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Nutricionistas contra la cultura de dieta: «La comida como fuente de placer es necesaria»

Todo a nuestro alrededor nos dice que para estar sanas debemos estar delgadas, lo que empieza por controlar nuestra dieta. ¿Es así? Cada vez más dietistas-nutricionistas dicen que no.

Debbie Reynolds comiendo un helado en 1965.
Debbie Reynolds comiendo un helado en 1965.Getty (Getty Images)

Cada mes de septiembre, la psicóloga y dietista Mireia Hurtado se encontraba la consulta llena de pacientes que, llenas de culpa y vergüenza, acudían porque habían recuperado el peso perdido en una dieta anterior o incluso habían engordado más. Estaba claro que, en la práctica, mucho de lo aprendido en la carrera de Nutrición y Dietética no funcionaba. “Me habían vendido una cosa, pero al final lo que yo veía era una realidad muy distinta”, explica Hurtado por teléfono. Así que empezó a investigar otros enfoques. En ese momento, hace casi una década, ya encontró investigaciones sobre los beneficios de dejar las dietas de lado.

Como ella, son cada vez más los dietistas-nutricionistas que, casi siempre a raíz de su experiencia en consulta, rompen con la llamada cultura de dieta. Victoria Lozada, la nutricionista detrás de la popular cuenta en Instagram @nutritionisthenewblack, define esta cultura como el “sistema de creencias que perpetúa que hay cuerpos que no están bien y que solamente la delgadez es salud”. En el marco de esta cultura, las personas cuyo peso no está en ese ideal saludable solo tienen una opción: hacer dieta y adelgazar. Hayamos hecho dieta alguna vez o no, ya sabemos cómo va el tema: pesar la comida, contar calorías, prohibir alimentos. Todo es simple y pura fuerza de voluntad. ¿O no?

“Las dietas no tienen en cuenta toda una serie de procesos evolutivos vinculados a que la comida como fuente de placer es necesaria, a que los momentos de socialización y disfrute son necesarios”, dice Mireia Hurtado. Además, la parte de nuestro cerebro que se enfoca en la supervivencia detecta una amenaza cuando no comemos lo suficiente y nos lleva justamente a querer comer más y a desear los alimentos prohibidos. El resultado es que, según las investigaciones, entre un 90 y 95% de las personas que hacen dieta recuperan el peso perdido o más en un plazo de dos a cinco años. Y, pese a esto, seguimos empeñándonos en adelgazar: según un estudio de DYM, en 2019 el 19% de los españoles aseguraba ponerse a dieta con frecuencia.

Decidimos perder peso por dos razones. Está la simplemente estética, muy poderosa al llevar toda la vida absorbiendo que la belleza (y otras cualidades asociadas, como el éxito o la felicidad) está en la delgadez. Y luego está el argumento definitivo, el irrebatible: estar gorda es malo para la salud. Pero ¿es así? ¿Son los números de la báscula tan determinantes?

Hay voces que llevan décadas rebatiendo esa idea. El movimiento Salud en Todas las Tallas (HAES por sus siglas en inglés) lleva varias décadas haciendo una serie de investigaciones que ponen sobre la mesa que “el enfoque clásico de salud igual a delgadez no está funcionando”, dice Mireia Hurtado. Este movimiento todavía existe e investiga, y a él se han unido enfoques que buscan ayudar a las personas a mejorar su salud, sí, pero sin centrarse en el peso ni en las dietas, como la alimentación intuitiva y la alimentación consciente. Sin embargo, los estudios oficiales para convertirse en dietista-nutricionista siguen perpetuando que “comer más sano significa adelgazar” y que “estar más delgado significa tener más salud”, asegura Vicky Lozada. 

En toda esta cultura de dieta y ese paradigma pesocéntrico hay varios problemas de base, defienden estas nutricionistas. Más allá de que las dietas no funcionen (“¿seguirías un tratamiento que solo funciona en el 5% de las personas?”, dice la trabajadora social e investigadora de la Universidad de Valencia Nina Navajas, autora del artículo Deberías adelgazar, te lo digo porque te quiero), en vez de conseguir esa salud que dicen promover, las dietas acaban haciendo más daño al paciente. “Acaban llevando a conductas de lo que en psicología se llama abandono, y es cuando viene el efecto rebote”, señala Hurtado. Eso cuando no acaban en un Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA).

Nuria Arias, técnica suuperior en Dietética y a punto de acabar el grado de Nutrición y Dietética, también se dio cuenta de todo esto al ir estudiando, a raíz de su experiencia en consulta y porque ella misma había pasado por un TCA. “Todas las creencias que tenemos en torno a la alimentación influyen mucho y acaban repercutiendo negativamente”, dice y apunta que en los estudios a veces se llegan a recomendar conductas que para algunas personas son de riesgo. “Te viene alguien a la consulta y te dice que quiere bajar de peso y tú no lo conoces, no sabes nada de su vida. Hasta que no hay un bagaje no se pueden mandar ciertas recomendaciones”, asegura.

¿Es el peso un buen indicador de salud?

Este es el gran argumento en torno al que gira la cultura de dieta: el peso puede ser sano o puede no serlo. Ya hace muchos años que la Organización Mundial de la Salud habla de una “epidemia de obesidad” —expresión que las expertas tachan de gordofóbica—, pero hace ya también años que muchas investigaciones revisan los estudios en los que se basa la OMS para decir eso y encuentran detalles problemáticos en múltiples aspectos: ni se ha engordado tanto como dicen ni eso significa que la salud de la humanidad esté empeorando. De hecho, la esperanza de vida sigue aumentando, pese a la alarma de la OMS. El artículo científico Qué está mal en la ‘guerra contra la obesidad’, de la investigadora Lily O’Hara, junta y revisa los principales estudios que critican ese paradigma de salud centrado en el peso. Victoria Lozada recuerda que aunque el exceso de peso puede ser factor de riesgo para algunas enfermedades, algunos estudios también apuntan a que puede proteger de otras.

“En la mayoría de los casos, [el peso] es un indicador inútil”, explica Estefanía Fernández, especializada en entrenamiento y nutrición deportiva y compañera de Victoria Lozada en el podcast Esto es nutrición. Para ella, existen indicadores de salud mucho más valiosos para ver el progreso de un paciente, como “las sensaciones positivas de relación con la comida”, la salud intestinal, la energía, el rendimiento o ciertos parámetros bioquímicos.

Todas las expertas insisten en que en el peso influyen múltiples factores que están fuera de nuestro control (por ejemplo, la genética). Y en la salud también. La investigadora Nina Navajas aclara que no es que como individuos no tengamos que hacer nada para cuidarnos, pero que no hay que perder de vista que los determinantes sociales tienen un mayor impacto en la salud. “El nivel económico, el barrio en el que vivimos, si somos hombre o mujer, si pertenecemos a un determinado grupo étnico o a una minoría…”, enumera, y añade que “la salud es un derecho, no una medallita que nos podamos colgar”. Si de verdad importa tanto la salud, defiende, sería más efectivo invertir más en nuestro sistema sanitario y reducir los índices de pobreza. Victoria Lozada coincide. Para ella, la sociedad no solo es gordofóbica, sino también salutista: “parece que si no tienes salud ya no sirves para nada”. 

¿Hacen apología de la obesidad estos enfoques? “Yo de lo que hago apología es del respeto a las personas y a los seres humanos. Si con todo lo que se nos dice a las personas gordas que seamos delgadas no lo somos, está claro que no lo vamos a ser”, asegura Navajas. Y, sin embargo, sigue existiendo un gran prejuicio socialmente aceptado (“nos lo dicen ‘por nuestro bien’”, apunta Navajas) contra las personas gordas, algo que crea un estigma que sí es perjudicial: es peor para la salud ser gorda en una sociedad gordofóbica que esa gordura en sí. 

“Tengo pacientes que me cuentan que les da miedo ir al consultorio médico porque todo se lo van a relacionar con el peso; o al gimnasio, porque se van a burlar de ellas”, explica Victoria Lozada. “Todo eso es estigma y lo tienes toda tu vida. Te afecta en un nivel que somatizas el estrés de una forma que te puede generar problemas crónicos más fuertes que lo que te podría generar el peso. Y a nivel de salud mental ya ni te cuento: depresión, ansiedad, problemas de imagen corporal, TCA…”, asegura.

¿Qué hace entonces un nutricionista?

En este contexto, querer adelgazar es normal: te lo dicen las redes sociales, te lo dice el médico, te lo dice la gente que te quiere, te lo dice el espejo. Acabas en la consulta del nutricionista esperando una dieta que esta vez sí funcione. ¿Es difícil hacer entender a un paciente que el peso no es importante? “Son tantos años de vendernos que la salud está en la delgadez que a la gente le cuesta mucho aceptar esto”, cuenta Mireia Hurtado. Además, está el refuerzo positivo en forma de piropos y felicitaciones que todas hemos recibido al perder peso, aunque no lo hayamos perdido por una buena razón. Y lo contrario. “Yo trabajo con mujeres que me dicen ‘nunca antes me había sentido tan bien como ahora, pero la gente no para de preguntarme que cuándo voy a hacer dieta’”, apunta Hurtado.

Para Nuria Arias, lo primero cuando alguien llega diciendo que quiere perder peso es hablar con ella (reciben mayoritariamente a mujeres) y averiguar por qué. Después, ella les explica qué es el peso y exactamente, qué es lo que influye en él y cómo fluctúa a lo largo del día y de la vida. “Hay gente que lo acaba entendiendo y gente que todavía no está ahí”, señala.

Sin dietas y sin ese seguimiento de números en la báscula, estas dietistas-nutricionistas explican que su papel consiste principalmente en acompañar y educar al paciente, darle “herramientas para poder decidir qué alimentos elegir”, dice Estefanía Fernández. Lo de los alimentos buenos y malos no les gusta. “No hay comidas buenas o malas, simplemente es comida”, zanja Fernández. Admite que sí hay comidas más nutritivas que otras, pero que eso no significa que las otras sean malas. “Dependiendo del momento, esas comidas etiquetadas como malas nos pueden sumar salud mental”, asegura.

lAl final, la idea es cambiar nuestros hábitos y relación con la comida, aprender a escuchar las señales del cuerpo (qué nos pide y cómo nos sienta lo que consumimos) y no olvidar nunca que el placer es una parte muy importante de todo esto, como recalca Mireia Hurtado. Si no hubiésemos crecido en una cultura de dieta, dice Nuria Arias, “no tendríamos miedo a consumir ningún tipo de alimento y no habría premios ni castigos relacionados con la comida”. Quizá el cambio de hábitos nos haga adelgazar, pero quizá no. Y no pasa nada.

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