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El porqué de los selfis en las hogueras

La repetición de imágenes de lo que está sucediendo en las calles de Barcelona da protagonismo a actores secundarios y no tan relevantes para la resolución del problema

Uno de los detalles más llamativos de los últimos episodios de violencia en Barcelona es la proliferación de gente, de todo tipo (manifestantes, vándalos –no confundir-, mirones, vecinos y turistas), que armados con su móvil no paraban de hacer fotos y de vez en cuando también una selfi, individual o en grupo.

Soy consciente que no es una de las cuestiones principales (protesta política, convivencia social), pero no por ello es irrelevante. Les explicaré por qué. La violencia nos produce siempre un doble efecto. Por un lado, fascinación por ver cómo algo se destruye, sea un cuerpo que cae víctima de una agresión o un contenedor que arde. La pulsión destructiva, que anida en cada cual con más o menos intensidad, exige esa satisfacción. Pero, al tiempo, esa misma violencia nos produce horror porque nos confronta también a nuestra propia destrucción. ¿Quién no ha pasado delante de una pelea y ha mirado de reojo, al tiempo que sentía un pinchazo de angustia?

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Mirar esa escena de destrucción es una satisfacción pulsional escópica (mirada) que muchos no pueden dejar de practicar. De allí también el éxito de las películas de acción con escenas de violencia extrema. Si además puedes estar en el centro de la escena, asistiendo al rodaje en directo, qué menos que tomar unas instantáneas.

Pero también vimos a gente haciéndose selfis. Esa es otra modalidad de la pulsión: ser mirados y reconocidos como los que estuvieron allí, ese día y en ese momento, ya que esas selfis terminarán la mayoría en las redes sociales. Al igual que la ingente cantidad de fotos y videos publicados por los medios de comunicación, que envían allí a centenares de fotógrafos.

Esa es otra modalidad de la pulsión: ser mirados y reconocidos como los que estuvieron allí.

Este reconocimiento tiene un valor especial tratándose de jóvenes porque podemos pensarlo como la búsqueda de una perspectiva de sí mismos, en un momento donde eso no viene de serie. Para tener una perspectiva hay que alzarse, tomar una distancia y ver (se) en el horizonte. En la adolescencia y la primera juventud, saber cómo te ven los otros (iguales), qué eres para ellos, es mucho más importante que el amor o los ideales de los padres. Hay pues una demanda insistente y una espera de respuesta que no se calma fácilmente. No quieren que los otros les devuelvan una mirada de fracaso y de resignación. De allí también los guiños a las cámaras.

No olvidemos tampoco los otros ojos que miran, los medios que luego vuelcan en portadas, titulares, televisiones y webs de manera masiva y, en algunos casos, con una clara intención de amplificar las imágenes más espectaculares.

Esta viralización y repetición infinita de las imágenes no es sin consecuencias. Por un lado, alimenta las pulsiones ya mencionadas y atrae a unos cuantos mirones que no se quieren perder el espectáculo. Por otro, descentra el problema situándolo en otro escenario, importante sin duda, y preocupante, pero no es el principal asunto que tenemos entre manos. Da el protagonismo –y eso en la era digital quiere decir también el poder- a actores secundarios y no tan relevantes para la resolución del problema.

Quizás todos, empezando por los medios de comunicación pero también gobierno, asociaciones y particulares, deberíamos reflexionar sobre esta pulsión de mirar y ser mirados, sobre nuestra responsabilidad en atizar las hogueras. De lo contrario, podríamos terminar todos quemados.

José R. Ubieto es psicoanalista, profesor de la UOC y co-autor de Del Padre al iPad. Familias y redes en la era digital

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