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Retina Papers

Las masas son más listas con influencia social y sin líderes de opinión

Un grupo de investigadores ha demostrado que conocer la opinión del grupo puede mejorar la inteligencia colectiva. Y que basarse solo en líderes la empeora

Getty Images

Hace dos años, medio mundo opinó sobre el color del vestido que una anónima mujer escocesa llevó a la boda de su hija. ¿Era azul y negro o blanco y dorado? El debate generó millones de comentarios en las redes sociales.

El asunto debería haber quedado resuelto en un tiempo récord gracias a la sabiduría de las masas. Según esta teoría, si le preguntamos a un grupo de personas sobre un asunto, la respuesta colectiva será más correcta que la de un individuo. En los últimos años se ha comprobado la validez de esta idea en el terreno financiero o político. El criterio del conjunto es más acertado que el de un experto a la hora de pronosticar el comportamiento de la Bolsa o el resultado de unas elecciones.

Así que, si buscas una respuesta atinada, dirígete a la fuente de sabiduría de las masas. Aunque debes saber que la investigación descubrió su criptonita: la influencia social. Si el grupo de personas observa lo que piensa cada uno, las respuestas quedarán condicionadas y serán menos diversas e independientes. En el peor de los casos la sabiduría de las masas podría mutar a un pensamiento único por culpa de un intercambio de opiniones.

Un grupo de investigadores acaba de demostrar justamente lo contrario: que precisamente la influencia social puede mejorar la inteligencia colectiva. La clave radicaría en el diseño de la red, según este estudio. Si la forma en la que interactúan las personas es la adecuada, las respuestas del grupo pueden ser todavía más acertadas. Es como la versión mejorada de la sabiduría de las masas. Y no solo eso. Atención a otra de las conclusiones del estudio: resulta que los grupos son más listos si no hay líderes de opinión.

“La influencia social es el mejor escenario para obtener una buena respuesta de un grupo. Ocurre algo especial cuando la gente simplemente habla y deja de prestar atención a los líderes de opinión. El grupo es capaz de encontrar soluciones que no se habrían encontrado de otra manera”, sostiene Damon Centola, uno de los investigadores.

Si se dan por buenos estos resultados, se podría perfeccionar la toma de decisiones en grupo en hospitales y empresas, por ejemplo. Con las redes de comunicación adecuadas, los diagnósticos médicos y las estrategias de inversión mejorarían.

“Es un planteamiento muy interesante”, opina Anxo Sánchez, director del proyecto IBSEN, un programa de investigación europeo centrado en el estudio del comportamiento humano. “El trabajo de Centola habla de cómo puedes usar una red compleja para combatir los sesgos que tienen las personas y ayudarles a hacerse una mejor idea de lo que pasa a su alrededor. A la larga, podrían plantearse cuestiones de más envergadura, como el cambio climático”.

La fórmula para transformar las interacciones sociales en abono para la sabiduría de las masas consiste en garantizar la igualdad en la red, según el estudio de J. Becker, D. Brackbill y D. Centola. Es decir, todo el mundo debe tener la misma influencia sobre los demás.

Para demostrar su teoría, los investigadores reclutaron a 1.360 personas en internet y les plantearon varias cuestiones (por ejemplo, ¿cuántas calorías tiene un plato de pasta?). Tras una primera respuesta, a los participantes se les daba dos rondas más para cambiarla si querían. En función del atino de su contestación final cobraban más o menos dinero. Las diferencias se establecieron en si había o no comunicación entre los participantes.

Unos grupos tuvieron que apañárselas solos. Cada internauta dio sus respuestas sin conocer nada de las del resto. La sabiduría de las masas salió a relucir en las cifras del conjunto. La media del grupo era más acertada que las contestaciones individuales.

Sin embargo, en los grupos donde se introdujo la interacción social, los resultados eran todavía mejores. Tras la primera ronda, a los participantes se les facilitó el promedio de las respuestas del grupo. Esa información les servía para modificar o no su criterio de cara a la ronda dos. Este proceso se repitió una vez más antes de la contestación final. Lo que se observó es que, bajo la influencia social, se llegaba a mejores conclusiones. La media del grupo estaba todavía más cerca de las calorías reales del plato de pasta. Y además, los propios individuos mejoraban su criterio gracias a la referencia de sus compañeros de red.

Centola y sus compañeros quisieron analizar lo que ocurría en los grupos donde uno de las participantes, elegido aleatoriamente, se convertía en el nodo central. Había también interacción social, pero de otra manera: el grupo solo tendría de referencia lo que decía el líder para revisar o no sus respuestas. “Los líderes de opinión en este experimento actuaban como un centro de gravedad en la red, arrastrando al resto hacia sus estimaciones”. Si el criterio del líder era acertado, su influencia social tendría un efecto positivo. Y al revés, si no tuviera ni idea, arrastraría al grupo hacia su error. “Aunque estos líderes sean más listos en algunas cuestiones, son sistemáticamente menos precisos en otros temas”, explica Centola. “En promedio, contar con ellos supone más probabilidad de llevar al grupo en la dirección equivocada”.

En muchas organizaciones se intenta mejorar los procesos de toma de decisiones aumentando la independencia de las personas. Este estudio plantea algo completamente diferente y pone el enfoque en el diseño de las redes de comunicación. “El verdadero valor de esta investigación es que si aprovechamos la influencia social de manera adecuada podemos mejorar sistemáticamente los procesos de decisiones colectivas”, indican los autores

Mire a su alrededor, ¿cuántas de las cuestiones que le afectan son fruto de una de estas decisiones de grupo?

La teoría de las masas nació en 1906 durante un paseo otoñal por la feria de ganado de Plymouth (Inglaterra). Sir Francis Galton, un polímata ya octogenario, no reparó tanto en los pavos, gallinas y vacas como en un concurso organizado para averiguar el peso de un buey. Por seis peniques todo el que quisiera podía tratar de adivinar la cifra real y ganar un premio.

Mataron al animal, lo pesaron y alguien debió ganar. Pero Galton seguía mucho más interesado en el juego y pidió que le dejaran estudiar las 800 papeletas. Ya en casa, con papel y lápiz, calculó la media de las respuestas del grupo: 1.207 libras. Asombrosamente muy cerca del peso del buey: 1.198 libras. Así, entre ganaderos, carniceros y curiosos, nació la teoría de la sabiduría de las masas.

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