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En la era del ‘upcyling’, ¿qué separa al reciclado creativo del robo intelectual?

La línea que separa esta dinámica sostenible de una práctica que pueda ser constitutiva de delito es, en efecto, muy fina. Pero hecha la ley, hecha la trampa.

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Ilustración: Ana Regina García

Hace 22 años, Miguel Adrover estuvo a punto de vérselas con Burberry en los tribunales por un “reciclado creativo”. La típica gabardina de la firma británica, vuelta del revés, el forro de cuadros a la vista, convertida en vestido a mayores titulares de la colección otoño-invierno 2000-2001 del mallorquín desencadenó el conflicto de intereses. “Fue el desfile que me hizo conocido y el primero que me trajo problemas”, recuerda siempre el indomable diseñador, que al final se comprometió con la marca a no volver a utilizar su característico check para evitar la demanda. Titulada Meettown, homenaje a Nueva York como intersección de gentes y culturas, la propuesta incluía además gorras de los Yankees y cinturones de Hermès reutilizados, guiño continuista a su debut del otoño-invierno 1999 (Manaus-Chiapas-NY) que subvertía los símbolos del capitalismo en la moda tratándolos como desechos. Ahí estaba, por ejemplo, aquella minifalda reconstruida a partir de un viejo bolso Speedy de Louis Vuitton que hoy habría sido saludada como una genialidad sostenible. “Todas sus creaciones prueban que Miguel tenía una visión que trascendía la mera vestimenta”, concede Gill Linton, fundador de la aplicación de compra de diseño vintage Byronesque.

Vestido de la colección o-i 2000-2001 de Miguel Androver
Vestido de la colección o-i 2000-2001 de Miguel AndroverJohn Aquino /WWD/ Penske Media/ Getty Images

Lo que ha llovido desde entonces en términos de conciencia medioambiental es mucho, suficiente como para que los actuales apóstoles del upcycling (la transformación de cualquier producto ya existente en otro nuevo, diferente, con valor creativo añadido) reciban tratamiento de héroes antes que de villanos, acreedores de loas encendidas en lugar de enconadas denuncias. Lo del holandés Duran Lantink es para que el sistema se lo haga ver: el uso indiscriminado que le da al monograma de Louis Vuitton, destilado de distintas piezas de marroquinería, no solo es saludado por la firma francesa con indisimulada complacencia, sino que encima le llevó a las puertas de la final del LVMH Prize en 2019. Doctor Frankenstein de la costura, en su última colección cose un Balenciaga y un Acne para dar vida a un plumífero, o desmembra un Dries Van Noten y un Stand Studio para componer un abrigo. “Me fijo en el diseño, no en la marca, aunque puede decirse que tengo un gusto caro”, explica el diseñador, que saltó a la fama por los pantalones-vagina que ideó para lucimiento de Janelle Monáe en el clip de Pynk (2018). La gabardina dorada que lleva Beyoncé en la actual campaña de Tiffany & Co. también es suya.

Cuenta Lantink, en reciente conversación con la revista W, que a los 12 años ya hibridó un mantel de su abuela con unos vaqueros Diesel de su padre para hacer una minifalda. Ahora sus piezas —en las que es posible rastrear elementos de Chanel, JW Anderson, Dior, Prada o Balmain— se despachan en plan drops online dos veces por semana, bien con precio fijo, bien sujetas a puja, y sus compradores reciben un contrato de adquisición que certifica no solo la posesión, sino que además les otorga una serie de derechos sobre su representación, alteraciones posteriores (realizadas por el equipo del diseñador bajo pedido) o reventa en duranlantink.com. “Pero la idea nunca fue ‘voy a empezar a reciclar’. Mi punto de vista era el de crear un estilismo, cortando y pegando para crear mi propio mundo”, apostilla el holandés, que este enero planea trasladarse definitivamente a París y desfilar durante el calendario de alta costura. Tiene marcas a la cola para futuras colaboraciones, que es en lo que ha devenido el upcycling en la arena del lujo (lo de Vetements con Levi’s, sin ir más lejos).

Minttu Vesala desfila con una pieza de ‘upcycling’ en el desfile de Balenciaga p-v 2023.
Minttu Vesala desfila con una pieza de ‘upcycling’ en el desfile de Balenciaga p-v 2023.Imaxtree

Lo mismo le pasa a Ancuta Sarca, la diseñadora rumana con base en Londres que en 2018 lo petó en Instagram con aquellas mules realizadas con trozos de zapatillas Nike, el swoosh de la marca deportiva bien visible (no, tampoco pasó nada). Su colección primavera-verano 2023 incluye ya modelos pactados con Vans y Skims, también en ropa y bolsos. “Para mí, eso es lo interesante, que vengan las marcas con productos aleatorios que necesitan un cambio”, dice Sarca, cuya práctica sí va con la circularidad por delante. Nike, claro, ha terminado convirtiéndose en aliada oficial, con la multimarca londinense Browns o el portal Farfetch como puntos de venta.

Rihanna es fan, igual que Rosalía y Billie Eilish lo fueron en su momento, de Etai Drori. El autoproclamado artista de origen israelí se jactaba hace un lustro de gastarse 20.000 dólares de una tacada en comprar artículos de Gucci, Dior y Louis Vuitton que después desmontaba para crear desde fundas de mechero hasta chándales. “Una falsificación pretende reproducir el original de una marca de la manera más fiel, mientras que el pirateo usa los códigos y el logo de la marca para inventar un producto que no existe”, arguye a propósito de su peculiar upcycling. Que realice sus piezas artísticas por encargo —véanse los seis bolsos con monograma LV que le pidió el rapero portorriqueño Anuel AA el pasado marzo— ayudan a este nepobaby (es hijo de los fundadores de la firma angelina Petro Zillia) a sortear los problemas legales, los mismos que hace justo 30 años y a instancias de Fendi ante la Corte Federal estadounidense acabaron con el negocio de Dapper Dan, el sastre de Harlem que cubrió de logos de lujo europeos a la aristocracia hip hop.

La línea que separa el reciclado creativo de una práctica que pueda ser constitutiva de delito es, en efecto, muy fina. Pero hecha la ley, hecha la trampa. En Estados Unidos, la llamada doctrina del agotamiento permite escapar a posibles denuncias por infracción de marca registrada en tanto que no resulta posible controlar qué pasa con un producto una vez comercializado. “Aunque existen exenciones a esta defensa, sobre todo cuando hay razones legítimas por las que el propietario de la firma se opone a nuevos procederes con los bienes que tiene en el mercado, en especial si su condición ha cambiado o alterado”, explica Shannon Gawley, abogada del equipo de propiedad intelectual de Carson McDowell. Y pone como ejemplo el contencioso que enfrentó a Chanel contra la firma de upcycling joyero Shiver+Duke por utilizar botones con el anagrama de la doble C cruzada en ciertas creaciones (resuelto al fi n el pasado noviembre, tras casi dos años de litigio, con un acuerdo entre ambas partes). Que todo esto pueda sentar precedente que derive en jurisprudencia específica para el upcycling está por ver, pero que cada vez más etiquetas de lujo se abonan a la causa (Gucci, Loewe, Altuzarra, Stella McCartney y Louis Vuitton tienen sus propios programas/colecciones ad hoc), a sabiendas de que hay demanda sobrada de anhelo y responsabilidad, es un logro que ya no admite vuelta atrás.

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