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Iztapalapa, entre la pasión y el virus

El popular barrio de Ciudad de México confina las multitudinarias procesiones de Semana Santa a la soledad del atrio de la catedral por la pandemia

Pablo Ferri
Integrantes del elenco que personificará este año la Semana Santa en Iztapalapa, Ciudad de México.
Integrantes del elenco que personificará este año la Semana Santa en Iztapalapa, Ciudad de México.seila montes (EL PAÍS)

En Iztapalapa, una Semana Santa a puerta cerrada es como un derbi porteño sin Maradona colgado de la tribuna de La Bombonera: impensable. Pero así son estos días en México y el resto del mundo, difíciles de asimilar. Mientras la cuarentena aterriza lentamente en las decisiones de la clase dirigente, el barrio de Iztapalapa se prepara para uno de los eventos más extraños que se han visto en Ciudad de México. Un viacrucis a puerta cerrada. Este año, la Semana Santa más famosa y multitudinaria de América Latina se representará en la soledad del atrio de la catedral del barrio.

No habrá procesiones, ni desplazamientos, ni empujones, ni riadas humanas. Solo versiones reducidas del libreto, todas adaptadas para que los actores no tengan que coincidir demasiado en escena, que hablarse de cerca, tocarse. Se elimina el viacrucis, las grandes puestas en escena, se elimina, en fin, todo lo que hace de la Semana Santa, la semana santa. Eso sí, el comité organizador ha negociado con un canal de televisión en abierto para que retransmita todo.

“Los nazarenos no lo están tomando bien”, explica Juan Pablo Serrano, tesorero del comité organizador. No es para menos. Los nazarenos protagonizan uno de los momentos estelares de la semana, la subida al cerro de la Estrella, todos cargando con sus cruces; la coreografía del alzamiento de las cruces, mientras Jesús de Nazareth queda anclado a la suya y la gente llora, grita, gime: se emociona. “Es la parte que más le pesa a todos”, reconoce Serrano, con tono resignado. La pregunta es evidente: ¿no vale la pena cancelar y dejarlo para el año que viene? Pero nadie aquí parece haberse planteado tal cosa.

Un cartel de prevención sobre el coronavirus en los murales de la Alcaldía de Iztapala, en Ciudad de México.
Un cartel de prevención sobre el coronavirus en los murales de la Alcaldía de Iztapala, en Ciudad de México. seila montes (EL PAÍS)

Este año son solo 65 interpretes cuando en un año normal, explica el tesorero, suman más de 1.500. Serrano los ha convocado esta tarde en el local de ensayos, una vecindad en el centro del barrio. Son jóvenes, se hacen bromas. Murmullan. Serrano pide que todos recen un ave maría y luego un padre nuestro, cosa que normalmente hacen agarrados de la mano y que, esta vez, hacen cada uno por su lado. Luego les explica que las representaciones de este año son en realidad una vuelta al origen, un homenaje a Semanas Santa pasadas. “Durante la Guerra Cristera”, dice, “cuando los templos estaban cerrados, nuestros ancestros tuvieron que adaptarse. En ese entonces, la representación se hizo en el atrio de la catedral”. Los actores asienten desganados.

En Iztapalapa, participar como actor en la Semana Santa es un gran honor. Un privilegio. Como jugar el derbi arriba mencionado. Y representar a Jesús de Nazareth es jugar de delantero o mediapunta. De Maradona. O de Cuauhtémoc Blanco, que aunque no nació aquí, sí jugó en una liga local, el campeonato de la Central de Abasto, el gran mercado que surte a toda Ciudad de México.

Cada año, el comité organizador de la Semana Santa elige a un Cristo. Se presentan más de una docena de aspirantes, jóvenes castos, intachables. Desde que existen las redes sociales, el comité afina mucho la selección. Hace tres años, el elegido resultó casado y no dijo nada. Cuando los organizadores se enteraron, le cesaron de inmediato.

Este año, Cristo es un joven de 19 años, flaco y alto, con un lunar en el rostro y un discurso que ya le gustaría a más de uno en la Cámara de Diputados. Se llama Mauricio Luna, estudia ciencias del deporte y vive en una cuarentena voluntaria que solo se salta en días como hoy, cuando hay ensayo. “Tal vez me queda la nostalgia”, dice, por la Semana Santa que no será. “Me hubiera encantado vivir todas las escenas tal como estaba acostumbrado a verlas, la crucifixión, la bajada en jueves santo. Pero, bueno, por algo Dios me puso aquí este año”, dice. Cristo Mauricio se lava las manos continuamente desde hace ya varios días. La Semana Santa no será la de otros años, pero él no baja la guardia. Prefiere prevenir. Su ausencia a última hora por enfermedad sería una catástrofe.

Mauricio Luna dará vida al Cristo de Iztapalapa este año 2020. Las celebraciones serán a puerta cerrada por la pandemia del coronavirus.
Mauricio Luna dará vida al Cristo de Iztapalapa este año 2020. Las celebraciones serán a puerta cerrada por la pandemia del coronavirus.seila montes (EL PAÍS)

Mientras Juan Pablo Serrano trata de animar a sus muchachos, la lluvia empieza a caer en Iztapalapa. Luego se convierte en granizo y el ensayo se suspende. En el patio de una vecindad, la lona que protegía a los actores se viene abajo. Todos se meten en una pequeña sala a esperar que pare de llover, entre imágenes de santos. Nadie lleva cubrebocas. Ya de noche, antes de irse, el tesorero recuerda que cuando pase la pandemia, harán una procesión de “agradecimiento”.

El Cristo Mauricio no sale del local de ensayo hasta que lo hacen los demás. Hacer de Cristo durante la Semana Santa de Iztapalapa consiste también en personificar el bien. Y él tiene muy asumida su tarea. Mirando al cielo, la lona rota, el palmo de granizo en el patio, dice que la lluvia es buena. “Limpia el ambiente”, sonríe.

Fuera de la vecindad, la calle parece el escenario de un capítulo de Fargo. En la Central de Abasto, los techos de varias naves se vinieron abajo por el peso del hielo y en las avenidas, algunos juegan a lanzarse hielo.

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Sobre la firma

Pablo Ferri
Reportero en la oficina de Ciudad de México desde 2015. Cubre el área de interior, con atención a temas de violencia, seguridad, derechos humanos y justicia. También escribe de arqueología, antropología e historia. Ferri es autor de Narcoamérica (Tusquets, 2015) y La Tropa (Aguilar, 2019).

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