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Juicio a Trapero: Un ‘outlet’ del ‘procés’ sin lazos amarillos

La vista contra el antiguo jefe de los Mossos recorre caminos ya trillados durante el juicio del Supremo

El 'major' de los Mossos d'Esquadra, Josep Lluís Trapero, a su llegada a la sesión de tarde del juicio por su actuación en el referéndum del 1-O. En vídeo, declaraciones de Trapero durante la primera jornada del segundo juicio al procés.Vídeo: FERNANDO VILLAR EFE | EP
San Fernando de Henares -

Lo primero que llama la atención al entrar en la sala de vistas son los lazos amarillos. No hay. Ni uno. Tampoco hay políticos independentistas en la puerta haciendo encendidas declaraciones contra el Estado español. Ni siquiera se ha pasado por aquí aquella activista omnipresente de Òmnium Cultural que tomaba la lección a sus testigos en la puerta misma del Tribunal Supremo. Josep Lluís Trapero está solo. Frente a él, tres jueces, dos fiscales y una acusación de rebelión que irá desmontando poco a poco, sin levantar la voz pero sin bajarla tampoco, desde las diez de la mañana hasta las siete de la tarde, en un destartalado polígono a las afueras de Madrid.

Para encontrar la razón de tanta soledad hay que hacer un corto viaje en el tiempo. Hace diez meses y cinco días, Josep Lluís Trapero dejó de ser un héroe para el independentismo. Aquel 15 de marzo de 2019, el antiguo jefe de los Mossos d’Esquadra acudió al Tribunal Supremo para declarar como testigo en el juicio contra los políticos secesionistas. Tenía la opción de no contestar ninguna pregunta —no en vano estaba inmerso en un proceso por rebelión en la Audiencia Nacional—, pero decidió enfrentarlas todas. Defendió su actuación, la de los miles de policías a su cargo —la antítesis del ministro Juan Ignacio Zoido— y, cuando el juez Manuel Marchena le preguntó si había avisado a Carles Puigdemont y a Oriol Junqueras de los peligros del referéndum, Trapero chasqueó la lengua y declaró con su voz quebrada:

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—Les dijimos que iba a haber en la calle por lo menos dos millones de personas y 15.000 policías y que eso necesariamente iba a ocasionar conflictos graves de orden público y seguridad ciudadana. Les dijimos que el cuerpo de Mossos no iba a quebrar la legalidad y la Constitución. Que no los íbamos a acompañar en su proyecto independentista.

Aquella declaración supuso la ruptura definitiva de Trapero con el mundo independentista y la razón de su soledad actual. Cuando los policías adscritos a la Audiencia Nacional franquean la entrada a la sala de vistas del edificio situado en San Fernando de Henares, solo entran siete familiares de Josep Lluís Trapero, de la intendente Teresa Laplana y de dos de sus superiores políticos.

Durante toda la mañana y toda la tarde, el fiscal Miguel Ángel Carballo somete a Trapero a un duro interrogatorio. Un toma y daca a ratos vertiginoso que se convierte en un espectáculo porque, a diferencia de lo que sucedía un día sí y otro también en el juicio del Supremo, aquí no se producen interrupciones. Ni la presidenta del tribunal, Concepción Espejel, ni la abogada de Trapero, Olga Tubau, ponen ni una sola objeción a la contienda. El fiscal Carballo aprieta las tuercas al veterano policía, casi lo reta, pero el major de los Mossos ha tenido dos años largos para preparar este momento y no piensa concederle ni una ventaja. Sus respuestas son concisas, sin rodeos, y su ánimo no se resiente del acoso del fiscal, que a veces pisa con la primera palabra de su pregunta la última frase de su oponente.

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Fiscal y acusado van transitando juntos por caminos ya trillados durante los largos meses del juicio del Supremo. El acoso del 20 de septiembre de 2017 a la Guardia Civil en la consejería de Economía. La actuación de los Mossos durante el referéndum ilegal del 1 de octubre. Aflora algún detalle nuevo, pero nada de gran importancia. Solo alguna opinión expresada con rotundidad —“la vía unilateral fue una barbaridad”— que no hace más que ahondar en la profunda separación entre Trapero y quienes durante una época lo consideraron un héroe.

El juicio continúa este martes, en un polígono destartalado a las afueras de Madrid, una especie de outlet del procés donde hay de todo lo anterior menos lazos amarillos.

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