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Tribuna
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La honestidad periodística

El compañero Antonio Franco era un compendio de equilibrio y humildad. Ningún poder político o económico se había atrevido a forzarle la mano

Antonio Franco durante las conferencias 'Los desafíos de la comunicación en la sociedad del nuevo siglo' en Santiago, en diciembre de 2000.
Antonio Franco durante las conferencias 'Los desafíos de la comunicación en la sociedad del nuevo siglo' en Santiago, en diciembre de 2000.EFE

Ha sido un resistente hasta con su enfermedad. Ha batido todos los pronósticos médicos. Así era Antonio Franco, un combatiente en pleno sentido de la palabra. A pesar de lo esperado, “se nos ha ido demasiado deprisa”, como recordaba el viernes su compañera de vida, Mylène Bigatà, hija de un maestro de la República, innovador pedagógico, exiliado y miembro de la resistencia francesa.

En este oficio tan proclive a las arbitrariedades y a los protagonismos desmedidos como decía nuestro querido Agustí Fancelli, el compañero Franco era un compendio viviente de honestidad, equilibrio y humildad.

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Ningún poder político o económico se había atrevido a forzarle la mano. Y sabía guardar silencio. Nadie supo que uno de los principales anunciantes del país cortó la publicidad durante más de un año a El periódico de Catalunya en los años difíciles de la Transición sin que el periódico dejara de informar.

Franco creó periódicos porque supo forjar equipos. Se fiaba plenamente de sus periodistas a los que sabía transmitir confianza, especialmente a los recién llegados y sin historial profesional. La regla era sencilla: trabajo, rigor y verificación. Jamás presumió de intelectual, ni de cultura, ni de saberes especiales, con la excepción de sus pasiones deportivas. Su inteligencia natural y conocimiento de lo que ocurría y necesitaba este país lo demostraba cada día con una maestría intachable.

Sabía empatizar con los periodistas más comprometidos y al mismo tiempo con los empresarios como Antonio Asensio y Jesús de Polanco para que confiaran en sus proyectos. En El periódico de Catalunya y EL PAÍS ha dejado una huella ejemplar. Sólo una persona con una intuición como la suya podía haberse inventado una sección como “Las cosas de la vida”, en lugar de las más convencionales, como sociedad o economía. Su propósito era acercar las noticias a los ciudadanos y crear nuevos lectores. Le gustaba el periodismo de investigación como demostró el día que a las seis de mañana se calzó las botas para explorar en un laboratorio clandestino de fármacos prohibidos para el ganado.

Parecía que había nacido para director. Sabía encontrar la complicidad de los periodistas a los que exigía el máximo. Sus redacciones tenían un cemento que fortalecía las relaciones humanas. Sus amigos lo eran de por vida como lo fueron los añorados Xavier Batalla y Carlos Pérez de Rozas, que siempre estaban en sus conversaciones. Antonio se va, pero deja las mejores enseñanzas.

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