Liv Tyler: por qué desapareció la actriz destinada a ser estrella que se negó a ser «ciudadana de segunda» en Hollywood
A los 45 años, la actriz de películas como Armageddon o El señor de los anillos e icono de estilo noventero, se encuentra semirretirada de la meca del cine. A lo largo de su carrera fue una de las más activas en denunciar la discriminación de la industria hacia las mujeres, ganándose la reputación de intérprete ‘difícil’.
Lo tenía todo para ser la gran estrella del Hollywood de este siglo. Hija —perdida y reencontrada— de una de las mayores estrellas del rock, musa de Bertolucci y protagonista de un videoclip mítico antes de cumplir la mayoría de edad, icono de estilo noventero y dueña de una de las bellezas más aclamadas del séptimo arte, hasta el mismísimo David Beckham es el padrino de su hijo y ha formado parte de una de las sagas cinematográficas más exitosas de la historia del cine y de una serie merecedora de las hordas de admiradores que le siguen rindiendo culto. Liv Tyler, la actriz conocida por su papel de Arwen en El señor de los anillos, o sus papeles en Armageddon o The Leftovers, puede presumir además de haber renunciado a ocupar su lugar en el olimpo por decisión propia. A sus 45 años, la hija del líder de Aerosmith Steven Tyler lleva más de dos años alejada de la interpretación de manera voluntaria, después de haber denunciado y sufrido en primera persona el machismo y el edadismo que siguen marcando las carreras de las mujeres en la meca del cine conforme pasan de la treintena. Mientras los personajes femeninos de Los anillos de poder —la nueva serie basada en la mitología de J.R.R Tolkien— se desprenden del halo de damiselas en apuros a base de empoderados tajos de espada, la elfa que cabalgó primero por la Tierra Media espera sentada en su casa de Londres el reconocimiento de una industria que no supo, o no quiso, escuchar un lamento que hoy ya es clamor.
Dos años antes de que se destapara el caso Weinstein —que cumple ahora su quinto aniversario— y de que movimientos como el Me Too o Time’s Up hicieran temblar sin posibilidad de retorno los cimientos de la meca del cine, Liv Tyler se atrevía a dar la cara para denunciar una de las mayores lacras de la industria fílmica. “A mi edad eres como una ciudadana de segunda clase en Hollywood”, aseguraba en una entrevista, condenando la tiranía edadista que defenestra a las actrices conforme van cumpliendo años. En su caso, solo tenía 38. “Cuando eres una adolescente o estás en la veintena, hay una increíble variedad de papeles de chica ingenua que te emociona interpretar. Pero no es nada divertido cuando ves que las cosas empiezan a cambiar”.
La repercusión de sus palabras se dejó notar en una filmografía que perdió de repente su impulso y, al igual que con tantas otras actrices que han denunciado la desigualdad en la industria, en la propagación del rumor de que es una actriz “difícil” con la que trabajar. Ella misma, en la revista Porter, se refirió a su supuesta mala reputación: “Soy feminista y estoy orgullosa de serlo. A lo largo de mi vida me han llamado controladora por querer centrarme en los detalles, inconsciente por seguir mi corazón y tomar riesgos, me han dicho que no tengo pelos en la lengua o incluso me han llamado loca por decir lo que pienso y no aceptar las mierdas de la gente. Me sorprende cuando esto ocurre y me motiva a trabajar más duro para defender lo que creo tanto para mí como para todas las mujeres”.
Pero las protestas por la misoginia reinante en la industria por parte de la neoyorquina, que vivió un éxito meteórico desde mediados de los noventa con su aparición en el vídeo de la mítica Crazy de Aerosmith y que fue calificada como la segunda mayor belleza de la historia del cine solo por detrás de Audrey Hepburn, se remontan incluso más atrás en el tiempo. En el momento más álgido de su carrera, justo cuando El retorno del rey arrasaba entre crítica y público, el físico de la veinteañera ya era sometido al escrutinio más desaforado por los encargados de repartir la baraja en los despachos de las colinas de Los Ángeles. Sin miedo a la posible repercusión, Tyler confesó en 2003 que la habían advertido de que “debería perder peso si quería conseguir más papeles”. “Pero yo me niego a seguir los estándares de Hollywood. Para el resto del mundo soy delgada y me gusta ser como soy”.
Quizá su clarividencia y hastío respecto a los engranajes misóginos que condicionan las carreras de tantas actrices se deba a que pocas como ella han vivido de una forma tan intensa y temprana qué significa ser un personaje público en la meca del cine. Hija de la modelo y exconejita Playboy Bebe Buell y del mencionado líder de Aerosmith —que no supo que era su padre biológico hasta la adolescencia—, con 14 ya modelaba sobre la pasarela, a los 16 su fiesta de cumpleaños se convirtió en un evento imperdible entre las socialités angelinas y antes de cumplir la mayoría de edad protagonizaba portadas de revistas junto a su novio de la época, nada menos que Joaquin Phoenix. Acompañada de otra hijísima de la música como Stella McCartney, acudió a la prestigiosa alfombra roja de la gala MET de 1999 luciendo una camiseta en la que podían leerse las palabras «Rock Royalty» (Realeza del Rock) para erigirse en epítome del espíritu cool de finales de siglo.
Madre de tres hijos fruto de dos matrimonios diferentes, con el músico Royston Langdon y con el agente deportivo Dave Gardner —se separaron el pasado año—, Liv Tyler vive ahora fuera del foco público y del estatus de privilegio heredado. En su cuenta de Instagram, que suma más de dos millones y medio de seguidores, no aparecen glamurosos retratos de photocall, selfis en galas exclusivas o tediosos anuncios publicitarios del perfumes de moda, sino el costumbrismo de una excursión al campo, el último diente perdido por su hija pequeña o una tarta de cumpleaños imperfectamente casera. Sin proyectos profesionales a la vista, en 2020 renunció a un contrato multianual con la cadena de televisión Fox y abandonó la serie 911: Lone Star por miedo a que la pandemia pusiera en riesgo la periodicidad de los viajes transoceánicos con los que se mantiene en contacto con su familia. Pese a lo controvertido de su defenestración profesional, ni siquiera su protagonista parece echar de menos la pompa y el boato del lugar en el que nació. Ya lo avisó en sus inicios: “La vida me emociona. No me refiero a actuar en películas o hacer entrevistas, sino a las cosas pequeñas, normales y cotidianas. Levantarse de la cama, vestirse, preparar la comida… Todo eso me parece emocionante, ¿sabes?”.
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