El tejo, un árbol místico y político en peligro
Alarma entre los conservacionistas por el declive de estos seres milenarios, plenos de interés cultural y científico
Lo que se decía bajo del tejo iba a misa. Allí se hacían pactos, se cerraban acuerdos, se solventaban disputas, se declaraban amores, se pedían matrimonios. Cuando no eran comunes los documentos, el tejo (Taxus baccata) y, en general, los árboles de junta y de concejo, eran garantes de la palabra, comprometían a los que debajo parlamentaban. De hecho, allí se celebraban los concejos, las asambleas por las que se gobernaban los pueblos. También los festejos populares. Era el centro de la vida, y eso que no tenía WiFi.
Es un árbol político, un árbol místico, un árbol del pueblo, en todos los sentidos. “Cuando la gente emigraba se despedía del árbol y luego preguntaba en las cartas cómo estaba el tejo”, dice Ignacio Abella, naturalista autor del libro Árboles de junta y concejo (Libros del Jata). Muchas veces los tejos crecían en el cementerio. “Ahí se vincula con todos los antepasados”, dice el naturalista; “luego los cementerios se sacaron de los pueblos y el tejo quedó desnudo”.
El máximo exponente de estos árboles de junta es, probablemente, el de Guernica, un roble, aunque en otras partes de España también cubrían estas funciones los olmos. En Asturias, el texu. Son, por lo general, árboles centenarios, algunos milenarios, que sobreviven a las generaciones y tienen una aureola sagrada ya desde los tiempos de los astures.
Como tantas otras cosas de los mundos pasados, los tejos peligran. La conservacionista Ana López Cienfuegos, autora del blog Amigos del texu, realiza un censo en el que cuenta 300 texus de junta y de iglesia en Asturias. “Solo un tercio de ellos están en buenas condiciones”, denuncia. Entre las amenazas a los tejos se encuentran las obras que se hacen alrededor (muchas veces de restauración de la iglesia adyacente), el exceso de visitas a los más célebres o el olvido institucional. En 2017, el Principado de Asturias nombró a 12 ejemplares asociados a iglesias Bien de Interés Cultural. Otra media docena son Monumento Natural.
El tejo más famoso es el de Bermiego, en el concejo de Quirós, varias veces candidato a Árbol Europeo del Año: le echan más de un milenio. Su tronco impresiona: hacen falta seis o siete personas cogidas de la mano para rodearlo, con casi ocho metros de perímetro. Abrazar su tronco nudoso y vetusto, es abrazar siglos de historia. El problema es que las numerosas visitas están compactando el suelo alrededor y eso hace difícil su supervivencia. El Ayuntamiento de Quirós, junto con el Principado de Asturias, planea colocar una protección acorde con el paisaje para preservarlo. Otros tejos notorios son los de Santa Eulalia de Abamia, que rodean la iglesia donde se dice que fue enterrado Don Pelayo. “En algunos pueblos cada familia preservaba una rama y el árbol simbolizaba al pueblo entero”, dice Abella. Los significados cambian con el tiempo y el territorio.
Este árbol no es solo querido por sus particularidades culturales, sino también por las científicas. Es una de las pocas especies de coníferas que muestra sexos separados, macho y hembra, tiene gran distribución (de Escandinavia al norte de África, de Portugal a Irán) pero no forma grandes congregaciones, sino que se encuentra fragmentada. En la península ibérica además de Asturias y el norte, se encuentra en Granada y en la zona mediterránea.
“Los tejos corren peligro, porque no hay nuevas generaciones que remplacen las anteriores”, explican María Mayol y Miquel Riba, científicos del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF) de la Universidad Autónoma de Barcelona. Sus enemigos son los animales herbívoros, las sequías y los incendios. “Que no haya tejos jóvenes reduce la variabilidad genética y la capacidad de adaptación de la especie a eventos como el cambio climático”, dicen. A pesar del amor y la curiosidad que despierta, el tejo es peligroso: es altamente tóxico. Se dice que los astures ya utilizaban su veneno para quitarse la vida o para impregnar flechas (lo refiere el romano Lucio Anneo Floro). Al tejo hay que quererlo, pero guardando las distancias.
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