20 años de ‘Las vírgenes suicidas’, la película que mejor retrató a las adolescentes
Se estrenó un 5 de mayo y fue el filme que reinterpretó el universo femenino en esa edad. Y, además, nos descubrió a Sofia Coppola y Kirsten Dunst.
“Obviamente, doctor, usted nunca ha sido una chica de 13 años”, responde Cecilia, la menor de las hermanas Lisbon, al médico que le salva la vida tras su primer intento de suicidio. En 1999, en Hollywood, pocos de sus directores y guionistas habían sido chicas de 13 años. Tal vez por eso sobraban películas sobre chicos granujientos y sátiros, como Desmadre a la americana o La revancha de los novatos, pero la visión de la adolescencia femenina se reducía a una obra tan periférica como la del australiano Peter Weir en Picnic en Hanging Rock, y a la demasiado escasa obra del malogrado John Hughes como La chica de rosa o El club de los cinco.
Sofia Coppola sí que había sido una una chica de 13 años. Otra cosa distinta es que, a sus 28 primaveras, supiera qué hacer después de la pubertad. De hecho, antes de filmar el suicidio de las cinco hermanas Lisbon, Sofia tan solo era la pavisosa hija del gran Francis Ford Coppola, una leyenda de Hollywood. Ya por entonces la rodeaba esa aura de it girl, todo melancolía y languidez, que luego la convertiría en musa de Marc Jacobs.
Parecía que, como muchos descendientes de ilustres artistas, Sofia sería buena para nada: había probado con la fotografía, con las bellas artes, con el diseño de moda y, sobre todo, había creído encontrar su lugar en el mundo en la interpretación. Craso error. Se convirtió en la enchufada que interpretó a la hija de Michael Corleone en El Padrino III (1990), la última entrega de la trilogía que convirtió en maestro de maestros a su padre, sustituyendo a una Winona Ryder que tomó las de Villadiego víctima de la ansiedad por su condición de icono grunge. La crítica la dejó a la altura del betún. Rara vez se ha vuelto a poner delante de una cámara.
Los niños hacen lo que ven en casa, dicen las abuelas. Los adultos, también. Desorientada, empezó a hacer aquello con lo que había crecido: dirigir. Tenía buenos maestros: además de su padre y su madre (Eleanor, una gran documentalista eclipsada por Francis Ford), su hermano, Roman Coppola, y su novio Spike Jonze estaban revolucionando la estética de los vídeos musicales con sus trabajos. Por allí empezó también Sofia, con un par de vídeos, como This Here Giraffe, de The Flaming Lips, ambientado en una urbanización, y con un corto, Lick The Stars, sobre unas chicas de instituto que, víctimas del tedio adolescente, se dedican a envenenar a sus compis de pupitre.
El instituto, la adolescencia femenina, las urbanizaciones y la muerte, que la obsesionaba desde que su hermano Gian-Carlo murió en un accidente náutico en 1986. Todo lo que le interesaba a Sofia estaba en la novela Las vírgenes suicidas, de Jeffrey Eugenides, la historia de cinco hermanas que, por misteriosas razones, deciden suicidarse en el Michigan de la década de los setenta. Era La casa de Bernarda Alba en versión yanqui: en vez de morenas y de luto, eran rubias y vestían como si estuvieran en un reboot setentero de La casa de la pradera. Según contó Sofia a The Guardian con motivo de la edición Criterion del filme el año pasado: “Sentí que Jeffrey Eugenides, el escritor, realmente entendía lo que significa ser una adolescente: el deseo, la melancolía, el misterio entre chicos y chicas. […] realmente conecté con toda esa abulia que invadía sus habitaciones. No lo he visto en muchas películas, o no en una manera con la que me sienta identificada”.
Para Sofia, aquello era un asunto personal. Su familia había rodado la saga de El Padrino y, su adolescencia había sido también bastante Corleone, encerrada en una casa con más testosterona que un vestuario de fútbol americano: “Tenía interés en hacer cosas femeninas porque crecí en un mundo tan masculino que me aferré a la parte femenina de mi identidad […] Éramos nueve chicos y yo, si sumas a mis hermanos y primos”. Si Sofia se sentía extraña en al ámbito familiar, otro tanto le pasaba cuando iba al cine a evadirse de la aquella realidad machirula, según confesó a EW: “He crecido con películas para adolescentes que siempre han sido muy chabacanas y no muy buenas, y era difícil identificarse con ellas. La única excepción son las películas de John Hughes, que adoro. No había mucho cine que me hablara como chica y como mujer joven de una manera poética, ni tampoco que nos tratara con el respeto que el público adolescente nos merecíamos […] Intenté hacer algo con lo que pudiera sentirme identificada… que conectara con mi propia experiencia personal”.
Para honrar a esa turbulenta adolescencia, el casting debía ser absolutamente verosímil. Las adolescentes serían interpretadas por adolescentes, no por treintañeras con las canas teñidas, como en Grease. Kirsten Dunst tenía 16 años cuando interpretó a Lux, la única de las vírgenes suicidas que, aunque suicida, no es virgen. Se había hecho famosa por decir que le había dado asco besar a Brad Pitt en Entrevista con el vampiro, cuando tenía 11 años. Tras el filme, se convertiría automáticamente en la nueva Lolita del siglo XXI, y en protagonista recurrente de la obra de Coppola, como Marie Antoinette o la reciente La seducción.
En The Guardian la cineasta rememoraba su primer encuentro: “Recuerdo que me sorprendió mucho su aspecto de pizpireta cheerleader estadounidense. Pero también la profundidad de su mirada, una tristeza inteligente que combinaba con esa efervescencia. Fue su primer papel en el que no era una niña actriz. Así que el filme fue un debut para las dos”. Dunst es, sin duda, uno de los aciertos de Las vírgenes suicidas, pero también lo son la adaptación de la propia directora, la bella fotografía de Ed Lachman, y un gran diseño de producción al que puso la guinda la banda sonora de Air, un grupo francés que acabaría por convertirse en la quintaesencia de lo elegante aquellos años. Su música resultó fundamental para retratar el ambiente malsano y claustrofóbico del filme, el que describió Eugenides como de “tantas chicas juntas en el trance de convertirse en mujeres confinadas en un espacio exiguo”.
Según ha relatado Sofia a The Playlist, el encuentro con el dúo, que sería crucial en su posterior obra y vida personal, fue totalmente fortuito: “Estaba en Londres escribiendo el guion, fui a una tienda de disco y tenían el primer trabajo de Air, Premiere Symptoms. Vi la portada y, como nunca había oído hablar de ellos, pregunté si era un buen disco. Lo escuché y me di cuenta de que expresaba lo que estaba buscando. Me ayudaba a escribir. Cuanto más lo escuchaba más pensaba en la posibilidad de pedirles que me ayudaran con la banda sonora. Tuve la suerte de que dijeran que sí. Fue una casualidad total que viera el disco y lo comprara”.
La película fue a la prestigiosa Quincena de realizadores de Cannes y, a pesar de las buenas críticas, no tuvo demasiado éxito en taquilla, debido a problemas con la distribuidora, según confesó la directora a EW: “No sabían que hacer con ella. ¡Tenían miedo de que las chicas se fueran a suicidar cuando la vieran! Tuvo un estreno muy modesto. Fue muy barata, así que tampoco estaban demasiado preocupados por promocionarla”. Pese a ello, la historia de cómo Cecilia (13), Lux (14), Bonie (15) Mary (16) y Therese (17) acabaron con sus vidas, se convirtió en un filme de culto: nos descubrió a una directora como Sofia Coppola, a un escritor como Jeffrey Eugenides, a una estrella de Hollywood como Kirsten Dunst, un grupo como Air y, por encima de todo, una nueva manera de abordar la feminidad adolescente, que puede rastrearse en el trabajo de directoras como la francoturca Deniz Gamze Ergüven en Mustang o la española Elena Trapé en Blog, por poner solo dos ejemplos.
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