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Manuel Liñán: la revolución con bata de cola

El bailaor que ha dinamitado las fronteras de género y los estereotipos estéticos en el flamenco prepara un nuevo espectáculo tras arrasar con ‘¡Viva!’. “Me costó años atreverme”, confiesa en un encuentro en Jerez

Manuel Liñán, retratado la semana pasada en Madrid. En vídeo, imágenes de su espectáculo 'Viva'.Vídeo: CARLOS ROSILLO
Raquel Vidales

“Estáis rotando las caderas. Mal. La bata no se cambia de lado con las caderas, se cambia con los pies y las rodillas. Si tienes bien colocados los pies y las rodillas, va sola. Si no, se mueve como le da la gana. Repetimos. Con energía”. La clase es en el Centro de Baile Jerez, una de las academias con más solera de la ciudad cuna del flamenco, que cada verano organiza talleres impartidos por grandes figuras que atraen a bailarines de todo el mundo. Martes, 10 de agosto de 2021. Sesión de alegrías con bata de cola. Después de hora y media sin descanso, las nueve alumnas parecen vencidas. Los volantes se enredan y las colas de las faldas arrastran ya con poco brío. Es un complemento endemoniado la bata de cola. Pero no hay tregua. Suena la guitarra. Otra vez. “No, no, no. Hay que definir. Si no definimos bien cada movimiento, no funciona. Tenéis que ser precisas porque, atención, esto es muy importante: todo tiene consecuencias con la bata de cola”.

Todo tiene consecuencias con la bata de cola. La frase se repite a menudo durante la clase. Es una verdad artística, pero suena también como una máxima existencial en boca de quien la pronuncia, que no es una mujer como cabría esperar tratándose de enseñar a manejar el complemento femenino por excelencia del flamenco, sino un hombre. Se llama Manuel Liñán, nació en Granada hace 41 años de padre torero y madre ama de casa, aprendió a bailar “como los hombres” tanto en academias como en tablaos y la primera vez que se atrevió a salir a un escenario con bata de cola y mantón tenía ya 34 años y estaba muerto de miedo. “Ay, madre mía, pensaba yo todo el tiempo: espero que no me insulten ni me digan nada o me llamen maricón porque entonces me vengo abajo y no voy a poder bailar”, recuerda. No sucedió nada de eso. Al contrario, el público se puso en pie.

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Aquello ocurrió en febrero de 2014. De nuevo en Jerez, teatro Villamarta, donde puedes consagrarte o estrellarte para siempre. Liñán participaba en el espectáculo Los invitados, de Belén Maya. En realidad, no era la primera vez que se le veía con la bata de cola. Cuando formaba parte de la compañía de Rafaela Carrasco, ella coreografió una farruca para tres bailaores con bata dentro de su espectáculo Una mirada del flamenco (2004). “Lo que ocurre es que ahí el vestuario era más ambiguo, por debajo era la bata y por arriba llevábamos un chaleco de líneas rectas, un complemento más viril. Por otra parte, éramos tres y el número se presentaba insertado en un contexto dramatúrgico”, aclara el bailaor. Igual que cuando Antonio Canales se travistió para interpretar a Bernarda Alba en 1997 o Rubén Olmo, actual director del Ballet Nacional de España, se puso una bata en 2010 para homenajear a la fallecida Manuela Vargas.

Lo de Los invitados era otra cosa. “Belén me dio rienda suelta. Me dijo: ponte la bata de cola y el mantón y haz lo que quieras. No había un contexto, no había un personaje. Era Manuel con una bata de cola y un mantón. Sin nada que lo justificara. Ese fue el impacto”, subraya Liñán.

Manuel Liñan, en primer término, durante su clase de alegrías con bata de cola en el Centro de Baile Jerez, el pasado martes.
Manuel Liñan, en primer término, durante su clase de alegrías con bata de cola en el Centro de Baile Jerez, el pasado martes.Juan Carlos Toro

Desde ese momento todo cambió para el bailaor. “Rafaela fue la que me enseñó a mover la bata y después yo seguí investigando con ella, incorporándola en algunos espectáculos míos e incluso me llamaron del Ballet Nacional de España, en la época en que lo dirigía Antonio Najarro, para que montara un número para mujeres con ese complemento. Pero lo de salir así sin justificación en lo de Belén fue un antes y un después”, asegura.

Para entonces Liñán ya era un bailaor reconocido por el público y contaba con el respeto de la crítica, que alababa la pureza de su técnica, su frescura en el escenario y su singularidad. También había empezado a despuntar como coreógrafo, había ganado unos cuantos premios y había formado su propia compañía después de pasar por unas cuantas de prestigio como las de Carmen Cortés, Rafaela Carrasco, Merche Esmeralda y Manolete. Así que cuando se presentó en el escenario del Villamarta con su bata de cola, nadie se lo discutió.

Ese mismo año montó un espectáculo con su compañía, Nómada, en el que volvía a sacar la bata. Lo mismo: sin argumento que lo justificara. Otro éxito. Y ya no paró: en todos sus siguientes montajes volvió a salir la bata. “Al principio, dentro de la profesión hubo gente que me cuestionó por insistir con eso. Pero es que yo no me había puesto la bata para hacer un desfile de modelos un día, sino para quedármela. Para apropiarme de un complemento que he querido ponerme desde que era pequeño y que creo que tengo el derecho a usar cuando quiera. Porque es la manera en la que yo me expreso”, advierte.

La bata de cola como seña de identidad artística y personal. Más allá de los géneros y por encima de cualquier condición sexual. Ese es Manuel Liñán. No baila como una mujer ni como un hombre ni como queer ni como drag, aunque de todo eso le han dicho. Baila como es él. Un revolucionario que ha abierto nuevos caminos para el flamenco partiendo de su rebeldía estética. Igual que han hecho otros bailaores de su generación como Rocío Molina, Olga Pericet, Daniel Doña o Marco Flores, con los que ha colaborado en varias ocasiones: cada uno a su manera, forjando su identidad a través del baile, han hecho avanzar el género rompiendo estereotipos y prejuicios. Así lo reconoció el jurado que en 2017 le concedió el Premio Nacional de Danza por la “riqueza de su interpretación, que se nutre de diversas influencias, a la vez que ensancha los horizontes del flamenco”.

Manuel Liñán, de rojo en primer término, en su espectáculo '¡Viva!'.
Manuel Liñán, de rojo en primer término, en su espectáculo '¡Viva!'.COMPAÑÍA MANUEL LIÑÁN

La apoteosis llegó en febrero de 2019 con el estreno de ¡Viva!, un espectáculo gozoso que despierta vítores allí donde va. Un trabajo vibrante en el que Liñán se traviste junto con otros seis bailarines para evocar el universo femenino que tanto observó en su infancia. Premio de la Crítica del Festival de Jerez y Max del Público en 2020. Y una larga gira que todavía continúa (sus siguientes paradas son el próximo sábado en Alicante y el 27 de agosto en Pamplona) y que debería haberle llevado la temporada pasada a Nueva York, Londres, Miami o Tokio si no se hubiera interpuesto por medio la pandemia. En todas esas ciudades se están barajando ya nuevas fechas.

Paseando después de la clase del martes por Jerez, esa ciudad donde ha vivido tantas noches gloriosas, Liñán parece todavía no dar crédito a todo eso que le está pasando. Aunque por otra parte, no ha dejado de trabajar para que le ocurriera precisamente eso. La libertad de poder ser y bailar como le dé la gana. ¡Viva! es la expresión más genuina de ese ejercicio de libertad. “Cuando era niño me encerraba en mi habitación para ponerme todo lo de mi madre y ver hasta desgastar las cintas VHS en las que grababa los programas de Canal Sur donde aparecían los bailaores de la época. Me acuerdo cuando vi por primera vez a Milagros Mengíbar, que es una gran maestra bailaora y referente de la bata de cola. Cuando descubrí a esa mujer en una grabación bailando por caracoles, con palillos, bata de cola y abanico, me dije: ‘Vaya mierda de haber nacido yo hombre’. Me quedé maravillado. Y no poder optar a eso… ¡me daba una rabia!”, recuerda.

El contexto no era propicio para que el niño Liñán se atreviera a salir de su habitación luciendo el vestido de su madre. Y menos si estaba en casa su padre, el torero Manuel Arroyo, apodado El Extremeño, que vio su carrera truncada por un accidente de tráfico que sufrió antes de que naciera su hijo: “Se le rompieron las dos caderas, quedó cojo y con un montón de hierro en las piernas. Así que cuando nací yo, después de dos hermanas mayores, él pensó: ‘Pues este va a ser el que siga haciendo lo que yo no pude. Me llevaba a las corridas, me vestía de torero… Pero yo nada, que no me gustaba”. Como el padre quería que fuera torero y la madre bailaor, en la familia decían en broma que si salía lo primero llevaría Arroyo de apellido artístico y si salía lo segundo se pondría Liñán, que era el de la madre. Y con Liñán se quedó. “A pesar de todo, tanto mi padre como mi madre me apoyaron siempre. Él no viene a verme, entiendo que es muy difícil por su educación, pero se alegra con cada éxito”, dice.

Manuel Liñán, en un momento de 'Nómada'. En vídeo, tráiler del espectáculo.Vídeo: PACO VILLALTA | COMPAÑÍA MANUEL LIÑÁN

Fuera de casa tampoco era fácil. Una vez el niño Liñán quiso apuntarse a una clase de bata de cola y le dijeron que no podían entrar hombres porque hacían un calentamiento de caderas. “En la academia, cuando yo empecé a mover las manos, me decían: ‘No, tú las tienes que poner rectas’. O se reían de mí. Entonces dejé de moverlas para que no se riera ya nadie. Siempre me ha costado trabajo entender por qué hace tanta gracia ver a un hombre con una falda. Yo no me la ponía para hacer gracia, me la ponía porque me gustaba”.

La baza del humor parecía entonces la única alternativa. Porque siempre ha habido bailaores que han querido actuar con una bata de cola, pero relegados a espacios marginales, cabarés o como recurso cómico. En el ensayo Historia queer del flamenco (Egales, 2020), el bailaor Fernando López recopila y reivindica a decenas de artistas que habitaron en la periferia del cante y el baile desde principios del siglo XIX hasta hoy, desde travestis y afeminados hasta machorras y gente de “género fluido”. Gente que nunca llegaba a los escenarios de los grandes teatros. Por ahí no pasaba Liñán: “El hermano de mi padre era travesti, hacía shows en cabarés y yo no entendía por qué tenía que estar haciéndose siempre el simpático. Mi obsesión en estos años ha sido darle normalidad a esa estética. Y llevarla a los teatros de manera formal, dentro de una propuesta artística de calidad, independientemente del travestismo”.

El proceso para lograrlo fue lento y difícil. “Cuando empiezas a buscarte un sitio en el baile necesitas la aprobación de la profesión. Yo recuerdo que me decían: ‘Muy bien, Manuel, sigue bailando como los tíos, acuérdate siempre, no te vayas por otras ramas’. Porque me veían otras inclinaciones. Y eso me paraba porque no quería defraudar. Tardé años en atreverme”, explica.

Por suerte se atrevió y no defraudó. Ni al público ni a la crítica. “Fíjate que tuve críticas peores cuando bailaba sin bata. Algunos me calificaban de bailaor amanerado”, comenta entre risas. Tampoco decepcionó a sus maestros. De pronto, a la vuelta de una esquina en Jerez nos topamos con uno de ellos, el coreógrafo Javier Latorre, que se funde con Liñán en un abrazo de hermano. El reconocimiento es ahora mutuo. Otros referentes para él han sido “Milagros Mengíbar, Eva la Yerbabuena, Rocío Molina, Manolete, El Güito, Manuela Carrasco, Javier Barón”.

Manuel Liñan se abraza en un encuentro fortuito con el coreógrafo Javier Latorre en una calle de Jerez.
Manuel Liñan se abraza en un encuentro fortuito con el coreógrafo Javier Latorre en una calle de Jerez.JUAN CARLOS TORO

¿Y no le preocupa que la imagen de bailaor con bata de cola se superponga a su perfil como artista? Responde: “Mira, a mí me han puesto todo tipo de etiquetas y lo entiendo porque nunca han sabido dónde encajarme. Me preguntaban: ‘¿Pero qué eres? ¿Travesti? ¿Queer? ¿Drag?’. Yo no sabía que responder. En realidad, no me molesta ninguna de esas etiquetas e incluso creo que a veces son necesarias para dar ciertos pasos adelante y ayudar a otros a hacerlo. Hombre, ha habido algunos titulares en prensa que me han dolido, como uno que decía: ‘Travestis y peinetas llegan a Granada’. Como si llegara un circo. Pero lo que de verdad me molesta es tener que justificarme. No quiero que mi libertad estética esté justificada por una etiqueta”. Tampoco le molestan ya los insultos, que siempre los ha habido. “Sobre todo en redes sociales. Pero a estas alturas no me importa. Es más, lo denuncio”, asegura.

En plena madurez, Liñán prepara un nuevo espectáculo que se estrenará en noviembre en el festival Suma Flamenca de Madrid, en el que vuelve a ajustar cuentas con su pasado, pero de otra manera. “Con ¡Viva! me curé de mi infancia. Tenía que pasar por ahí para poder abordar ahora este trabajo. Aquí me encuentro con mi padre y con el peso de esa tradición que a mí me paralizó tanto. He tenido que reconciliarme y entender mi desacuerdo para poder abrir otras puertas”, explica.

El espectáculo ya tiene título, Pie de Hierro, que es el segundo apellido de su padre, que de pequeño Liñán pensaba que tenía que ver con todo el hierro que le habían metido al torero en las piernas después de su accidente. El pasado ahora ya no le duele, está asumido. Y se presenta en el escenario con toda la libertad ganada. Como diciendo: “Yo soy Manuel Liñán. Y tú ¿sabes quién eres?”.

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Sobre la firma

Raquel Vidales
Jefa de sección de Cultura de EL PAÍS. Redactora especializada en artes escénicas y crítica de teatro, empezó a trabajar en este periódico en 2007 y pasó por varias secciones del diario hasta incorporarse al área de Cultura. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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