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Un panfleto contra el cardenal Omella irrumpe en la asamblea episcopal a escasas horas de las elecciones

El libro anónimo ‘Complot de poder en la Iglesia española’ desvela riñas de poder y la corrupción de la jerarquía del catolicismo

A la izquierda, el presidente de la Conferencia Episcopal Española, Ricardo Blázquez. En el centro, el Cardenal Carlos Amigo, emérito de Sevilla; y a la derecha, el cardenal Juan José Omella, durante la inauguración de la asamblea plenaria en Madrid.
A la izquierda, el presidente de la Conferencia Episcopal Española, Ricardo Blázquez. En el centro, el Cardenal Carlos Amigo, emérito de Sevilla; y a la derecha, el cardenal Juan José Omella, durante la inauguración de la asamblea plenaria en Madrid.Víctor Lerena (EFE)

Por si la crisis y los escándalos dentro de la jerarquía católica no estuvieran ya de boca en boca, alguien lanzó este fin de semana una sonora pedrada sobre la asamblea plenaria de los obispos españoles, reunidos desde este lunes (y hasta el viernes) para renovar todos los cargos de la Conferencia Episcopal Española (CEE), a excepción del de su portavoz y secretario general. El órdago llegó en forma del libro Complot de poder en la Iglesia española: Barco contra Omella. En defensa propia, escrito bajo el seudónimo de Jacques Pintor. Lo que cuenta, fundamentalmente contra el cardenal arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, pero no solo contra él, era conocido en los ambientes episcopales desde hace meses, pero que haya aparecido, en paquete no pequeño, en los buzones de los 87 electores (cuatro cardenales, 12 arzobispos, 48 obispos, 18 prelados auxiliares, además del administrador apostólico de Ciudad Rodrigo y los administradores diocesanos de Astorga, Coria-Cáceres, Ibiza y Zamora), ha desbordado un vaso que ya rebosaba.

¿Quién ha hecho de correo? ¿Quién ha orquestado la maniobra? ¿Estaba al tanto la organización del plenario? Son preguntas para una jornada que se cerrará con una votación de tanteo, antes de que mañana se decida, en votaciones secretas, el nombre del líder episcopal para los próximos cuatro años. Se venía diciendo en las últimas semanas que el candidato con más posibilidades, incluso señalado como el preferido por el actual Gobierno, era Omella, de 73 años. El panfleto de Jacques Pintor y los movimientos de los últimos días desde el sector más conservador del episcopado, que no es pequeño, abre el camino a otros prelados, como el cardenal de Valencia, Antonio Cañizares (74 años), el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz (65) y el obispo de Bilbao, Mario Iceta (54).

Los obispos entran en la plenaria divididos ante las reformas y el espíritu eclesial del papa Francisco –una Iglesia que huela a oveja, misericordiosa, suave en las formas ante el poder civil, pobre y para los pobres…–, y también ante la actitud que debe adoptarse como organización que les representa ante un Gobierno de coalición que se plantea tocar algunos de los privilegios exclusivos de la jerarquía católica. Pero también llegan preocupados ante el desprestigio que se extiende entre los ciudadanos, señalados por las encuestas como la institución peor valorada.

El libro del misterioso Jacques Pintor (detrás del seudónimo hay varias voces y datos llegados desde varias fuentes) llueve sobre los pedriscos que llevan cayendo desde hace años, entre otros los escándalos de pederastia, el afán de riqueza que demuestran muchas diócesis inmatriculando a su nombre decenas de miles de bienes ajenos haciendo uso de un privilegio que les retrata avariciosos y poco evangélicos. Tan escandaloso proceder acabó en 2015 por decisión del Gobierno de Mariano Rajoy, que cambió la legislación para dar fin a esas prácticas. El Congreso ha acordado que el Gobierno haga un estudio de los bienes inmatriculados y lo dé a conocer a la opinión pública, cosa a la que Justicia se niega.

Otros escándalos afectan incluso a prelados que han sido retirados del cargo por el Papa, como el arzobispo de Zaragoza, Manuel Ureña, o trasladados de diócesis por presiones de los fieles después de denuncias por abusos de poder, relaciones sexuales o mal uso de los dineros de la comunidad de fieles.

El libro Complot de poder en la Iglesia española: Barco contra Omella. En defensa propia, se centra en uno de esos casos, pero apunta más alto: influir en las votaciones de esta semana, y no solo contra Omella. Del objetivo inicial del libro (defender al sacerdote Miguel Ángel Barco, reducido al estado laical por una presunta paternidad que él niega), se ha pasado a un ataque al cardenal Omella, señalado como el principal urdidor de la campaña que provocó la renuncia del arzobispo Ureña.

Nunca se supo la realidad de la renuncia (la transparencia no es virtud vaticana), pero el hecho de callar los motivos cargó de maledicencias todo el proceso, sin que nadie saliera en auxilio del prelado defenestrado. Igual ha sucedido en los traslados de los obispos de Mallorca e Ibiza a la archidiócesis de Valencia, acogidos con generosidad por el cardenal Cañizares. Los rumores no son noticia, pero si provocan remociones y destituciones llegan a convertirse en verdades.

Lo cierto es que, para demostrar la inocencia del exsacerdote Barco, el libro difunde documentos, mensajes de WhatsApp, correos electrónicos, cartas enviadas al Papa y demandas judiciales que demostrarían que Omella fue el gran ariete contra Ureña. No es segura la autenticidad de algunos documentos, pero sus efectos vienen de lejos: el propio Omella declaró como investigado el pasado verano, en un proceso abierto por el antiguo sacerdote, finalmente archivado. El envío del dosier a todos los prelados este fin de semana pone sobre la mesa un episodio que marca al cardenal Omella de manera bien distinta: sus partidarios (mañana sabremos cuántos) alaban que haya sido intransigente con la corrupción; sus detractores le afean que haya contribuido con sus actos al desprestigio público del episcopado.

El discurso del Cardenal Blázquez: “Las elecciones no son un reparto de poder”

Ricardo Blázquez, ahora cardenal arzobispo de Valladolid, llegó a la presidencia de la CEE en 2015, cuando era solo obispo de Bilbao, y apeó del cargo al todopoderoso cardenal Antonio María Rouco Varela. Fue tanta la sorpresa que el Vaticano lo tomó por humillación. Es tradición que las conferencias episcopales las presida un hombre señalado antes por el Papa de turno como “príncipe de la Iglesia”, que es como se conoce a los cardenales. España era una excepción, y Benedicto XVI iba a tomarse el aviso relegando a Blázquez unos años más en Bilbao y retrasando su ascenso al arzobispado. Para colmo, Rouco volvió a ganar la presidencia. Tras jubilarse el prelado gallego, Blázquez regresó al liderazgo. Ahora deja el cargo, a los 77 años (pronto tendrá 78), con el aplauso y el cariño de sus pares, pero con una organización que lucha por hacerse con la presidencia como si les fuera el prestigio en ello. El presidente saliente les echó un jarro de agua en su discurso de despedida: “Las elecciones no son un reparto de poder, no son oportunidad de acumular prestigio, sino ocasión para mostrar disponibilidad al servicio”.

“¡Seamos buenos administradores de la multiforme gracia de Dios, poniéndola al servicio de los demás! Somos conscientes de que, entre todos, con generoso reconocimiento mutuo, llevamos adelante solidariamente las tareas encomendadas”, dijo Blázquez en un discurso que inició dando la bienvenida al Nuncio (embajador) del Papa, el filipino Bernardito Auza, que se estrenaba en la plenaria. “A través de usted, querido señor nuncio, expresamos nuestra comunión con el Papa y nuestra gratitud por su servicio a la Iglesia y a la humanidad”, le dijo.

El discurso inaugural se centró en explicar los nuevos estatutos y organigrama de la CEE, destacando la idea de un menor presidencialismo y una mayor responsabilidad para todas las diócesis. “Una excesiva centralización, más que ayudar, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera. Las conferencias episcopales deben ser revisadas para ser cauce más eficaz de evangelización. La renovación es para la misión, ya que la Iglesia ha sido convocada para ser enviada. El faro del Evangelio debe guiar nuestra nave al puerto”.

También subrayó la falta de sacerdotes en la Iglesia española. Dijo: “No queremos conformarnos con administrar la escasez; deseamos ser cauce de nuevas vocaciones a las que el Señor continúa invitando, en medio de una sociedad y un mundo que en buena medida ha dado las espaldas a Dios. No estamos ya en un régimen de cristianismo porque la fe –especialmente en Europa, pero incluso en gran parte de Occidente– ya no constituye un supuesto obvio de la vida en común; de hecho, frecuentemente es incluso negada, burlada, marginada, ridiculizada”.

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