edificios anteriores a esta fecha, que son mayoría, no tienen estos requisitos, y no suelen cumplir con esta medida. Belén Zalba, ingeniera experta en climatización de la Universidad de Zaragoza, explica que durante años se aumentó de manera importante la estanqueidad de los edificios por ahorro de energía para evitar entradas incontroladas de aire, pero no se avanzó lo suficiente en las entradas controladas de aire (ventilación mecánica). “Dio lugar al conocido como síndrome del edificio enfermo, aunque los inmuebles no enferman, enfermamos los ocupantes”, dice.
Zalba lo comprueba a menudo con su medidor de CO2. “El límite está entre 800 y 1.000 ppm y he llegado a medir más de 2.000, eso quiere decir que estoy respirando el aire que han respirado otras personas y que, por lo tanto, hay riesgo de transmisión de enfermedades”, sostiene. A Zalba no le preocupan tanto los hogares particulares, ya que la ventilación, pese a ser muy recomendable, no es suficiente para evitar contagios con una convivencia tan estrecha. Esto cambia cuando hay visitas o en fechas como las navideñas, donde las casas se convierten en sedes de celebraciones y pueden ser una fuente de propagación de patógenos.
Pero lo que realmente inquieta a Zalba son inmuebles como residencias de ancianos, que muy a menudo no cumplen los mencionados estándares frente a la contaminación y están habitadas por personas mayores, las más vulnerables a las infecciones respiratorias.
Además de la covid, hay pruebas firmes de que el aire es vehículo de transmisión de otras, como la gripe, el sarampión o la varicela. “Y hay muchas otras para las que no se han hecho demasiados experimentos por esa asunción que había tradicionalmente de que se transmitían por contacto con superficies infectadas. “Pero otros coronavirus, como los catarrales, o el virus respiratorio sincitial (que causa las bronquiolitis en niños) y otra serie de patógenos son exhalados en aerosoles igual que el SARS-CoV-2, así que lo lógico es asumir que también se contagian por el aire”, insiste Jiménez.”
Diversas publicaciones científicas listan un extenso catálogo de enfermedades que se pueden transmitir por aerosoles, ya que sus patógenos viajan en diminutas gotitas que no caen al suelo y pueden quedar suspendidos en el aire durante horas. Incluyen ántrax, aspergilosis, blastomicosis, varicela, rotavirus, influenza, rinovirus, meningitis, estreptococos, neumonías, legionelosis, sarampión, paperas, tuberculosis, covid, SARS y MERS, entre otras.
Jiménez está en la línea de otros científicos que creen que las autoridades sanitarias no han hecho suficiente hincapié en la importancia del aire limpio porque eso supondría trasladarles la responsabilidad de regularlo de forma más exigente. “Se insiste todavía en el lavado de manos porque eso es algo que depende de cada uno, si no te las lavas y te contagias, es culpa tuya. Pero no puedes evitar respirar el aire contaminado de un local abierto al público. Si te infectas, el local tiene una responsabilidad”, sostiene.
Aunque tomar cartas en este asunto puede exigir una inversión elevada si se suma la adecuación de todos los edificios, los costes son muy inferiores al de atender todas las infecciones respiratorias, sostiene en un artículo Lidia Morawska, directora del Laboratorio Internacional para la Calidad del Aire y la Salud. “El gasto para la sociedad de la prevención a través de edificios mejor diseñados y la mejora gradual de la ventilación en los edificios existentes es mucho menor que el de las infecciones. Según algunas estimaciones, esto representaría solo el 1% de los costos iniciales de construcción”, argumenta.
Las instalaciones necesarias dependen del tamaño de las estancias y de su uso. Hay cuatro factores que influyen decisivamente en la probabilidad de transmisión de la covid y otras infecciones por aire: el tamaño del recinto (que determina cuánto aire se comparte), el número de personas que coinciden, el tiempo que pasan en él y el grado de vocalización que se produce. Es decir, no es el mismo riesgo en un lugar donde la gente está callada, como puede ser un cine, que en otro donde se habla o, aún mayor, donde se canta o grita, momentos en los que se expele una mayor cantidad de virus.
Los sistemas deben tener una capacidad de renovación del aire acorde con estos cuatro condicionantes. En un lugar con una infraestructura adecuada no sería necesario abrir ventanas para ventilar. “De hecho, es contraproducente, por eficiencia energética y porque interfiere con lo que ya hay”, explica Zalba. En una reciente investigación en colegios italianos se estudiaron 10.000 aulas, de las cuales un tercio tenía un sistema de ventilación mecánica. En ellas, el riesgo de infección de covid para los estudiantes bajó al menos un 74% comparado con las clases que solo tenían ventilación natural.
Otra alternativa que señala Jiménez, más sencilla y económica que instalar todo un sistema de climatización que renueve el aire, es limpiarlo. Para eso se pueden utilizar purificadores con filtros HEPA, que han demostrado reducir drásticamente la carga viral del aire que se comparte en caso de que haya una persona infectada. Y una tercera sería desinfectarlo con procedimientos químicos, aunque lo desaconseja en la mayoría de las ocasiones porque los riesgos para la salud pueden superar a los beneficios.
Todos estos métodos no garantizan que se evite el contagio. Es cuestión de probabilidades y lo que se consigue limpiando el aire es reducirlas. Para entenderlo, los expertos en esta materia ponen el ejemplo del tabaco: si en una estancia hay muchas personas fumando, el aire se carga de humo. Si no se renueva, los que comparten espacio lo respirarán en grandes cantidades. Imaginemos que en lugar de humo ese aire se va poblando de virus. Cuanto más inspiren, más posibilidades hay de enfermar. Y la forma más simple que hay hoy en día para saber lo viciado que está un aire es comprobar la cantidad de CO2 que tiene. “La solución es medir, medir y actuar con base en los valores medidos”, afirma Belén Zalba.
Para concienciar de la importancia del aire limpio, los investigadores también recurren a una analogía con el agua: los países desarrollados se han preocupado por llevarla desinfectada a los hogares y a nadie se le ocurre beber si es de procedencia dudosa, una cautela que no se suele tener con lo que respiramos. “Las personas inhalamos a lo largo el día 8.000 litros de aire, comemos un kilo de comida y bebemos dos litros de agua. Necesitamos respirar constantemente, así que la calidad del aire que respiramos tiene un gran impacto sobre nuestra salud”, enuncian las conclusiones del último Congreso Internacional de Calidad de Aire Interior, que se celebró en noviembre en Madrid, y que pide una normativa más exigente en la ventilación de espacios públicos. “El ahorro energético no tiene por qué ser incompatible con la buena calidad del aire interior, siempre que se utilicen las técnicas adecuadas en dimensionamiento, mantenimiento y operación de las instalaciones de climatización”, zanja.
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