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Los médicos dicen basta: “No quiero que me aplaudan, pero tampoco sentirme como una mierda”

Los facultativos de media España están en pie de guerra por sus condiciones laborales. Ocho casos explican situaciones diversas que muestran la crisis del sistema sanitario

Pablo Linde
Concentración de médicos de familia y pediatras, el jueves ante la Asamblea de Madrid.
Concentración de médicos de familia y pediatras, el jueves ante la Asamblea de Madrid.SERGIO PEREZ (EFE)

Se enfrentaron a un virus desconocido sin los equipos de protección necesarios. Los llamaron héroes. Los aplaudieron. Les prometieron que se paliarían sus carencias. Que la sanidad iba a ser una prioridad en el país. Pero casi tres años después de que estallara la mayor crisis sanitaria en un siglo, quienes han explotado han sido los médicos. Sus condiciones no solo no han mejorado: son mucho peores en casi todos los sentidos a las de 2019. Tienen agendas saturadas. No dan abasto. Reciben insultos de parte de la ciudadanía y el desprecio de algunos políticos. Y han dicho basta.

Todo se ha comenzado a resquebrajar en la atención primaria, que rápidamente ha contagiado a las urgencias. En media España los médicos de estos servicios están en pie de guerra. Además de la huelga indefinida que existe en Madrid, hay otra en Canarias por la temporalidad en todo el sistema; las han convocado en Valencia y Cataluña, y están sobre la mesa en Murcia, Navarra, Aragón, Extremadura y Andalucía. Cantabria y País Vasco las han tenido este mismo año y en las demás comunidades hay un caldo de cultivo similar.

El descontento comienza en la puerta de entrada al sistema, completamente desbordado, pero no se queda ahí. Conforme se profundiza se comprueba que, aunque las condiciones no sean tan penosas como las de primaria y urgencias, los profesionales sienten un profundo hastío que va desde la carga asistencial, hasta la enorme temporalidad, pasando unas guardias a menudo abusivas y unas retribuciones que no consideran justas. Lo resume Alberto Pérez, cirujano pediátrico y secretario general del Sindicato Médico de Navarra: “Hay un cambio de mentalidad. La paciencia que teníamos como consecuencia de la vocación se ha terminado”.

La covid ha sido el punto de inflexión. El 12 de marzo de 2020, un día antes de que el presidente del Gobierno anunciara el estado de alarma, unos pocos profesionales crearon en Facebook un grupo llamado Médicos unidos por sus derechos. En unos días ya eran decenas de miles. En lo peor de la pandemia no era momento de protestar. Pero ahora sí. Enrique Alfonso, uno de sus impulsores, lo resume en dos puntos: sobrecarga de trabajo y precariedad laboral. “Esto no se arreglará mientras los médicos no se sienten a negociar en su propio nombre, en lugar de hacerlo con los demás sanitarios”, sostiene en referencia a las mesas sectoriales, que agrupan a facultativos con otras profesiones sanitarias.

Mientras, hay doctores que dejan la pública, médicos privados en pie de guerra por lo que les pagan las aseguradoras; están los que se van al extranjero a cobrar mucho más, otros con bajas por ansiedad. Y los que siguen lo hacen con cada vez menos ánimo, por sus propias condiciones y por no ser capaces de prestar la asistencia que necesitan los pacientes. EL PAÍS ha hablado con ocho facultativos en situaciones diferentes, que aportan pinceladas para dibujar el cuadro de lo que está pasando en la profesión y, por ende, en el sistema sanitario de España, un país cuya inversión en la pública (1.907 euros por habitante) está por debajo de la media de la UE (2.299), según los últimos datos, de 2020. El gasto sanitario de las comunidades solo ha subido desde la pandemia un 3,49%, frente a un aumento general de los presupuestos de un 34%, según un informe de la Asociación de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales.

Pilar Cháfer: “He llegado a llorar en el trabajo. O me iba de la primaria o dejaba la medicina”

La doctora Pilar Cháfer, en la clínica privada donde trabaja, en Xàtiva (Valencia).
La doctora Pilar Cháfer, en la clínica privada donde trabaja, en Xàtiva (Valencia). Ana escobar

Mientras en el Sistema Nacional de Salud faltan médicos de primaria y el Ministerio de Sanidad trata de incentivar jubilaciones activas para aumentar los recursos, son muchos los que salen abrumados por agendas infinitas de pacientes que no les permiten dedicar a cada uno el tiempo que requiere. Pilar Cháfer, de 42 años, era médica de familia en la Comunidad Valenciana hasta mayo. Lo dejó y ahora compatibiliza un puesto en la privada con una clínica de estética que ha montado ella misma después de hacer un máster.

Es una salida cada vez más frecuente, según todos los consultados. “Estamos tan quemados que buscamos cambiar de tercio. Tengo compañeros que lo han dejado. Yo he llegado a llorar en el trabajo, no me levantaba ni para orinar. Estuve de baja por estrés y decidí que o me iba de la primaria o dejaba la medicina”, cuenta Cháfer.

Hoy hay en el sistema más de un millar de médicos de primaria menos que al comienzo de la pandemia, y en los próximos cinco años se jubilarán un tercio de los que están en ejercicio, 42.000, incluidos 6.000 pediatras. Esto conduce a bajas sin cubrir, doctores que llevan sus agendas y las de sus compañeros y esperas que, según el último barómetro Sanitario del CIS, están en España en una media de más de ocho días, cuando se trata de un sistema pensado para atender en 24 o 48 horas.

En estas circunstancias, Cháfer reconoce que no se puede hacer “bien” el trabajo: “No atendía a los pacientes como quería. Era imposible, y daba el 200%. Porque con tan poco tiempo, tienes que hacer virguerías mental y físicamente para no cometer ningún error”.

Irene Maté: “No quiero que me aplaudan, pero tampoco sentirme como una mierda”

Irene Maté, en el centro de Salud Ensanche de Vallecas.
Irene Maté, en el centro de Salud Ensanche de Vallecas. Álvaro García

Irene Maté, pediatra en Madrid de 45 años, se sabe privilegiada. Tiene una plaza en propiedad y turno de mañana en un centro de salud con muchos médicos, lo que permite que, cuando hay bajas, las agendas se repartan entre más profesionales. A pesar de eso, tiene la sensación de estar en una cadena de montaje en la que solo importa ver a niños y da igual si lo hace bien, mal o regular. “No quiero que me aplaudan, pero tampoco sentirme como una mierda”, dice.

En un mismo día ha llegado a ver a 67 niños, que requieren en general mucho más tiempo que los adultos. “No solo vemos catarros y mocos. En una ocasión me llegó una adolescente que conozco desde que entré en mi centro de salud por unos vómitos. Resultó ser bulimia. Yo no puedo dedicarle dos minutos a una chica con bulimia. O a otro que resulta que tiene indicios de autismo. Pero, inconscientemente, mientras los atiendes, piensas en cuántos se estarán acumulando fuera, esperando”, asegura.

Maté describe una desconexión total entre los gestores y la realidad de los centros de salud: “Nos mandan webinars o a rellenar aplicaciones con los cursos que hemos realizado. Se supone que tenemos un tiempo para ese tipo de cosas, pero la realidad es que se nos va todo en lo asistencial, porque de lo contrario no damos abasto”.

Cree que la situación ha explotado por “una falta de reconocimiento absoluta”. La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, ha culpado en más de una ocasión a los facultativos por el enorme colapso de la primaria. “Nos prometen cosas y no se cumple nada. Y te da la sensación de que te toman el pelo. Yo creo que en un momento determinado alguien dice ‘hasta aquí'. Y ahora ves que por fin nos hemos juntado todos y tirado para adelante”, protesta esta pediatra.

David Andina: “La situación en los servicios de urgencia es terrible, dramática”

David Andina, pediatra en un hospital de Madrid, al salir de una guardia de 24 horas.
David Andina, pediatra en un hospital de Madrid, al salir de una guardia de 24 horas. INMA FLORES

La primera consecuencia de la saturación en la atención primaria es el colapso de las urgencias. David Andina trabaja en las pediátricas de un hospital madrileño, tiene 38 años, ha encadenado 27 contratos temporales y por fin ha accedido a una plaza de interino porque la adjunta que la ocupaba se fue. Él a veces siente la tentación de seguir el mismo camino: “Hace dos semanas, después de una guardia muy mala, activé mi perfil de [la red profesional] LinkedIn”.

Define la situación de los servicios de urgencia como “terrible, dramática”. “Tenemos entre un 40% y un 50% más de pacientes que antes de la pandemia. Y eso lo hacemos con plantillas que son iguales o, en algunos casos, peores porque cada vez más gente da un paso atrás. Hay bajas de larga duración, por maternidad que no se consiguen cubrir. Vemos lo nuestro, más lo de primaria, más lo de hospitalaria de pacientes que tienen citas para muchos meses y vienen directamente aquí. Además de eso, atendemos muchas cosas que no deberían ser urgencias, procesos banales para los que los padres acuden incluso a varios hospitales distintos para dar con un diagnóstico o que les receten un medicamento”, explica.

Esta sobrecarga tiene consecuencias en los pacientes. Quienes llegan con patologías no urgentes, tienen que esperar horas para pasar a consulta. Y, aunque las emergencias se atienden, “también se resienten”, según este médico: “El propio punto de inicio, el triaje, ya va sobrepasado y eso hace que llegue unos minutos más tarde a asuntos urgentes”.

Andina denuncia también un sistema de guardias “abusivo” que los obliga a trabajar durante 24 horas seguidas: “Puedes estar viendo niños sin parar de las ocho de la mañana hasta las ocho de la mañana siguiente, con dos paradas de 25 minutos para comer y sin apenas tiempo de ir al baño. En esa dinámica de atención que se une a la supervisión de los residentes, que están empezando en su formación, a las seis de la mañana no eres un pediatra, eres un robot que sobrevive como puede”.

Aurelia Mena. “El sistema nos está arrollando. Te vas a casa preocupada por los pacientes”

Aurelia Mena, médica en Pamplona.
Aurelia Mena, médica en Pamplona.PABLO_LASAOSA

Aurelia Mena, médica rehabilitadora en Navarra, ve la primaria como el primer eslabón de una cadena que, si falla, produce un efecto dominó perverso en todo lo demás: “Es básico que funcione bien porque los pacientes te llegan mejor derivados, ves a los que realmente tienes que ver y lo haces a tiempo”. Esto no está sucediendo ahora. Con 60 años y más de media vida dedicada a la medicina, nunca había visto al sistema tan deteriorado como ahora.

La mayoría de sus pacientes son crónicos, que necesitan un seguimiento constante. Este se rompió en lo peor de la pandemia y todavía no se ha vuelto a recuperar en servicios como el suyo. Las demoras para llegar a su consulta son demasiado largas. Y, lo que es casi peor, en su opinión, son los largos periodos entre citas, que no cuentan para la estadística que miden las listas de espera, que tienen a más gente que nunca aguardando una cirugía: “Es una realidad que está escondida. Los tiempos se dilatan mucho cuando tienes que hacer pruebas complementarias, así que se retrasan los diagnósticos y los tratamientos. Y, por más que metemos horas y que trabajamos, está empezando a ser inasumible”.

Muchos médicos han de dedicar a la asistencia clínica prácticamente toda su jornada, desatendiendo otras tareas, como la formación. Pero es la única forma de atender sus agendas. “Nos falta tiempo para hacer informes, nos falta tiempo para hablar con otros compañeros, nos falta tiempo para ver resultados a tiempo, son tareas que no deberíamos descuidar porque nuestro trabajo es multidisciplinar; eso facilitaría la vida a los pacientes para los que trabajamos y, sobre todo, disminuiría la cronicidad de las patologías, mejoraría la calidad de vida, disminuiría la discapacidad y ahorraría costes. En este momento, el sistema nos está arrollando. Muchas veces te vas a casa preocupada por los pacientes, pensando que no has podido llamar a uno o dar un resultado”.

Víctor Ramos: “Con 54 años todavía no tengo una plaza en propiedad”

Víctor Ramos, médico en el Hospital Universitario de Canarias.
Víctor Ramos, médico en el Hospital Universitario de Canarias. rafa avero

Más de un tercio de los médicos de España trabajan con contratos eventuales, según un estudio de Comisiones Obreras. En lo más alto de la clasificación está Canarias, con casi un 60%, lo que ha llevado a los facultativos a una huelga que está en marcha. Víctor Ramos es urólogo en Tenerife, tiene 54 años y sigue siendo interino, a pesar de tener responsabilidades como coordinar los trasplantes de su servicio. “Llevamos muchísimos años con esta situación; los médicos no somos un colectivo que solamos ir a la huelga ni protestemos, es algo bastante vocacional, pero hemos llegado al límite”, relata.

La temporalidad es uno de los grandes males de la medicina en España, como ha reconocido el propio Ministerio de Sanidad, que este año ha aprobado una ley para prohibir que una plaza sea cubierta por más de tres años por una persona en situación eventual, lo que pretende dar estabilidad a 67.000 sanitarios.

La última oferta pública de empleo para conseguir una plaza en propiedad donde trabaja Ramos se produjo en 2007. Sacó un 9 sobre 10, pero solo había una y se la llevó una compañera que llevaba un año más que él, dejando como interinos a él y a otro compañero. Ahora en el servicio de urología de su hospital son 12 los que no tienen plaza fija.

Más allá de vivir en la incertidumbre, esto acarrea varias consecuencias para la vida de los médicos que están en esta situación: “Hasta hace dos años no teníamos reconocimiento a la carrera profesional, que supone mejoras salariales. Tampoco puedo pedir una excedencia, porque como la plaza no es mía, no me la guardan. En una ocasión incluso me denegaron un préstamo por no ser fijo”.

Laura Aguirre: “Cobro 1.200 euros al mes, no es un sueldo acorde a nuestra responsabilidad”

Laura Aguirre, estudiante de MIR en Barcelona.
Laura Aguirre, estudiante de MIR en Barcelona.MASSIMILIANO MINOCRI

Cuando un médico termina la carrera, aprueba el examen del MIR y comienza su primer año de trabajo, cobra en España alrededor de 1.200 euros al mes, algo que oscila ligeramente en función de la comunidad autónoma. Es un salario que se complementa con las guardias que realizan, pero para lo que, en muchas ocasiones, tienen que doblar el número de horas asignadas al año, un tiempo de trabajo que no cotizan y que, en caso de una baja, dejan de percibir.

Laura Aguirre es residente de primer año en un hospital de Barcelona. Cree que, aunque todos los salarios en España son bajos, los que cobran los médicos en sus primeros años están especialmente lejos de lo que deberían a tenor de la función que desempeñan. “Casi todas las urgencias de España tienen a los médicos internos residentes como su personal estructural para la atención de los pacientes. Somos la primera cara que ven. Tenemos una responsabilidad inmensa”, asegura.

El deterioro de la asistencia está repercutiendo, además, en una peor formación para estos nuevos médicos. “Llegas con una idea de lo que será tu desarrollo profesional, tu proceso formativo. Y una vez estás dentro del sistema, te das cuenta de que este ideal no existe y que todos hemos entrado en este engranaje en el que básicamente sobrevivimos aprovechándonos de los derechos de otras personas. Hay muchos menos facultativos de los que debería, y están agotados, así que el proceso formativo se ve claramente afectado”, cuenta Aguirre.

Aunque lleva solo seis meses en ese “engranaje”, ya se ha planteado en alguna ocasión dejarlo: “Muchos compañeros están igual que yo. Lo hablamos. Pero queremos que los españoles tengan la mejor atención; tenemos un sistema bueno, que funciona y que puede tener mejoras, pero lo estamos perdiendo. Y eso creo que es lo que más te motiva a continuar”.

José Francisco Pardo: “Para mantener mi clínica necesito ver al doble de pacientes”

José Francisco Pardo, ginecólogo en Valencia.
José Francisco Pardo, ginecólogo en Valencia.

El colapso de la sanidad pública está llevando a muchos pacientes a acudir a la privada. El año pasado batió un récord de asegurados: 11,5 millones: una cuarta parte de la población española. A menudo buscan menos demoras y más atención, pero las pólizas baratas están produciendo que no siempre lo encuentren. Los médicos de la privada llevan prácticamente tres décadas con los emolumentos de las aseguradoras estancados y para mantener sus clínicas necesitan ver a muchos más pacientes.

Es el caso de José Francisco Pardo, ginecólogo que trabaja en la pública y tiene una clínica en Valencia, donde ha contratado a tres auxiliares y a otro médico. “Si antes los costes se sufragaban con 12 o 13 pacientes diarios, ahora son necesarios casi el doble, entre 20 y 25. Esto redunda en un incremento del riesgo de error, y en tener que llevar a cabo una asistencia más rápida, con una dedicación menor a la que los pacientes necesitan”, asegura.

Las tarifas que pagan las aseguradoras a los médicos suelen estar por debajo de los 20 euros por consulta de especialista, menos de 10 para los generales y la mitad, respectivamente, en segundas citas. Si hay una tercera en menos de dos meses, suele ser gratis. Algunos facultativos están dejando de ver pacientes con pólizas por estas condiciones, pero la mayoría se mantienen gracias a ellas y van a volumen: para ganar un buen sueldo, tienen que ver a un alto número de personas cada día.

Roi Piñeiro: “Por redes me han llamado genocida y amenazado con agresiones”

El médico Roi Piñeiro, en su casa en Moralzarzal (Madrid).
El médico Roi Piñeiro, en su casa en Moralzarzal (Madrid). Álvaro García

La medicina es la institución en la que más confían los españoles, según una encuesta que la fundación BBVA ha presentado esta misma semana. La sanidad pública también está en lo más alto de la lista, por delante de la policía, el ejército y las organizaciones ecologistas, entre otras muchas. Cuando se pregunta por profesiones, los médicos están segundos, solo por detrás de los científicos.

Aunque los médicos siguen sintiendo este respeto, a medida que el sistema se ha visto tensionado por la pandemia y por su resaca comprueban que cada vez hay más excepciones y, sobre todo, más ruidosas. En el caso de las redes sociales es muy claro. A Roi Piñeiro, pediatra en la Comunidad de Madrid, le gusta usarlas para hacer divulgación y educación de la salud. Pero en más de una ocasión ha salido escaldado.

“A veces ocurre que un tuit tuyo que estaba hecho sin ninguna maldad se viraliza. De repente tienes 500 respuestas que te llaman de tonto para arriba. Comentarios que te insultan, que te dicen genocida, te amenazan con respuestas agresivas, rozando en muchos casos la violencia: ‘Si te veo por la calle, te voy a abofetear. No te mereces más que malas noticias’. Lógicamente, intentas ignorarlo, pero a veces te planteas si merece la pena seguir ahí”, cuenta. Y todo por cosas como recomendar vacunas o denunciar el abuso que a veces se hace de las urgencias.

Cree que la enorme polarización se traslada a las redes. “Un perfil muy típico de esta gente que te insulta tiene una bandera de España, que debería ser de todos, pero por desgracia parece que te sitúa en un lado político”, opina. Los médicos se han convertido para algunos ciudadanos en “sindicalistas rojos” por luchar por sus derechos y los de sus pacientes.

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Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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