Cómo el coronavirus mordió la Gran Manzana
Hace 28 días se confirmó el primer caso y hoy el Estado de Nueva York concentra casi uno de cada 10 pacientes de Covid-19 del mundo
“No hay duda de que habrá más positivos [por coronavirus]. Ya dijimos que no era una cuestión de si, sino de cuándo. Esto es Nueva York. Somos una puerta de entrada al mundo”. Desde principios de marzo estaba claro para Andrew Cuomo, gobernador del Estado de Nueva York y ahora también, de facto, de la América del coronavirus. Desde entonces, la ciudad que nunca dormía ha ido cerrando centros deportivos y culturales, incluida la icónica Broadway. Colegios, locales nocturnos, bares. La amenaza del colapso de sus servicios sanitarios por la llegada masiva de pacientes de Covid-19 viene anticipada desde China, Italia y España. Tras confirmar el primer caso el 1 de marzo, el Estado de Nueva York ha pasado a concentrar casi el 9% de todos los contabilizados en el mundo.
Este sábado el presidente Donald Trump ha anunciado que sopesa una cuarentena en lo que se conoce como la Tri-State área (Nueva York, Nueva Jersey y Connecticut), sin especificar más detalles. El gobernador Cuomo, que había hablado con Trump poco antes por teléfono, ha asegurado que el presidente no le había planteado esta medida y se ha mostrado totalmente contrario: “Ni siquiera sé qué significa eso, no sé cómo podría ser legalmente ejecutable y, desde un punto de vista médico, no sé qué conseguiría”. “Ni siquiera me gusta cómo suena”, ha remachado.
De momento, Nueva York no está en cuarentena. Pero sí en pausa. En una pausa insólita. No está en silencio, pero calla. Times Square, símbolo del bullicio neoyorquino de día y de noche, lo es ahora de este extraño stand-by. Apenas un par de puestos de comida rápida se mantenían activos esta semana en un lugar que normalmente es uno de los más frenéticos del planeta. Algunos curiosos intentaban captar con sus móviles el relativo vacío, mientras un grupo de palomas dormitaba en el suelo libre más impensable del mundo.
El 9 de marzo, Washington Square, al sur de Manhattan, reventaba de estudiantes disfrutando de unos 22 grados de temperatura, excepcionales para la fecha. Algunos, sobre todo los más conectados con Europa o Asia, empezaban a evitar los apretones de manos, a lo Merkel. Pero la mayoría saludaba con la energía y el contacto de siempre. Metros y autobuses abarrotados. Fiel a su esencia, Nueva York bullía.
Pero la amenaza del coronavirus se cernía sobre la ciudad global, de 8,5 millones de habitantes (más de 20 en su zona de influencia), y que además recibe unos 65 millones de turistas al año. La capital del mundo. Las Naciones Unidas, Wall Street, la diplomacia, las finanzas.
Año nuevo, amenaza nueva
Los primeros indicios del coronavirus llegaron a finales de enero, coincidiendo con el inicio del Año Nuevo chino. Tanto el gobernador del Estado como el alcalde de la ciudad de Nueva York, Bill de Blasio, anunciaron algunos preparativos, una vez confirmados los dos primeros casos en Estados Unidos, pero estimaban un riesgo bajo.
Andrew Cuomo mencionó que había cuatro personas aisladas, esperando los resultados de sus pruebas de diagnóstico. De Blasio animaba a los neoyorquinos a continuar con su vida: “Lo que sabemos hasta ahora es que solo a través de la exposición prolongada se puede contraer el virus”. Aunque avisaba: había que tomar con precaución la información, “dado que en ningún sitio del mundo hay una respuesta completa todavía”.
Surgieron entonces algunos episodios xenófobos contra la población china en Nueva York, la mayor del mundo fuera de Asia. En el barrio de Flushing, en Queens, se canceló el festival para celebrar el Año Nuevo. Pero en Chinatown, en Manhattan, aún se celebró el tradicional desfile el 9 de febrero. Los negocios asiáticos se quejaban de la falta de afluencia, pero el tema casi se olvidó. Apenas alguna mascarilla aislada recordaba la amenaza que, sin embargo, se expandía a nivel global.
El 1 de marzo se confirmó el primer caso de coronavirus en el Estado y la ciudad, una mujer de 39 años que había regresado recientemente de Irán. Ya el 26 de febrero, Cuomo advertía de la alta probabilidad de positivos en el Estado, como “puerta frontal de entradas internacionales”. Los casos fueron subiendo esa primera semana. El primer foco se localizó a menos de 40 kilómetros al norte de Nueva York, en la ciudad de New Rochelle, de unos 80.000 habitantes.
Allí se pasó de nueve positivos el 4 de marzo a 121 una semana después. Aunque llegaban noticias impactantes (agentes de la Guardia Nacional, con sus uniformes militares, repartiendo comida y limpiando hasta los juguetes de los colegios), aún parecían lejos de Manhattan. A medio gas, con símbolos como la Estatua de la Libertad o el Empire State cerrados y las recomendaciones oficiales de quedarse en casa, en lo posible, los parques seguían llenos, bajo el sol primaveral.
Así que después de cierto tira y afloja entre el gobernador y el alcalde, que junto con el signo político (ambos son demócratas) comparten cierta rivalidad, el domingo 15 de marzo (ya con 729 casos en el Estado y 329 en la ciudad, superando el foco de New Rochelle) se decidió el cierre de colegios públicos y también la clausura inminente de los bares. Muchos hosteleros aún vieron la medida exagerada: “Tengo familia en Italia y 650 amigos en Facebook, y nadie que conozca tiene el coronavirus. Además, es como una gripe. Y nos van a dejar sin ingresos”, protestaba una camarera neoyorquina.
Con el alza acelerada de las cifras, en parte debido al aumento de la capacidad de hacer test (se han hecho más per cápita que China o Corea, según Cuomo), hasta este sábado, el Estado concentra 52.318 casos confirmados (el 47% de los de Estados Unidos). De cada 10 casos confirmados en todo el mundo, uno está hoy en el Estado de Nueva York. Y casi 30.000 de ellos corresponden a la Gran Manzana.
“¿Por qué? Porque acogemos a gente de todo el planeta”, afirma el gobernador, citando la llegada de viajeros de China, Corea del Sur e Italia. Además, menciona la densidad de población: “Esa cercanía, ese concepto de familia, de comunidad, eso es lo que hace que Nueva York sea Nueva York. Y es lo que nos hizo vulnerables. Pero esa cercanía será también nuestra mayor fortaleza”. Se refería Cuomo a que, como en otras ocasiones, los neoyorquinos se han volcado en la solidaridad. Más de 60.000 trabajadores sanitarios y 10.000 especialistas de salud mental han respondido a la petición de voluntarios para ayudar en esta crisis.
Desde el lunes 22 de marzo es obligatorio mantenerse a casi dos metros de todo aquel que no viva bajo el mismo techo. Una distancia ajena a la densa rutina de la ciudad por antonomasia. “Socialmente distanciados, pero espiritualmente conectados”, sugiere Cuomo. Ahora, el alcalde De Blasio ha anunciado posibles multas para quienes incumplan esa medida, cada vez más respetada.
Los centros sanitarios comienzan a llenarse mientras se construyen hospitales y morgues temporales, y se espera la llegada de un barco hospital de la Armada. También algunos hoteles y residencias de estudiantes, mayoritariamente vacíos, han aceptado convertirse en alojamiento temporal para trabajadores sanitarios y enfermos menos graves. El pico se espera para dentro de dos o tres semanas.
Las consecuencias económicas se prevén devastadoras. Se estiman pérdidas de miles de millones de dólares. El alcalde De Blasio ha insistido en que esta situación solo puede compararse a la Gran Depresión, en la década de 1930. Tanto él como el gobernador Cuomo coinciden en mantener el fuego cruzado con la Casa Blanca. Reclaman más ayuda, subrayan la naturaleza histórica de la situación. Como destaca Cuomo: “Va a ser uno de esos momentos de los que se va a escribir y hablar por generaciones. Va a cambiar esta nación”.
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